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Mapas sin mundo (22/03/2020)

PEDRO ALBERTO CRUZ

Domingo, 19 de abril 2020, 12:40

Miramos al futuro, y es como si estuviera tabicado: la imaginación no se proyecta más allá del 'ahora' en el que estás confinado. Entonces te vuelves para contemplar el pasado: nuestro nuevo territorio de fantasías. Hemos pasado de 'tener un futuro' a 'tener un pasado'. Estamos colonizando nuestros recuerdos y esquilmando sus recursos evocadores. Los vamos a dejar secos. No cabe más turismo en el pasado.

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Aspiro a vivir ese momento en el cual escriba directamente lo que siento, y no lo que el lenguaje me impone.

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Últimamente me agarro a cada detalle absurdo que se cruza en mi camino para exprimirle toda su capacidad experiencial. Lo absurdo es lo único que me libera de las estadísticas.

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Hay personas que se adelantan a los acontecimientos. Yo me retraso. Dichosa nostalgia: siempre me permite acompasarme con la historia y volverme un contemporáneo.

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Durante estos días, he cambiado mi forma de caminar. Las pocas veces que salgo a la calle me descubro caminando con urgencia y consciente de cada uno de mis pasos. En estos momentos en los que tengo todo el tiempo del mundo, he perdido el sentido de la lentitud, el tiempo de la dispersión. Todo es rápido y está enfocado. No consigo distraerme, desviarme de la línea recta y extraviarme. Literalmente: no puedo perderme. Y encontrarse siempre en el lugar y en el tiempo correcto es algo desolador, monstruoso, insoportable. O recupero pronto mi derecho a equivocarme o me volveré irremisiblemente loco.

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Las rutinas han sido sustituidas por los protocolos. Parecen lo mismo, pero no lo son. Las rutinas conforman un territorio de intimidad, de pequeñas y libres elecciones que repetimos diariamente casi como si de automatismos se trataran. Los protocolos, en cambio, constituyen una intrusión de las instituciones en la vida cotidiana: cuanto hacemos está reglamentado por el rigor de los boletines oficiales. Nuestras vidas están protocolizadas hasta un punto insano. Jamás la cotidianeidad ha estado tan cerca de la disciplina militar.

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Hasta hace poco más de un mes, las pantallas nos prometían una realidad aumentada. La realidad a secas, inmediata, no vehiculada por una interfaz, nos parecía decepcionante. Todo eso ha cambiado. Las pantallas han muerto –su promesa de hiperrealidad nos resulta ya una cárcel–. Uno de los cambios más drásticos que traerá esta crisis en lo que a nuestro modo de vida se refiere será el retorno abrumador de la carne. Un virus ha destrozado la seducción de los simulacros para devolvernos el deseo de la realidad 'pobre', sin potenciadores de experiencia. Quizás, estemos viviendo un viaje desde la contemporaneidad hasta la modernidad en tan solo dos meses. El deseo es el motor del mundo. Y, ahora, todo lo que se desea es el cuerpo. El futuro será corporal o no será.

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