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Vox es un partido avalado por la democracia, pero no un partido democrático. El hecho de que, entre sus exigencias para posibles pactos, se encuentren la eliminación de la ley LGTBI o la retirada de atención médica a los inmigrantes sin papeles constituye un desiderátum que, aún en su obscenidad, a nadie debería sorprender. El problema no es tanto que logren sus objetivos cuanto que todo el mundo conoce sus objetivos. De alguna manera PP y Vox ya se encargarán de blanquear esta perversión antidemocrática mediante rebajas del órdago y travestismos eufemísticos. Pero, aunque tales exigencias mueran en el estadio del exhibicionismo ideológico, ya han sido formuladas públicamente y no tienen vuelta atrás. Vox ha dicho claramente lo que piensa y lo que es, y el hecho de pactar con él supondrá la aceptación implícita de su ideología fascista. Eliminar de un programa de gobierno unas medidas escandalosas se revela por completo insuficiente cuando tu socio de investidura ya ha cruzado líneas inadmisibles. Además, la respuesta ofrecida desde el otro lado a tales demandas supera en perversidad a las propias propuestas de Vox: «Dejen los asuntos privados fuera de las negociaciones». ¡Acabáramos! La libertad sexual es un asunto que, por no relevante para la jerarquía política, es reenviado al ámbito de lo privado y, por tanto, de lo no relevante. Aquella máxima del segundo feminismo de que «lo personal es político» no parece haber hecho mella alguna en la prodigiosa mente que ha parido tal ocurrencia. Y lo que es peor: la alternativa a la eliminación de la ley LGTBI es, nada más y nada menos, que: saquemos los derechos fundamentales de los individuos del debate público y releguémoslos a «asuntillos domésticos». La libertad sexual y de género es uno de los asuntos más apremiantes de la vida pública en la actualidad. Es un tema central e irrenunciable. Y quienes por, aceptación, rebaja o minusvaloración, no lo vean así estarán siendo cómplices de la infamia. Cs, en este sentido, tiene el papel más perverso de todo: sobreactúa ante las embestidas fascistas de Vox para, finalmente, acabar justificando el apoyo de este a un gobierno protagonizado por él. Tiempo al tiempo.
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El ignorante es ese curioso que todo lo quiere abarcar. En lugar de conformarse con no saber de lo suyo, quiere no saber sobre todo lo demás.
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Ojalá hubiera tiempo para contemplar gozosamente lo innecesario.
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Lo que falla es la escala de nuestros pensamientos: cualquiera de ellos que desborde el único día en el que existimos nos condena al dolor.
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El problema de Cs es la metonimia. La contigüidad espacial e ideológica le condena a ser Cx.
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El grito más estremecedor de la historia del arte no es el de Munch. En 1976, Kim Jones realizó en la California State University su obra 'Rat Piece'. Ante un público atónito, prendió fuego a tres ratas encerradas en una jaula. Jones se unió al terrorífico gritó de ellas con la intención de expulsar el dolor acumulado durante su participación en la Guerra de Vietnam. Esta brutal pieza le costó al artista una condena por maltrato animal y su exclusión de los espacios artísticos norteamericanos durante dos años.
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