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Vivimos tiempos repugnantes. Máximo Pradera se lamentaba el pasado jueves de que una enfermedad como el cáncer atacara a buenas personas y profesionales como Julia Otero y no a Macarena Olona, la diputada de Vox. Detesto casi todo lo que proviene del partido de la ... ultraderecha. Combato sus ideas con firmeza y tenacidad desde cualquier medio a mi alcance: redes sociales, prensa, radio, mi último libro –'Ciudadanos irresponsables'–. Raro es el día en que no denuncio la barbarie de sus políticas. Y así lo hago porque su discurso del odio es extremadamente nocivo para la sociedad. Europa ya ha vivido el triunfo de partidos como Vox y solo ha traído destrucción, muerte y dictaduras. Si por algo nos tenemos que caracterizar los que nos situamos en el otro lado, en sus antípodas, es por luchar contra ese odio a través de la reivindicación de la empatía, el respeto del otro y los argumentos comprehensivos. No estoy dispuesto a sustituir un odio por otro. Todas las formas de odiar me generan asco –da igual de la ideología que sean–. Desear un cáncer a una diputada de Vox no es estar contra Vox, sino participar de su discurso. Una cosa es desear con todas tus fuerzas que las ideas defendidas por esas personas desaparezcan, y otra muy distinta que sean tales personas las que desaparezcan. Lo primero es ética; lo segundo, exterminio. Y, en el anhelo del exterminio, nos igualamos a ellos. Uno nunca se cansa de vivir. Y, en buena lógica, uno nunca se tiene que cansar de que los demás vivan. Los profesionales del odio proliferan por doquier. Y no necesariamente votan al mismo partido. .

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