Mapas sin mundo (19/08/2018)
PEDRO ALBERTO CRUZ
Murcia
Domingo, 19 de agosto 2018, 12:35
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PEDRO ALBERTO CRUZ
Murcia
Domingo, 19 de agosto 2018, 12:35
No hay tristeza que no sea eterna. Pasado un tiempo se duerme, la creemos muerta, pero sigue respirando. Inhalamos aire para abastecer el sueño de cientos de desdichas.
Escribo aforismos, sentencias cortas, para limitar los detalles del análisis sobre mi dolor. Cuando el lenguaje se expande sin medida ni control, las palabras descubren cosas de ti difíciles de soportar, matices que espantan. La concisión no es un ejercicio literario, sino una medida de supervivencia: impide la masacre.
Todo lo que está de moda perderá algún día su vigencia. Así son los ciclos económicos -porque la moda es, ante todo y sobre todo, economía-. Realizo esta precisión porque el necesario feminismo ha de dejar de ser una moda para transformarse en macizo, en elemento inamovible del paisaje. Solo así alcanzará su eternidad. Su causa necesita no tanto de un espumoso desarrollo coyuntural, sino de un firme crecimiento estructural. Se trata de cambiar el sistema, no de convertir el viejo en más habitable.
Están los que desenfundan su subjetividad para combatir, y luego los que, por el contrario, lo hacen para sentirse derrotados. Hace tiempo yo pertenecía al primer grupo; ahora, en cambio, soy un triste número del segundo.
Aquellos pocos a los que he dado a leer mi último poemario -escrito en tres meses, con el esófago lleno de ácidos- coinciden en un diagnóstico: soy implacable conmigo mismo. Siempre lo he tenido claro: uno es culpable de su propio patetismo. No busquemos más causas en el mundo exterior.
Y todos, sin excepción, nos preguntaremos alguna vez: ¿por qué me ha tocado vivir en esa mitad del mundo destinada a llorar? Quizás porque la otra mitad exenta de lágrimas es un cielo que nunca ha existido ni existirá. Ser humano es estar condenado a vivir en la parte maldita.
Marina Abramovic ha encolerizado a la derecha italiana. Y eso, de partida, ya es una buena noticia: cualquier gesto que indigne a la extrema derecha europea seguro que obedece a una causa loable que, no hace mucho tiempo, hubiera pasado desapercibida por la unanimidad despertada. El motivo de tal ira es el cartel que ha diseñado para la presente edición de la tradicional regata Barcolana, en la que ella misma aparece blandiendo una bandera con el lema: «We're All in the Same Boat» («Todos vamos en el mismo barco»). Dice Paolo Polidori, el diputado principal por Trieste, que es inaceptable que se utilice un evento deportivo para hacer política. Manda huevos -como diría aquél-. ¿No será peor servirse de un drama humano como el de los refugiados para fines electoralistas? La xenofobia solo podría evitar la irrisión de las contradicciones más patéticas si permaneciera callada -y, en este caso, claro está, perdería todo el sentido para su masa de fanáticos-.
¿Qué atempera más el dolor: el calor o el frío? Acaso resulte más sensato asumir que el dolor siempre sucede en la estación equivocada -sea cual fuere esta-.
Lo que somos es ese instante, en medio de la madrugada, en el que despiertas y a ningún pensamiento le ha dado tiempo todavía a tomar el mando de tu cuerpo y hacerlo cultura, algo con historia y solidario, tejido de miles de palabras que no son tuyas. Lo que somos son esos segundos de indefensión extrema, en los que la carne se muestra tal y como es: una presencia extremadamente precaria, sin anclaje, que en cualquier momento puede colapsar.
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