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Lo elemental nos parece extraordinario. Esa es la medida de nuestra decadencia.

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Nunca he elegido el camino más fácil -el de la 'mentalidad de rebaño', el del pensamiento acomodaticio. En cada momento, he expresado lo que pensaba y lo que sentía, sin subterfugios ni circunvalaciones. Esto me ha dejado sin ejército que me defendiera: para los rojos era un facha, y ahora para los fachas soy un rojo. En todo momento he hecho lo contrario de lo que se esperaba de mí. Y no porque en mi intención esté ir a la contra, sino porque, simplemente, nunca me he comportado con la disciplina militar del 'bando'. Solo reconozco un enemigo: el fascismo y la desigualdad de derechos. Y solo reconozco en este sentido un frente de lucha: el de quienes los combaten. Nadie me va a callar, por más que me quiten micrófonos y medios para expresarme. No soy un 'bien queda', no me oculto detrás de opiniones tibias ni de actitudes suizas. Tampoco incurro en el insulto y la descalificación. Aquello que defiendo lo argumento, lo disecciono hasta la extenuación. Nunca he emitido una opinión a la que, previamente, no le haya dado mil vueltas. No soy libre -porque la libertad plena es una entelequia en la que solo cree la mentalidad bobalicona. Pero intento serlo. Y esa es para mí la única opción vital plausible: intentar ser libre -algo que resulta incómodo tanto para quien lo practica como para quien solo concibe la vida desde el 'terraplanismo' de su ideología. Son tiempos muy malos para la libertad de expresión -los peores en mucho tiempo. Pero precisamente por ello, la defensa de unos mínimos éticos se revela tanto más urgente y necesaria. Me quitarán un altavoz, pero no me arrebatarán la voz. Para bien o para mal, no sé ni quiero aprender a ser de otra manera.

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El tema de la semana son los resultados del estudio de seroprevalencia que ha realizado el Gobierno. Según estos, solo un 5 % de la población ha pasado la enfemedad de la Covid-19. Para la mayor parte de los opinadores y tertulianos, esto es un dato catastrófico. He escuchado, incluso, a tertulianos de derechas quejarse del éxito del confinamiento en España y calificarlo como una «noticia catastrófica». Sinceramente no salgo de mi perplejidad. Nos encerramos para salvar vidas, y ahora, a posteriori, el hecho de haber obtenido éxito se considera como un fracaso colectivo. El que solo un 5% de la población española haya padecido la Covid-19 es una noticia excelente: implica que ha habido menos contagiados, menos fallecidos, y menor presión hospitalaria. ¿Eso es lo que se buscaba, no? Considerarlo una mala noticia implica reconocer que, por conseguir una inmunidad de rebaño, hubiésemos deseado más muertes y más presión sobre nuestros sanitarios. ¿Y qué hay del futuro? El futuro es el futuro. En primer lugar, no sabemos si habrá un rebrote -es probable, pero no seguro. En segundo, la mayoría de los estudios indican que, de haber un repunte, es muy posible que sea de menor envergadura que esta primera oleada. En tercero, el sistema está mejor preparado para afrontar lo que venga. ¿No será mejor, por tanto, haber pasado este primer embate con el menor número de afectados posible? ¿No será mejor aquel viejo refrán de 'más vale pájaro en mano…'? Claro, lo ideal hubiera sido combinar los resultados obtenidos con un número de asintomáticos brutal. Pero este punto de vista es de un ventajismo obsceno. Nos confinamos para reducir al máximo la tasa de contagios, y ahora nos maldecimos de lo cojonudamente que lo hemos hecho. Nos lo tenemos que hacer mirar. El populismo de la opinión general está desvirtuando la realidad en términos colosales.

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Definición de la inutilidad de la política: 'Hasta aquí hemos llegado'.

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Se me ha olvidado lo que es ser piel. No hay nada que medie entre la realidad y yo. Y ya se sabe: es el medio es el sentido.

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