Secciones
Servicios
Destacamos
El 'segundo confinamiento' se ha convertido en la única medida de la que, casi unánimemente, quieren huir las autoridades españolas. Todo está permitido menos esta última opción, que se rechaza no tanto por el convencimiento del efecto aniquilador que tendría sobre la psicología de los ciudadanos cuanto por la creencia &ndashtotalmente cierta&ndash de que la repetición de una medida tan severa abocaría a la economía a su extinción definitiva. Pese a ello, no deja de sorprender la significativa bolsa poblacional que considera el 'segundo confinamiento' como una buena medida para atajar todos nuestros males. En este punto es en donde se hace visible la 'España funcionarial', es decir: esos casi 2.600.000 trabajadores públicos que, pase lo que pase, cobrarán su sueldo mensual y que, desde su búnker antinuclear, no dudan en solicitar cualquier tipo de medida que implique el cierre y ruina del negocio ajeno&ndash. Me llama la atención que muchos de los que reclaman civismo y empatía por parte del conjunto de la sociedad no sean capaces de entender que, detrás de cada negocio que se cierra, hay personas, y que esas personas sienten que se les está acabando la vida a consecuencia de su asfixia económica. En realidad, gran parte del éxito que el 'prohibicionismo' tiene en España se debe a que somos un país asentado en una 'falsa moral', en virtud de la cual reclamamos por una parte la misma solidaridad que negamos por otra. Pocas veces he sentido tanta tristeza por mi país cuando, hace un par de semanas, se decretó el cierre total del ocio nocturno, y miles y miles de personas se manifestaron en redes sociales con la misma sed de sangre con la que se quemaba a las brujas en siglos pasados. Muchos comentarios trascendían el plano de las estrictas consideraciones sanitarias, para adornar sus bramidos con consideraciones de orden moral. Hace un par de meses expresé en esta misma sección mi temor a que la lucha contra la Covid-19 estuviera sirviendo de excusa para el resurgimiento de un feroz puritanismo que amenazaba con retrotraer a España a pasados y oscuros tiempos. Y los hechos no hacen más que confirmarlo: leyes contra los jóvenes &ndashhay quienes pretenden la implantación de un toque de queda para ellos&ndash, los bares de copas, las discotecas, el tabaco, el alcohol... La pandemia está siendo aprovechada por muchos para saldar cuentas de tipo moral. Y ello conduce a que el 'prohibicionismo' se encuentre impregnado de un toque de 'caza de brujas' que está reconfigurando la sociología española. Porque vuelvo a subrayar un aspecto importante: el puritanismo que padecemos es posideológico y afecta tanto a los de derechas como a los de izquierdas. Más de 300.000 familias están al borde de la quiebra, y ¿la respuesta de la sociedad cuál es?: ¿pedir explicaciones a los que gobiernan por una gestión tan nefasta que les ha llevado a la solución más fácil: sacrificar una parte importante de nuestro tejido económico? Por supuesto que no. Aplaudir la ruina de cientos de miles de compatriotas, y apostillar con un escalofriante «se lo merecían». Lo que no entienden quienes así se comportan es que, por mucho que tengan asegurado su sueldo todos los meses, la economía está conformada por fichas de dominó. Cuando cae la primera, las restantes vienen a continuación. Y, aunque ahora mismo las primeras fichas derribadas se atisban muy lejos, llegará el momento en que la nuestra caiga. Y entonces vendrán las 'madres mías'. Seamos más exigentes con los poderosos, y menos sádicos con los débiles.
***
¿La mascarilla es portada por miedo real al contagio o por una simple actitud de cumplimiento ciego a la ley? Un simple experimento de campo. En la Región de Murcia, la mascarilla es obligatoria en todas las situaciones al aire libre, excepto en la orilla de la playa. La densidad de ocupación de una playa es mayor que la de cualquier calle de una ciudad. Y, sin embargo, prácticamente nadie de quienes disfrutan de las playas murcianas porta la mascarilla. ¿Por qué? Porque las autoridades dicen que ahí no ha de hacerse uso de ella. Pero si, como acabamos de decir, la presencia de personas es superior a la de cualquier vía pública, ¿qué es lo que sucede: no hay miedo? En realidad no. Es el fiel exponente de cómo hemos concedido estatuto mágico a unas normas que, en determinados puntos resultan ilógicas, pero que nos sirven de mecanismo de control entre los ciudadanos. Si en la orilla de la playa la incidencia de la Covid-19 es prácticamente nula, ¿por qué no va a resultar igual en una calle o avenida de nuestras ciudades? ¿Por qué en la vía pública denunciamos a quienes no llevan mascarilla y en la orilla de la playa no? ¿Por riesgo de contagio? No, por estricto y acrítico acatamiento de las normas.
***
Hemos pasado del 'confinamiento' al 'confinamient'. Tantas son las restricciones incorporadas durante las últimas semanas que solo una vocal &ndashla 'o'&ndash nos separa de los peores tiempos.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.