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La humanidad necesita afectos. Y a cambio tenemos el diseño esquemático de un emoticono. Y la consecuencia no podía ser otra que un mundo gobernado por emoticonos: Trump, Bolsonaro, Jonhson, Salvini...
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En el prefacio a su estremecedor testimonio 'Si esto es un hombre' -un libro que debería ser de lectura obligada en los centros educativos-, Primo Levi escribe: «Habrá muchos, individuos o pueblos, que piensen, más o menos conscientemente, que 'todo extranjero es un enemigo'. En la mayoría de los casos esta convicción yace en el fondo de las almas como una infección latente; se manifiesta solo en actos intermitentes e incoordinados, y no está en el origen de un sistema de pensamiento. Pero cuando éste llega, cuando el dogma inexpresado se convierte en la premisa mayor de un silogismo, entonces, al final de la cadena está el Lager». Lo dice un superviviente de Auschwitz que, precisamente, escribió para dar voz a los que jamás pudieron compartir su testimonio: al final de la consideración del extranjero como enemigo está el campo de concentración. Puede que los dos extremos nos parezcan alejados por años luz de iniquidades, que el camino a recorrer para llegar al espacio de aniquilación del Lager está tan plagado de extravíos morales que ningún ser humano es capaz de volverlo a recorrer. Pero nos equivocamos. Entre el odio al 'otro' y el campo de concentración existe la mínima distancia que separa la reacción instintiva de la organización política e ideológica. Nada más. Poco a poco, ese magma informe del miedo es modelado por políticas que exacerbarán el odio a lo diferente bajo el manto moralmente eximente de la legalidad. Ningún fascismo se reconocerá como racista u homófobo. Sus actos y sus afirmaciones públicas estarán guiados en todo momento por el deber moral de purgar a la democracia de la anarquía y de reconducirla por el sendero de la legalidad de los grandes valores. No ha habido en la historia genocidio que no se haya ejecutado sobre el fundamento de los valores auténticos. Los fascistas siempre venden la libertad como un exceso social que urge domeñar mediante el cumplimiento estricto de la ley. De ahí que el plano legal sea el elemento de legitimidad en el que se hacen fuertes. Ellos no van contra nadie -los inmigrantes, los homosexuales y las mujeres son todos hijos de Dios y, como tales, depositarios del derecho a la vida-. Pero, en paralelo a este discurso exculpatorio, promoverán una depuración de la ley para eliminar de ella cualquier disposición que les reconozca algo más que el derecho a vivir. Claro está, la masa enferma por el miedo extraerá de este doble discurso una conclusión meridiana: los 'otros' son culpables de corromper la ley y de exceder su derecho natural a la vida. Y, entonces, se abrirá un siniestro campo de interpretación en el que el 'derecho a vivir' será reformulado en términos cada vez más restrictivos. Un joven se pasea por la calle y, de repente, es asaltado por unos energúmenos que al grito de '¡hola, maricón!', le agreden. ¿Se ha vulnerado con este acto de violencia su derecho a la vida? Por supuesto que no. Porque un maricón tiene derecho a quedarse en su casa, no a pasearse por la calle como si ésta fuera suya. Poco a poco el derecho a vivir implicará mayores espacios de exclusión, hasta que, por pura lógica, llegue un momento en que su libertad de movimientos sea tan escasa que, en lugar de indicarle aquellos espacios en los que no puede estar, se le señale el único en el que es bienvenido: el gueto, el Lager, el campo de concentración. Todos estos políticos regeneradores que surgen hoy como setas venenosas tienen muy claro cuál es el camino a seguir. Y para los incrédulos, una sola y final reflexión: hace cuatro años hubiéramos tildado de enajenado a cualquiera que nos hubiera descrito el panorama político actual. Nada se normaliza tan rápidamente como la violencia. Los márgenes para el odio que existen en la actualidad resultaban impensables antes de ayer.
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Nadie a quien se quiere será nunca un dios. Porque, precisamente por quererlo y desearlo siempre vivo, se tornará frágil y mortal hasta el punto de lo inasumible. Amar es humanizar, hacer del ser querido el pasto de la muerte.
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La normalidad lleva tantas cicatrices que cuesta reconocerla.
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Te recuperarás, Joaquín. Tienes que subir todavía muchos peldaños.
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¿Acaso no quedan buenas noticias? ¿Una sola y jodida buena noticia?
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