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Los filósofos del lenguaje tienen que estar frotándose las manos con el esperpento semántico desencadenado por el proceso de pactos. A la cabeza de la amplia lista de expresiones patéticas se encuentra, sin duda, la ya célebre «se puede hablar pero no dialogar». Me imagino a J. L. Austin asistiendo a una reunión entre Cs y Vox para intentar determinar dónde termina el lenguaje constativo y dónde empieza el performativo, cuáles palabras cumplen con la mera función del habla y cuáles expresan una intencionalidad y una acción. Estos encuentros han de ser de un surrealismo insuperable, tipo 'conversación de ascensor', en los que, a fin de no pactar, se hablará del tiempo, de los hijos, del menú del día o de cualquier otra ocurrencia. Cualquier palabra o expresión que sugiera o connote remotamente una propuesta de pacto se evitará, de manera que, acabado el repertorio de frases-chorra, se hará ese silencio tan incomodo que caracteriza las conversaciones de ascensor a partir del segundo piso. Dado que Cs yVox han de vivir en el último piso de algún rascacielos -de ahí su enloquecido alejamiento de la realidad-, el silencio ensordecedor que ha de presidir sus reuniones dará lugar a millones de miradas al techo y canturreos evasores. La relación de Cs y Vox -el 'dúo del ascensor', que habla pero no pacta- constituye un paradigma de la siniestra estulticia que vivimos en la actualidad. La banalidad siempre esconde el mal. No lo olvidemos.
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En el fondo de nuestro arrepentimiento, siempre encontraremos una excusa para que éste no llegue a ser del todo sincero.
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Las verdades mienten en la misma manera que las mentiras dicen la verdad. Aún así se nos pide que confiemos; y lo hacemos asumiendo nuestro papel de gilipollas e impostando una cara de credulidad.
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Re(de)generación. Los paréntesis siempre expresan lo reprimido.
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A propósito de Madrid Central: todo parece indicar que el nuevo reformismo consiste en que los pulmones de los ciudadanos se ennegrezcan hasta la asfixia. No hay que prohibir nada -tampoco la muerte de todo lo vivo por contaminación-.
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Buscas a tu alrededor cuerpos que actúen como 'modelos de eternidad', que no sucumban al deterioro del paso del tiempo; cuerpos que no mueran y salven a los de los demás -también al tuyo; cuerpos que respiren con la rotundidad e inconsciencia de cuando se era un niño. Pero esos cuerpos ya no existen. De repente, todo aquello que fue sólido se torna efímero. Los ángeles pierden las alas y se vuelven un mal presagio, una espera. La eternidad es sustituida por un esfuerzo de dilación. Solo aspiras a que la realidad suceda lo más tarde posible. Vivimos para aplazar.
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Bataille define lo heterogéneo como todo aquello que la sociedad expulsa por no acomodarse a su configuración homogénea: fluidos, excrementos, lo contaminado... El problema es que el lado de lo heterogéneo crece más y más en nuestros días como consecuencia del aumento incesante de la lista de excluidos. Los discursos del odio triunfan y, con ellos, la porción de realidad excrementicia. Que el mundo es una mierda es algo que ya debe ser entendido en términos literales. Entre mujeres, maricones, negros, moros, rojos... poca realidad homogénea queda ya. La sociedad está siendo 'exteriorizada'. Ya no queda casi nada dentro. Y lo que queda, por supremacista e higiénico, da asco. Mejor irse a la mierda. Allí está la diversidad.
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