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Somos el único país del mundo en el que, cuando se pregunta a la población sobre posibles medidas ante la Covid-19, demanda soluciones más estrictas de las que ya tenemos. De alguna manera, la ciudadanía ha aprovechado este contexto para homologar sus insatisfacciones y encontrar una figura superior de responsabilidad en la que realizarse. La idea de la España caótica e indisciplinada se ha revelado completamente falsa. Quizás el ser inveterado de este país es otro muy diferente al que se nos había querido vender.
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Somos la generación de «jamás pensé que vería esto». El 11-S rompió el umbral de lo concebible, y un imaginario de ficción irrumpió en la realidad de carne, huesos y cementos. En la vida podríamos haber imaginado que un personaje como Trump llegara a regir los destinos de los EE. UU. Después de lo sufrido por el mundo durante la Segunda Guerra Mundial, nunca hubiéramos sido capaces de prever que una nueva ola de xenofobia institucional obtendría el apoyo de cientos de millones de personas a lo largo y ancho de todo el planeta. En un país como España, en el que durante cuatro décadas tantas personas dieron su vida por traer la democracia, hay que frotarse los ojos para no considerar como una alucinación el que millones de personas apoyen discursos nostálgicos y supremacistas, que revindican el retorno de un orden preconstitucional. Y, claro está, tras toda esta sucesión de 'imposibles reales', solo faltaba la vivencia de una pandemia y de sus distópicas consecuencias: confinamientos, supermercados vaciados, mascarillas, prohibición de los abrazos. Hemos perdido todos los referentes de 'normalidad' con los que hasta hace poco nos manejábamos. Cuando se habla del deseo de recuperar una 'vieja normalidad', lo primero en lo que pienso es que ese estado de cosas al que queremos volver es uno marcado por lo impensable y lo abyecto, por el estallido de todos nuestros umbrales éticos. Estamos ante la urgencia de redefinir nuestros confines intelectuales. Y, ciertamente, cada vez resulta más difícil. Ningún escenario peor constituye ya un imposible. No existen límites para imaginar la realidad. Y esto es aterrador, porque la imaginación solo pierde sus lindes para invadir la barbarie.
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Lo mejor del verano es que algunos leen &ndasho dicen que van a leer&ndash el único libro del año. Ojalá les cunda y sus efectos duren al menos hasta Navidad.
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Hay formas de pensar que son más incívicas y dañinas que el hecho de no llevar mascarilla. No lo olvidemos.
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El problema de la moderación es que es una actitud, no una consigna. Y, por lo tanto, no se puede repetir de memoria.
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18 de julio. España es el único país del mundo en que se autorizan manifestaciones que conmemoran un golpe de estado. La Delegación del Gobierno de Madrid ha informado de que, mientras los participantes lleven mascarilla y guarden distancia social, no hay nada que objetar. Así son las cosas: te colcocas una mascarilla y ya estás legitimado para homenajear a una dictadura.
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¿Cómo se llama el acto de fracasar y perder elecciones? Tener alma.
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