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De todas las declaraciones y frases para la historia (negra) que han salpicado la vida pública durante estos vertiginosos días, me quedo con una de ... Isabel Franco pronunciada durante una entrevista en la SER: «Estoy a disposición de mi partido». Habría que preguntarle a continuación: ¿de qué partido? Porque de Cs no creo que sea. Le ha robado un acta de diputado y la ha puesto a disposición de otro grupo parlamentario. Y eso es, sinceramente, lo que mayor perplejidad provoca del actual panorama político: el desvalijo sistemático de un bien común bajo el pretexto de una defensa de la integridad y de los valores esenciales. Es perfectamente comprensible que alguien disienta de las políticas oficiales de su partido —es más, suelo admirar a quien se atreve a verbalizar tal disenso—. Pero, si llegado el caso, se ve obligado a abandonar su formación política y ocupa un cargo de representación en el Congreso, asambleas regionales o ayuntamientos, que entregue su acta y se vaya. Porque, de acuerdo al sistema electoral español, el ciudadano vota a unas siglas, no a un nombre. Por cuanto el asiento que ocupa es un 'bien común' del partido y, por ende, de sus afiliados y de sus votantes. Durante los últimos días, diferentes diputados y senadores de Cs han abandonado el partido. Pero —¡oh sorpresa!— ninguno de ellos ha entregado su acta, prefiriendo pasar al grupo mixto. Eso no es ser crítico, sino un vividor de la política. Detrás del desvalijo del bien común solo hay un acto de egoísmo, un ejercicio de narcisismo rayano en lo enfermizo por el cual quien lo padece llega a considerarse la salvaguarda de las esencias del partido al cual ha traicionado. De hecho, la referida Isabel Franco ha manifestado que nadie la eligió para darle el Gobierno de la Región de Murcia a Pedro Sánchez. Es evidente que una declaración de este tipo solo deriva de un discurso construido sobre la marcha para intentar argumentar cutremente lo que, en realidad, solo es un acto de supervivencia. Pero imaginemos que, en verdad, fuera esto lo que pensara. Un diputado puede cambiar de forma de pensar en el transcurso de cuatro años; y su partido, también. Cuando el discurso de ambas partes varía y lo hace en sentido contrario, el argumento que prevalece es el de aquel en quien está depositada la 'confianza común': el partido. Dicho de otro modo: ningún individuo puede investirse de un transfuguismo mesiánico para hacer prevalecer un ideario personal -completamente interesado, además. La proliferación del transfuguismo en la actual política regional y nacional es sintomática de una mediocridad intelectual rampante tanto por parte del que lo promueve como de quien lo acoge. No entendemos todo lo sucedido en clave de una contienda de ideas —las ideas no están, nunca existieron—, sino de pulsión de poder. Maquiavelo ha triunfado: el fin justifica los medios. En cualquier sociedad con un mínimo de madurez, la ciudadanía pasaría factura electoral a tanto desmán. Pero aquí no. No nos engañemos. El hooliganismo partidista arrasa el espíritu analítico. Y la impunidad social es el mejor caldo de cultivo del maquiavelismo más refinado y torticero. Nada va a cambiar.
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El pasado martes, mientras bajaba en autobús del Campus de Espinardo, me topé con la marcha motorizada convocada por Vox. La escenografía era la esperada: banderas de España por doquier, reproducción continua del himno nacional acompañada de grandes hits de la ultraderecha como el himno de la Legión y el 'Que viva España', de Manolo Escobar. A cabeza de la manifestación, un coche con una potente megafonía lanzaba mensajes trufados de expresiones como 'mismísimo diablo' o 'fuerzas oscuras'. En las aceras, los viandantes se detenían a filmar vídeos y a aplaudir con fuerza. Es evidente que en la Región de Murcia se compara con mayor entusiasmo que en ninguna otra comunidad los símbolos nacionales. Y ese es el problema: que Vox es perfectamente consciente de los cebos que tiene que lanzar para captar a la gente. A un murciano se le nubla la mente ante un símbolo nacional. Ya no piensa en nada más, en todo lo que hay detrás de esta exaltación de la bandera y del himno. Quien vota a Vox no solo está comprando banderas rojigualdas ondeantes y resplandecientes; igualmente, está avalando el racismo, la LGTBIfobia, la negación de la violencia de género, el pin parental, la destrucción de la diversidad. Me niego a creer que todos los que insertan la papeleta de color verde en la urna asumen conscientemente todas estás políticas del odio. Porque, de ser así, el problema que tiene esta región es mayúsculo, y su futuro muy, muy oscuro.
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Releo casi a la desesperada el 'Manifiesto hedonista', de Michel Onfray: «Goza y haz gozar, sin hacer daño a nadie ni a ti mismo; ésa es la moral». He decidido que me voy a tatuar esta frase para que nunca se me olvide. El gozo inocuo. La sensualidad como forma de bien. La moral del cuerpo, y no del alma. Qué lejos estamos de ello. Qué lejos estoy. El alma me aplasta literalmente la carne.
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