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MAPAS SIN MUNDO (24/06/2018)

PEDRO ALBERTO CRUZ

Murcia

Domingo, 24 de junio 2018, 12:23

Estamos viendo cosas que jamás imaginamos que fuéramos a ver. El maniqueísmo del fascismo neoliberal contemporáneo ha fijado en el atentado terrorista la única forma objetiva y real de delito. Y, para prevenirlo, cualquier medida amparada bajo el paraguas de las políticas de seguridad, parece encontrar la legitimidad del 'bien común'. Las fotos de niños encerrados en jaulas y separados de sus padres, en EE UU, o las de los barcos de refugiados convertidos en islas a la deriva en medio del Mediterráneo constituyen paradigmas del concepto de 'buen gobierno' actual. Las políticas de seguridad aplicadas por los estados occidentales están dejando más víctimas y violencia que la que el terrorismo podría causar en décadas. Hemos entregado a los gobiernos el arma más mortífera de todas: la defensa de nuestra seguridad a costa de lo que sea. El drama de los refugiados evidencia a la perfección la deriva perversa de los modelos democráticos: el valor de la 'convivencia' ha sido sustituido por el imperativo de la 'compatibilidad'. La 'convivencia' garantiza la cohabitación en un mismo territorio de la diversidad; la 'compatibilidad', por el contrario, excluye de este mismo territorio a todos aquellos individuos que no se ajusten a un estricto canon de ciudadanía. Y, reconozcámoslo, en la medida en que la gestión del miedo por parte de los gobiernos depure más y más los principios de este canon, las incompatibilidades serán mayores, hasta que llegue un momento en que todos seamos sospechosos. El éxito de las políticas de seguridad es que, a consecuencia de una sensación de creciente pánico ante la catástrofe, es la propia sociedad la que da carta blanca a los gobiernos para que ejecuten, sin límites, las medidas necesarias. El principio maquiavélico de 'por mi seguridad, lo que haga falta' ofrece al 'fascismo democrático' la legitimidad suficiente para recortar las libertades más básicas. Por la defensa de la libertad, no hay que escatimar en medios: aunque sea el desmontaje de esta misma libertad. No nos engañemos: Trump es el 'álter ego' de una estructura de pensamiento social que requiere de un liderazgo kamikaze capaz de liberar todas las atrocidades reprimidas en forma de miedo.

Un gobierno ofrece uno de sus puertos para que un barco lleno de refugiados tome tierra y no acabe anegado en cualquier punto de la nada, y se le acusa de esteticismo, de inmoral. Pongámonos en el caso extremo de que, en verdad, esta acción viniera alimentada principalmente por el deseo de obtener un rédito político y de multiplicar el alcance de una eficaz gestualidad. A partir de este 'a priori' bastante reduccionista, la primera consideración que cabe hacer es: cualquier partido político busca un rendimiento electoral en sus acciones porque, de lo contrario, no sería un partido político, sino otra cosa. Ahora bien, hay dos formas de obtener este rendimiento: hacer el bien o hacer el mal. Otros gobiernos, como el italiano, han negado al 'Aquarius' atracar en sus costas con la intención primera de lanzar un gesto elocuente a su electorado. En este caso, se ha buscado el 'decoro político' mediante la perpetración del mal. Pero no todo acaba ahí: ¿existe alguna manera de que una acción cuya finalidad es hacer el bien pueda estar mal cuando, en su desarrollo, nadie ha quedado dañado o mermado en sus derechos? Pongamos un ejemplo diferente: ¿le reprocharíamos a un banco la decisión de detener las órdenes de desahucios solo porque, con tal gesto, buscara limpiar su imagen de cara a la sociedad y atraer así a un mayor número de clientes? A la persona que se le permite permanecer en su casa, o a aquellas que son acogidas en un país después de navegar a la deriva durante días, ¿qué coño les importará el hecho de que se utilice su causa con tal de que una acción concreta les procure un bien, una mejora en sus vidas? Nunca dejarán de existir los intereses. La condición humana viene determinada esencialmente por la red de intereses tejida por cada individuo a lo largo de su vida. Y, en este sentido, y dependiendo del bien social irradiado por ellos, tales intereses podrán ser éticos o espurios. La ética no es una actitud santa y completamente desprendida; la ética implica una gestión de tus propios intereses en un modo en que el mayor número de personas reciban un bien. De ahí que urja dejar de decir tantas gilipolleces y demostrar que, hasta en la política, se puede actuar con un mínimo de sensatez y de compasión.

El dolor vivido siempre es menos estético que el dolor inventado. Entre otras cosas porque, quien lo sufre, no tendrá fuerzas para magnificarlo con adjetivos.

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