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Vox es un partido catártico. Etimológicamente, el término griego 'katharsis' (purificar, limpiar) se empleaba para describir todos aquellos procesos que implicaban la limpieza de la sangre, la enfermedad del cuerpo, las emociones de la mente o las manchas causadas por la contaminación ritual. El ejemplo por antonomasia de todas estas 'impurezas' que debían ser erradicadas mediante la catarsis era la mujer. Considerada como una criatura de la noche y de la luna, la mujer era estereotipada como un ser contaminado, pálido, húmedo, débil, cambiable por naturaleza, un ser materialmente impuro que se hinchaba, se encogía, resultaba penetrada y sufría continuas metamorfosis. En definitiva, constituía lo opuesto a lo firme, al hombre apolíneo. Esta semana, un concejal de Vox, hablando sobre homosexualidad, ha llamado a los representantes de Más Madrid 'enfermos'. Concretamente les ha espetado: «Pierdan toda esperanza en convertir a mis hijos en enfermos como ustedes». La sentencia dista mucho de ser otra más de las diarias salvajadas que salen de la boca de los representantes de Vox. El término 'enfermo' asume toda la semántica de los viejos fascismos. Los nazis destruyeron gran parte del patrimonio cultural europeo y encerraron a millones de personas en campos de concentración desde la asunción de que eran unos 'degenerados' y de que, por tanto, una sociedad limpia, pura y firme debía ser purgada de aquellos agentes patógenos. Volvemos a los oscuros tiempos en los que la sociedad se dividía en dos tipos de personas: las 'sanas' y las 'enfermas'. Desde la óptica de Vox, enfermo es cualquier individuo que defiende los derechos humanos, que pretende garantizar la libertad de amar como cada uno desee, que protege a los más débiles y que reclama igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres. Siguiendo al pie de la letra su definición de 'enfermedad', el Nuevo Testamento es para Vox un panfleto peligroso que ensalza el contagio de la mancha, y su gran protagonista, Jesucristo, un enfermo moral que predicaba la convivencia entre semejantes. Todos los que formamos parte del reino degenerado de los 'enfermos' estamos, además, poseídos por la naturaleza femenina. Digámoslo claro: el proyecto político de Vox descansa sobre una estrategia higiénica consistente en limpiar a la sociedad de todas las debilidades y contaminaciones asociadas culturalmente con lo femenino. Su objetivo último es una masculinización violenta de la sociedad que nace del miedo atroz a ser penetrado. De este 'pánico a la penetración' surgen todas sus fobias: a la diversidad LGTBI, al inmigrante, al negro, al feminismo. Blindar las fronteras de la patria contra toda forma de invasión es un modo de protegerse contra cualquier transgresión de los límites sexuales y no ser penetrado. Nosotros los enfermos somos el componente débil y libre de una sociedad que solo puede mantener su firmeza desde su rigor masculino. Somos unos degenerados, unos afeminados y unos maricones. Si pudieran hacerlo, nos purgarían a todos como no hace tanto tiempo sucedió.
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Tendemos a considerar la amistad en clave masturbatoria: 'yo', 'mi', 'me', 'conmigo'. Sin embargo, siempre he entendido ésta como la oportunidad única de necesitarnos en nuestras diferencias.
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Cada día que pasa, la vida se parece menos al hogar y más a una conversación de ascensor: hablas por compromiso y refugiando la mirada en el teléfono móvil.
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La mediocridad solo sabe combatir. El diálogo es un acto de inteligencia en peligro de extinción.
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Quienes no salen de la letanía de 'la culpa la tiene el otro' deberían plantearse el marcharse y dejar su lugar a alguien que asuma la responsabilidad y solucione algo ya.
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