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Contra el populismo y el fascismo solo cabe una respuesta: la más firme de las condenas, sin matices ni analogías interesadamente traídas. No sé qué me produce más pánico: si los mensajes de Trump instigando a la violencia y aplaudiendo el asalto al Capitolio, o la tibieza de muchos políticos españoles y autonómicos, que aprovecharon los acontecimientos del 6 de enero no tanto para condenar enérgicamente el golpe de estado en EE UU cuanto para ajustar cuentas con sus adversarios políticos. A quienes así se expresaron solo cabe decirles una cosa: os habéis comportado como cómplices de la violencia, desenfocando vuestras críticas para hacer pesar más vuestro odio que vuestro espíritu democrático. Se os llena la boca con referencias a la Transición, pero, en realidad, traicionáis a cada instante el espíritu de concordia y reconciliación que la impulsó. Vuestro comportamiento es vergonzoso, sintomático de una aridez ética incapacitante y de una mediocridad intelectual nunca vista en el desempeño de la función pública. Todavía más: PP y Cs se apoyan y dan abrigo a un partido como Vox, para el que Trump es su admirado modelo de gobernante. Durante el desarrollo del intento de golpe de estado a la democracia norteamericana, Santiago Abascal afirmó que la izquierda había perdido el monopolio de la violencia. Eso es Vox: un partido que no cree en la democracia, que no acepta la derrota y que no duda en deslegitimar la victoria del adversario por el mero hecho de no pensar como ellos. De una vez por todas, tanto PP como Cs tienen que plantearse la pertinencia de mantenerse en el poder gracias a un partido filofascista que, llegado el momento, no dudaría en pasarlos por la trituradora ideológica ultra que conforma. Solo hay dos alternativas: moderación o barbarie. O jugamos a la democracia, o jugamos al fanatismo. Y, en estos momentos, todo indica que los fanáticos dirigen el rumbo de algunos partidos políticos. Oscuro futuro el que nos aguarda.
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Hasta el momento, las administraciones solo han tenido una línea de acción para combatir la pandemia: prohibir, restringir, cerrar. Poco margen más existía. Sin embargo, desde el 27 de diciembre, los gobiernos disponen de otra herramienta más para frenar la expansión del virus: las vacunas. La vacunación es la única estrategia capaz de reducir el daño de la pandemia sin causar daño social -merma de libertades fundamentales, quiebra de empresas, incremento del desempleo, pobreza… Pero he aquí que la campaña de vacunación está siendo un soberano fracaso. Mientras a las autoridades no les 'tiembla la mano' -expresión ya mítica y de una hermenéutica demoledora- a la hora de implementar medidas restrictivas y de exigir a los ciudadanos responsabilidad, su análisis sobre la gran pifia de la estrategia de vacunación rezuma una autoindulgencia que roza el cinismo más insoportable. Si los ciudadanos se equivocan, son unos criminales; si la administración no cumple con su obligación, «se hace todo lo que se puede». Lo que se está demostrando es que la incapacidad de los gobiernan solo alcanza para lo fácil: prohibir y causar pobreza. Pero cuando se trata de implementar la única medida que aporta soluciones definitivas y nos puede devolver a la normalidad, ahí el liderazgo y la ausencia de temblores de mano hacen aguas. Para todo lo que sea exigir sacrificios a los demás, estamos en primera fila; sin embargo, cuando hay que aplicar medios, previsión e inteligencia, damos un paso hacia atrás y adquirimos un perfil bajo. Queremos el poder absoluto, pero ninguna obligación. Esa es la triste y jodida realidad. Cada imprudencia de la sociedad mata. Pero cada día de retraso de la vacunación también. Repartamos las responsabilidades en lugar de comportarnos como 'sheriffs' de pacotilla que solo saben acusar a los ciudadanos. Gestionar la crisis no implica solamente publicar medidas restrictivas en los boletines oficiales, sino aprovechar la más mínima oportunidad de construir futuro. Y, cada día en que no se inyectan las dosis previstas, se destruye futuro en forma de muertes y de pobreza. Denunciemos la incapacidad de los que nos gobiernan con el mismo énfasis con el que ellos nos acusan de todos los males que padecemos. ¡Yo acuso!
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La poesía es la segunda vez de las cosas. No nos engañemos: un poema siempre muestra una realidad de segunda mano -quizás, como cualquier intento de belleza-. El arte se funda sobre la pérdida de la primera vez. Siempre encierra un estado de duelo.
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Los mismos que piden ley y orden en España son los que ven un acto de defensa de la democracia en el asalto al Capitolio. Ley y orden: el eufemismo para referirse al caos golpista.
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