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La cultura está de facto prohibida. Y me sorprende. Sinceramente, pensaba que la cultura -incluso en su versión más 'a la contra' y transgresora- había sido ya domesticada por el sistema, y pocas molestias le podía causar. Pero la llegada de la pandemia ha venido a demostrar lo contrario: 'algo' ha de ser temido el tejido cultural cuando exposiciones, obras de teatro, conciertos, conferencias, etc., han sido expulsados del perímetro de lo permitido. Las administraciones objetarán que esto no es así, y que en ningún documento se expresa la prohibición de no representar una pieza teatral. Pero, claro, hay dos maneras de prohibir: impidiendo expresamente la celebración de un acto, o reduciendo tanto su aforo que resulte por completo inviable. ¿Por qué molesta tanto la cultura cuando se ha demostrado que constituye uno de los espacios más seguros que hay? En primer lugar, por el destructivo pragmatismo español. En España, la cultura no es un 'servicio esencial'. Si, después de todo lo que ha pasado, no se han realizado las inversiones necesarias en sanidad y educación, ¿de verdad pensamos que alguien se va a preocupar por el último de los vagones del tren -la cultura? España es un país que vive al día, y la cultura solo es apreciada desde el medio y largo plazo que procuran los proyectos de sociedad. Y ese es el problema: nos importa un bledo el tipo de sociedad que queremos más allá de cuánto crezca o disminuya el PIB. España nunca ha tenido un proyecto: es un país desnortado, agarrado a la actualidad y grosería de los tangibles. En segundo lugar, la cultura es autoconciencia, y la autoconciencia promueve la sensibilidad y la finura de conocimiento -justo lo que no se quiere hoy en día. El perfil del 'buen ciudadano' actual es: inmovilizado por el miedo, intimidado. Más allá de la mascarilla, el gel hidroalcohólico y la distancia de seguridad, se exige no pensar en nada más. Éste es todo nuestro horizonte 'intelectual'. De manera que, en un contexto tan disciplinario, es evidente que la cultura sea considerada como peligrosa, poco aconsejable para el control social. Por último -y como tercer factor-, los asistentes a una obra teatral, una lectura poética o una exposición suelen tener un bagaje cultural superior al de la media de la población. Quiere esto decir que si hay un tipo de gente que, por su educación, va a ser respetuoso con las normas sanitarias, es éste. Sin embargo, el sector cultural es el que se ha penalizado con un mayor número de absurdas restricciones. El analfabetismo sistémico y de moqueta existente en España sigue pensando en la gente de la cultura como maleantes y gentes de mal vivir. Aquí está el problema. En los buenos tiempos, nos juntamos con ellos para coquetear con la transgresión e introducir un poco de adrenalina en nuestras tristes vivas. Pero, en los malos tiempos, nos alejamos de ellos, no sea que nos vayan a contaminar. Porque -ya se sabe- en el fondo son unos ácratas sin remedio.

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Son multitud los que piensan que esta sociedad necesita de prohibiciones para funcionar porque, debido a su inmadurez e irresponsabilidad, no es capaz de gestionar por sí misma la libertad. ¿Recuerda esto a algo? Sí, al discurso estándar de cualquier dictador. La sociedad es demasiado insensata para dejarla actuar libremente, así que es él quien le impone las reglas. Todos los que -desde la derecha y desde la izquierda- defienden este tipo de argumentos han de saber una cosa: sois nostálgicos del franquismo. Quizás no seáis conscientes de ello, pero lo sois. Quien no confía en la sociedad no puede creer en la democracia. Es un principio básico e imposible de obviar en los tiempos que vivimos.

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La estrategia es clara: acusar a todos los que se apartan del discurso oficial de 'negacionistas' y 'terraplanistas'. Y no: entre la mentalidad norcoreana de gran parte de la sociedad española y Miguel Bosé, existe un amplio abanico de registros intermedios. Por más que se empeñen, el maniqueísmo no conseguirá ahogar al escaso debate y reflexión que emerge.

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La historia juzgará el silencio de los intelectuales. Atronador. Su ejercicio de 'camaleonismo' para pasar desapercibidos y confundirse con el discurso oficial constituye una de las grandes traiciones al pensamiento del último siglo. ¿Qué jodido es que te tomen por un insolidario cuando el simple hecho de analizar las cosas ya implica salirse del militarismo social imperante, verdad?

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laverdad Mapas sin mundo (06-09-2020)