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El neofascismo nos va hacer echar de menos al neoconservadurismo.

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Hay un elemento antisistémico en las mascarillas que usamos durante estos días. La mascarilla tiene la capacidad de cubrir no solo boca y nariz, sino todo el cuerpo. Su presencia iguala todos los cuerpos y borra marcadores de identidad tan importantes como los de la moda. ¿Cuándo nos cruzamos con alguien con mascarilla por la calle, nos fijamos en cómo va vestido? No. Y eso trastoca uno de los pilares fundamentales de la sociedad de consumo: el valor simbólico es superior al valor de uso. Una mascarilla tacha por completo el funcionamiento de nuestro cuerpo como espacio simbólico, y lo reduce a puro valor de uso. La mascarilla se utiliza y se desecha. No establece distinciones de marca y de identidad. El cuerpo, además, es arruinado como lugar de seducción. Y donde no hay seducción, no existe consumo ni, por lo tanto, dimensión simbólica. Las mascarillas han hecho estallar la lógica interna de la sociedad de consumo. Han arrebatado a los cuerpos su capacidad para simbolizar.

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Una de las grandes ventajas del fascismo es la gestión que hace del lenguaje como un 'sublime negativo'. Sublime es aquella experiencia inasimilable, que desborda la capacidad racional del sujeto. Desde este punto de vista, lo sublime es lo que, por excesivo e irracional, no permite respuesta alguna. Genera un silencio. Lo inefable. Cuando, el pasado miércoles, Abascal arrojó sobre la cara de Pedro Sánchez el hecho de que la izquierda ha odiado históricamente a los homosexuales, creó un momento sublime. ¿Qué se puede responder a esto? ¿Se puede articular un discurso lógico que contrarrestre tan desmedida irracionalidad? Evidentemente que no. El fascismo juega con esos momentos de suspensión del lenguaje, con esos vacíos motivados por el estupor. Todas las palabras caen de su parte, y a nosotros nos dejan con el silencio sublime.

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Es más difícil encontrar buenos compañeros de pasado que de presente. Qué pocos caben en él, que poca nostalgia de casi nada.

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Y dicho esto, y como solo se puede vivir contradictoriamente, una observación que niega conscientemente la anterior: el concepto de 'nueva normalidad' ha vaciado de repente, y de una manera histórica, al adjetivo 'nuevo' de todas sus connotaciones positivas. Frente a las restricciones que se adivinan en la novedad, ansiamos lo viejo como un campo de posibilidades. La 'vida de siempre' se ha convertido en el verdadero espacio de transgresión.

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Desde un punto de vista intelectual, rechazo una situación como la del estado de alarma. Es más, lo vivo con enfado, escandalizado, en un continuo estado de rebeldía. Pero en estos momentos no queda otra opción que prorrogarlo. Y quienes lo han rechazado lo saben. Porque de haber estado en el gobierno lo hubieran utilizado en idénticos términos y por los mismos motivos. La causa del pésimo estatus histórico de la oposición en España es que siempre ha actuado sin tener en cuenta el condicionante que supone gobernar. Actúa alejada de la realidad, a sabiendas de que la realidad es el infierno de los que gobiernan, y que ella flota en un ficticio cielo en el que todo es posible y cualquier majadería expresada no se halla penalizada. En España, y salvo contadas y honrosas excepciones, la oposición siempre pensará en cómo joder al partido de gobierno, y jamás en qué beneficia al conjunto de los ciudadanos.

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