Secciones
Servicios
Destacamos
Juan, mi suegro, tenía esa rara capacidad de impregnar con su presencia cada una de las dimensiones del presente. Hay personas que piden permiso para vivir, que se reprimen o lo hacen con timidez. Él no. Juan hacía de su presencia una multitud, vivía con el descaro de los que no quieren desaprovechar un solo segundo. Mientras otros -entre los que me incluyo- se pasan la vida probando a encontrarle un sentido, interrogándola y perdiéndose entre mil teorías, él se dedicaba a vivir intensamente ese sentido. Juan estaba de vuelta cuando los demás todavía no nos habíamos atrevido a salir. Era esa clase de persona que cualquiera quería tener entre sus amigos, porque, cuando todo fallaba, ahí estaba él: sin anuncios ni justificaciones -estaba, sin más, dispuesto a lo que fuera-.
No entendemos nada de lo que te ha sucedido. Juan y muerte no son términos compatibles. De la manera en que vivías, desaparecer no era una opción. Y te juro que desde ese fatídico sábado he estado tentado de mandarlo todo a la mierda, de declararle la guerra a la vida, de asumir definitivamente que nada tiene sentido. Pero no sería justo. Tú, que eras una persona justa a carta cabal, no te mereces que tu legado sea un dolor que ocupa hasta la última de las células. No te mereces el rencor que ahora mismo podemos sentir ante tantas cosas. No te mereces, en suma, que no despertemos cada mañana con la intención de comernos la vida. Tu esposa y tus hijas se ahogan ahora mismo en un mundo que, tras irte, se ha quedado muy pequeño. Te has llevado su amplitud, sus paisajes, sus cielos, sus mejores expectativas, sus recuerdos. Pero me consta que se van a esforzar por civilizar su dolor y ensanchar el mundo para recordarte a cada segundo de la mejor manera posible: viviendo con tal conciencia e intensidad que en cada latido y respiración te hagan presente. A mí se me han acabado las palabras para consolar a Mavi. No tengo lenguaje. Lo único que me queda es abrazarla; abrazarla a cada instante, todo lo fuerte que puedo, en silencio. Abrazarla es mi casa. Y si de algo te sirve, ten la certeza de que jamás dejaré de abrazarla. Nunca se va a caer.
Allá donde estés, Juan, estarás comprobando cuánto te quiere la gente: tu familia, tus amigos, son una mezcla incontenible de lágrimas y de gratitud. Eras una buena persona. Y, entiéndeme, no te digo 'buena persona' como una frase hecha. En esta nuestra sociedad, solemos emplear la expresión 'buena persona' como si no hubiera nada más que destacar, como si, aparte de esta constatación, no existieran otros méritos relevantes. Pero este no es tu caso. Tú conseguiste lo que te propusiste. Triunfaste en aquello que querías. Tenías una inteligencia natural al alcance de muy pocos. Pero, por encima de todo ello, me quedo con que eras una buena persona. Porque para mí ser buena persona es la máxima expresión de un ser humano, la plenitud a la que puede esperar. Solo quiero a gente como tú a mi alrededor.
Te lo confieso: este es el texto más difícil que he escrito en mi vida. En primer lugar, porque estoy hecho trizas. En segundo, porque escribir sobre ti me impone. No te imaginas cuánto respeto te he tenido siempre. Y en qué medida he admirado tu forma de vivir. Has hecho siempre lo que has querido y has disfrutado de lo que tenías con una sabiduría inalcanzable para mí. Nunca te agradeceré lo suficiente que me aceptaras en tu familia tan rápidamente, con una generosidad que me conmovió. Recuerdo una mañana, en tu adorado Mazarrón, cómo hablando por teléfono con un amigo dijiste: «Aquí estoy, con mi hija y mi yerno». Era la primera vez que te referías a mí de esa manera. Y estallé por dentro de alegría. Me sentía dentro, uno más. Me sentía importante. Ese ha sido tu don: haber hecho sentir a todos los que te rodeaban importantes, merecedores de un amor y de un afecto que tanto solemos racanearnos en nuestras relaciones cotidianas. La mayoría solo sabemos crear problemas, tú aportabas soluciones. Tu gloria está hecha de una miríada de pequeños gestos que te hacían grande. La gente venía hacia ti; en tu generosidad confluyeron decenas y decenas de vidas que ahora se han quedado sin un referente fundamental.
Comprabas cada domingo el periódico y leías esta sección. Hoy está dedicada a ti. Y ojalá no lo hubiera estado. No era el momento de tu despedida, Juan. No te tocaba. La última vez que te vi te acababan de operar del ojo, por fin veías, y estabas resplandeciente. Se lo he dicho a Mavi muchas veces desde esa mañana: jamás nadie me había deslumbrado tanto con su vitalidad como tú en esos pocos minutos que te encontré en la calle. Sacaste músculo y todo para mostrarme tu fuerza. Para ti la vida era un secreto desvelado. De ahí que no entendamos nada, que estemos escandalizados, que nos encontremos suspendidos en un abismo. Cuando todo esto pase, te rendiremos el homenaje que te mereces. Con tus amigos, con el mar, con ese quinto de cerveza que siempre me ofrecías en el aperitivo -aunque tu hija te dijera tantas veces: «Papá, Pedro no bebe antes de salir a hacer deporte»-. Te echamos muchísimo de menos. Y no te preocupes por tu pequeño huerto. Tu esposa y tus hijas cuidarán de él con ese cuidado íntimo con el que tú lo hacías. Cada nuevo fruto que dé ese trozo de tierra será un renacer, tu renacer. Eres muy grande, Juan. Te queremos.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.