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Después de la tríada rusa de Tchaikovsky y las aventuras de 'El Quijote' y 'El Corsario', hay otro ballet habitual en las programaciones: 'Giselle'. El ... Auditorio Víctor Villegas de Murcia, en una temporada 2024/25 centrada hasta ahora en clásicos, ha continuado la racha con la producción del Ballet de Barcelona de esta obra de Téophile Gautier y Jean Coralli. Como bien diría George Balanchine, «como 'Hamlet', 'Giselle' es un clásico: no solo es históricamente importante, sino que además resulta ser buena».
Este ballet del siglo XIX aquí a veces nos queda lejos, pero en realidad nos es tan familiar como la tradicional aparición de doña Inés frente al estupefacto don Juan Tenorio. Una vieja y manida historia de hombres perseguidos por la visión de aquella mujer blanca, etérea y tenebrosa a quien traicionaron, hasta ser salvados por el misericordioso amor que nunca supieron corresponder.
El espectáculo: 'Giselle'. 18 de marzo. Auditorio Víctor Villegas. Murcia.
Compañía: Ballet de Barcelona.
Dirección artística: Chase Johnsey.
Coreografía: Leandro Pérez Sanabria.
Escenografía: Matt Dealy.
Calificación: Muy bien.
Ahora bien, esta 'Giselle' es también una historia de clases y comunidad. Como 'Don Quijote' o 'Romeo y Julieta', nos explica sus personajes no solo por sus actos, sino por los vínculos con su pueblo. Y precisamente ahí reside uno de los puntos fuertes del Ballet de Barcelona. El cuerpo de baile es sólido y preciso en los conjuntos y ensembles, especialmente en el acto blanco. Pero es, sobre todo, un organismo vivo que respira y se conmueve con la escena, y no un mero marco arquitectónico o decorativo.
Eso sí: la guinda del pastel fue sin duda el segundo acto. El mágico, el tenebroso, el esotérico. Un segundo acto lleno de sutilezas hipnóticas, con portés que no son elevaciones, sino intentos desesperados de Albrecht (Takahiro Nakashima) por retener en sus manos al espíritu intangible de Giselle (Anna Ishi). Las wilis, seres sobrenaturales que se deslizan por el bosque como volutas de humo, parecían lirios que florecen al anochecer, y que al primer rayo de sol se marchitan al pie de sus propias tumbas. Un acto onírico lleno de espejismos y fuerzas enérgicas de revolución e ira. Anna Ishi es tierna y sobrenatural en cuestión de segundos, sobrevolando el aire de otro peso a su alrededor. Myrtha, interpretado por Tamika Farrugia, era afilada y tajante, como un reloj suizo.
En esta vorágine de fuerza femenina, es agridulce ver cómo aquello que Giselle ama hacer en vida –bailar– se convierte en un castigo doloroso para Hilarión y Albrecht a su muerte. Una especie de efecto Pigmalión, en el que la sentencia de las wilis de obligar a los hombres a bailar hasta la muerte se convierte para muchas compañías privadas de danza en una profecía autocumplida. Sin embargo, para el Ballet de Barcelona, solo se le puede desear que siga el destino de Giselle como obra: una trayectoria centenaria que, desde 1841, aún no ha visto su ocaso.
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