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Todo dolor que no se vive en la propia carne es lenguaje. Y el lenguaje siempre es soportable &ndashpor extremo que sea.

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Las discusiones sobre la Ley Celaá son por completo fútiles. Estamos debatiendo los contenidos de una norma que tiene de esperanza de vida lo que tarde en cambiar el color del gobierno. España necesitaba una alternativa a la LOMCE &ndashuna de las reformas educativas más nefastas que se recuerdan&ndash. Y la clave de bóveda de esta nueva ley tenía que ser su capacidad de consenso y de establecer una auténtica política de estado. Si la LOMLOE nace ya herida de muerte, con un recorrido de una o dos legislaturas, nunca será una buena ley &ndashentre otras cosas, porque no tendrá tiempo para desarrollarse&ndash. Da igual las bondades de los epígrafes que la compongan y que, sobre el papel, mejore notablemente la Ley Wert. Lo que España necesita es el compromiso firme de los partidos políticos con los cientos de miles de alumnos y alumnas y docentes a los que periódicamente se les está faltando al respeto con reformas educativas que solo se explican como gestos de cara a la galería. Gobierno y oposición tienen un deber ético que están incumpliendo. Todo aquel político que no se siente en una mesa para pactar una ley de educación es un problema para la sociedad. El hooliganismo partidista ha depauperado nuestro sistema educativo hasta niveles de alarma social. Y, sin embargo, nadie es capaz de abandonar sus trincheras y habitar &ndashdurante el tiempo que sea necesario&ndash un espacio neutral en el que todos los puntos de vista se articulen en un texto duradero y trascendente a los cambios de ciclo político. Un país que no se pone de acuerdo en su educación no es un país; es una entelequia sostenida por la tenacidad de su propia mediocridad.

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Las personas más preciadas son aquellas con las que se puede compartir silencios. La amistad se cimenta sobre las palabras nunca dichas.

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A mí la naturaleza no me sana. Todo lo contrario: cuando siento dolor, el contacto con ella lo acrecienta. Existe demasiada verdad en la naturaleza. No hay manera de escapar a su sinceridad. Y, ciertamente, cuando me siento tan hundido lo último que deseo es que la realidad me devuelva una imagen tan honesta y cruda de mí. Prefiero refugiarme en lo artificial, en lo procesado, en aquello que solo tiene cultura y no esencia. Ahora mismo, la naturaleza me da ganas de gritar.

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Algunos han convertido la negación de la violencia cultural contra la mujer en un fortín ideológico. No se puede caer más bajo. ¿Acaso el reconocimiento de la violencia machista te vuelve menos hombre, menos español, menos patriota? Hay que odiar mucho para no compadecerse del sufrimiento diario de millones de mujeres. Primero está lo obvio; luego vienen las ideologías. Y desgraciadamente, en España, lo obvio sigue siendo una asignatura no resuelta. Los populismos no dejan de ser eso: una perversión de lo obvio.

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Sinceramente, nunca he creído en la mitología de los años naturales como fracciones de tiempo con entidad propia. Pero he de reconocer que 2020 ya constituye una unidad de medida universal del dolor.

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laverdad Mapas sin mundo (29-11-2020)