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Hemos convertido las convocatorias electorales en el comodín de la inoperancia. Las urnas han dejado de ser la expresión de la voluntad popular para transformarse en un intento, por parte de los partidos políticos, de que esta se corrija a sí misma no por el efecto de la convicción, sino del cansancio y del hastío. La repetición continuada de elecciones implica volver las reglas de la democracia contra sí misma, con el propósito de adulterar su funcionamiento. El «votaremos hasta que salga lo que yo quiero» invalida de facto la pluralidad de opciones y la igualdad de condiciones en su concurrencia para deslizar un mensaje demoledor: solo existe una opción válida de voto, y todo lo que no sea apostar por ella constituye un error inasumible por el sistema. Poco dista la situación actual de los plebiscitos convocados por los regímenes totalitarios disfrazados de democracia: hay urnas, sí, pero no libertad de voto. Y como todo lo hasta ahora sucedido ha sido un error, la repetición incesante de elecciones señala a la ciudadanía como culpable última de la parálisis que vive el país. Mientras no vote lo que se tiene que votar y deje ya de fragmentar el voto, repetirá curso y habrá de examinarse tantas veces como sea necesario. Estamos atrapados por la lógica -pervertida- de la democracia. El objetivo es corregir a toda costa la voluntad del pueblo y encumbrar al pensamiento único -el del bipartidismo- como la única fórmula susceptible de garantizar la gobernabilidad del país.
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Albert Rivera -al que, como es sabido, solo le importa Albert Rivera travestido de un nacionalismo español rancio- se ha sacado in extremis un ofrecimiento de abstención que garantizara el gobierno de Sánchez. ¿Qué le estarán diciendo las encuestas internas para este súbito cambio de actitud frente a su enemigo público número uno? ¿Pensará que con estos trucos de prestidigitador salvará los muebles? ¿No se da cuenta que Cs -por causa de su desquiciada gestión- es un partido amortizado y listo para el desguace?
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Moderación instrumental: dícese de la transubstanciación experimentada por Pablo Casado en las cercanías de cada ciclo electoral a fin de no ser demasiado él mismo. No descartemos que, en el fragor de algún mitin electoral, prometa incluso no nombrar a ningún torero como director general.
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Según Vox, toda mujer asesinada por su pareja o expareja masculina es culpable de adoctrinamiento ideológico. La violencia no tiene género.
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Ahora sucede que como el cambio climático es una teoría conspiranoica de la izquierda, la solución última para evitar el efecto devastador de las inundaciones pasa por cementar y quitar cañas. Así nos va. Todo final va precedido por un periodo de ceguera.
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Cada lágrima es un acto de piel. No despreciemos a quien llora.
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Un cuerpo es un incesante proceso de desconocimiento. Se muere cuando ya no cabe más extrañamiento en la carne.
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El alcalde de Madrid le dice a Ortega Smith: «Sabes que no comparto ni la ideología de género ni el feminismo del 8 de marzo...». Y lo dice como algo autoevidente, un elemento de orgullo y complicidad. Para empezar, las dos expresiones empleadas por Almeida -«ideología de género» y «feminismo del 8 de marzo»- implican una perversión tan obscena de la realidad que resulta sonrojante. El empleo de «ideología de género» en lugar de «política de género» supone transformar un sistema de derechos en una corriente de fanatismo. Y ¿qué es el feminismo del 8 de marzo? ¿Una perversión del feminismo 'original'? ¿Ha leído Almeida a Simone de Beauvoir o Luce Irigaray? ¿Es ese el feminismo que defiende el alcalde madrileño? ¿O incluso se remonta más atrás y toma como referencia a las heroicas sufragistas? En cualquiera de los casos, lo que defendieron aquellas mujeres es lo mismo por lo que luchan las 'radicales' del 8 de marzo: igualdad de derechos. ¿Por qué entonces esa superioridad moral tan rancia? ¿Cómo se defienden los derechos de las mujeres: con fotos como las del Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid -un campo de nabos-? Quien se muestra contrario a la política de género y al feminismo no tiene legitimidad para decirle a Ortega Smith que retire su pancarta 'La violencia no tiene género'.
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