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Algún día el tripartito PP-Cs-Vox tendrá que explicar los criterios que le han conducido a considerar las charlas de igualdad de género en los colegios como potencialmente adoctrinadoras y el conocimiento de la caza como imprescindible para la formación integral de los escolares. Los rifles antes que la diversidad. Buena escala de valores.
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Lo que se concluye de los acontecimientos de los últimos días es el incremento de todas aquellas opiniones que, de una u otra manera, justifican la violencia como estrategia de acción legítima a la hora de conseguir unos determinados fines. Los motivos que conducen a esta actitud benevolente hacia la intimidación física parecen sustanciarse en dos líneas de pensamiento: la primera es el descrédito de las estructuras de representación democrática -lo que los gobiernos y los parlamentos no logran a causa de su inacción que lo consiga la calle a cualquier precio; la segunda -si cabe más preocupante- es la convicción de muchos individuos de que sus postulados ideológicos deben triunfar con independencia de los medios que se empleen para ello. El sano agonismo político ha desbordado definitivamente el perímetro de la democracia. Ya no se trata de ejercer presión sobre las instituciones y, desde la movilización social, forzar el rumbo de sus políticas. Lo que aquí se evidencia es el fortalecimiento de posturas que entienden su relato como el único posible y, por lo tanto, pretenden aniquilar la alteridad que se visualiza a su alrededor. La democracia es, hasta el momento, el más avanzado sistema político que tenemos para garantizar la existencia del disenso y del conflicto. Y, en tanto que tal, no excluye las hegemonías políticas. Claro que no. La raíz del disenso consiste en que una opción se imponga sobre la otra y logre una hegemonía social. Para ello, los regímenes democráticos otorgan un amplio campo de acción susceptible de llevar el conflicto a un nivel de máxima tensión. Pero, a causa precisamente de ello, cualquier hegemonía política posibilitada por los regímenes democráticos es precaria. La precariedad es la base última de la libertad. Alguien vence, pero no para siempre, de manera concluyente. Los problemas comienzan cuando la pulsión hegemónica pretende -mediante la utilización de la violencia- establecer una posición definitiva que, en consecuencia, conlleve una aniquilación de todas las formas de la otredad. Entonces ya no hablamos de democracia, sino de otra cosa -'otra cosa'- que tiene mucho que ver con lo representado por la momia que se acaba de exhumar: fascismo.
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La presidenta de Madrid es un 'reality' en sí misma. Cada vez que habla le arranca un jirón al disfraz de cordero que se ha enfundado Casado de cara al inminente proceso electoral. Su última 'joya' ha sido denunciar a la Delegación del Gobierno de aquella Comunidad por no autorizar una manifestación profranquista en el Valle de los Caídos. Ya me la veo aconsejando a Merkel que no castigue penalmente las manifestaciones neonazis ni el saludo fascista como otra forma más de protocolo social. No se concede un descanso. Impresionante.
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Antes de que los robots se rebelen y acaben con la humanidad, lo habrán hecho las 'mis razones' de cada bando e individuo. El siglo XX no fue un mal recuerdo, sino una premonición.
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El cambio de hora de octubre habría que hacerlo durante el día, y no por la noche. Así, un día al año habría una hora menos para decir gilipolleces.
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Los gatos son unos intelectuales insaciables. Solo piensan para aumentar su frustración.
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