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Como sociedad, nos sobra criticar y nos falta estructura crítica.
En el 'caso vacunas', hay mucho de improvisación y poco de estrategia. La falta de planificación y de medios ralentizó el ritmo de vacunación hasta niveles indefendibles. Cuando no existen criterios políticos sólidos, las urgencias vienen impuestas por la presión de la opinión pública. Y, durante la primera fase de la vacunación, la urgencia máxima era elevar la cifra de dosis inyectadas. ¿Solución? Tomar atajos y vacunar a destajo, sin ajustarse a los protocolos establecidos. No creo en la existencia de una red de corrupción, urdida para crear un 'circuito B' en la administración de las vacunas. Antes bien, creo que la raíz del problema es un plan chapucero de vacunación dejado a la improvisación y a la libérrima interpretación de la norma. Lo prioritario era asear los números y dar la imagen de solvencia en la campaña de vacunación. Más que mala fe, hay mala gestión. Lo cual no tranquiliza: porque supone situar el problema no en una conducta personal, sino en un problema estructural. Más allá de culpar al ciudadano de todos los males del universo, no se ha sabido hacer nada bien ni en tiempo ni en forma. Y, a estas alturas, la coartada del 'ciudadano criminal' como manera de exonerar a la administración de sus clamorosos errores de gestión ya no vale.
En su toma de posesión, Joe Biden hizo referencia expresa a la necesidad de acabar con el supremacismo blanco. Que, en su primer discurso, un presidente de los EE UU blanco subraye la urgencia de curar los estragos del supremacismo blanco me parece una declaración de intenciones a subrayar. Con la llegada de Obama a la Casa Blanca, se anunció el comienzo de una 'era posracial' &ndashes decir, un periodo en el que todas las razas se igualarían en derechos y ninguna prevalecería sobre la otra&ndash. Como se demostró posteriormente, tal afirmación no pasó de ser una creencia naif que trivializaba el problema estructural del racismo en los Estados Unidos. De hecho, fue durante el mandato de Obama cuando, ante el recrudecimiento de la violencia policial, surgió un movimiento como el Black LivesMatter. Que la presidencia de la nación fuera ejercida, por primera vez en la historia, por un político negro no redujo el impacto del supremacismo blanco en la sociedad estadounidense. Sin embargo, ahora, con el inicio de la 'administración Biden', se abre un nuevo periodo de expectativas en torno a la cuestión racial. Y no tanto por el propio Biden &ndashque, desde los 28 años, forma parte del 'establishment' político y su potencial transformador está condicionado por su 'aislamiento institucional'&ndash cuanto por la figura de la vicepresidenta Kamala Harris. Con frecuencia, numerosos comentaristas e intelectuales europeos menosprecian cuanto sucede en EE UU bajo el argumento de que ninguna variante introducida en su sistema político conseguirá transformar la red de intereses intervencionistas y neocapitalistas que caracteriza su agenda interior y exterior. Por una parte, llevan razón quienes así opinan, pero, por otra parte, no. Pese a toda la rigidez racial de la sociedad norteamericana, el siglo XXI ya ha sido testigo de un presidente y una vicepresidenta negros y descendientes de inmigrantes. ¿Ha sucedido algo parecido en España? Por más gobiernos progresistas que hayamos tenido, ¿recordamos algún ministro inmigrante o no-blanco? No. Y parece difícil que vaya a suceder en un breve plazo de tiempo. Sin embargo, en EE UU, el nombramiento de Kamala Harris como vicepresidenta supone la posibilidad histórica de introducir en la Casa Blanca tres variantes que, hasta el momento, no habían interactuado: un pasado en el activismo, su negritud y el hecho de ser mujer. La combinación de una política de igualdad racial y de una política de género puede suponer un paso de gigante en el proceso de socavamiento institucional del supremacismo blanco. El feminismo constituye, en la actualidad, un componente transversal ineludible a cualquier proceso de conquista de derechos sociales. Y este factor indispensable es el que puede introducir Kamala Harris en las necesarias y urgentes políticas antirracistas que se implementen de ahora en adelante. Ojalá su presencia en la Casa Blanca traiga la transformación real que necesita la sociedad norteamericana.
El indicador de la inteligencia es la asunción de que cualquier argumento formulado es falible.
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