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MAPAS SIN MUNDO (10/11/2019)

PEDRO ALBERTO CRUZ

Murcia

Domingo, 10 de noviembre 2019, 11:46

Hoy la Región de Murcia puede ser la comunidad española que más apoyo otorgue a la extrema derecha. De todas las lamentables clasificaciones que encabezamos, ésta es, desde luego, la que más vergüenza nos debería dar y la que, en circunstancias normales, más nos debería llevar a una profunda reflexión. Pero nada de esto sucederá. Por el contrario, habrá una satisfacción generalizada por ser el reducto fascista de occidente. Nuestro destino se esclarece a través de las sombras más oscuras y aterradoras. No tenemos remedio.

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Mi admirado Bob Pop señaló el otro día, tras el desistimiento del resto de representantes políticos a desenmascarar los argumentos falaces y cavernarios de Abascal, una clave harto interesante: refutar una mentira se ha convertido en una forma de alimentarla. La idea de que las proclamas fascistas es mejor ignorarlas so pena de otorgarles un protagonismo que no se merecen constituye, en efecto, el síntoma evidente de una enfermedad mortal: el lenguaje ya solo puede funcionar como caja de resonancia de lo peor, y no como arma democrática con la que reducirlo. El debate ha perdido su potencial cualitativo en beneficio de su pura dimensión cuantitativa. En el momento en que se enuncia una idea, ésta se torna en indestructible. Se la puede expandir, pero no esclarecer. Y, de uno u otro modo, todos somos culpables de esta situación fatídica. Hemos convertido el derecho a la opinión en una maquinaria todopoderosa de producción de ruido. Nos limitamos a expresar nuestro parecer como un absoluto blindado frente a cualquier réplica. Lo que argumenten los otros ya está muerto a priori. Ni lo escuchamos ni nos importa. Consideramos el disenso como un suplemento entrópico, como un vertedero de necedades que intenta sepultar con mierda nuestra preclaridad. Y, claro, esto vale para todos los argumentos: los que contribuyen a la salud democrática y los que resultan tan insidiosos y violentos. Le hemos dado a los que solo saben odiar el poder de que transmitan sus delirios con total impunidad, sin que una única palabra sea capaz de desnudarlos y de mostrar sus intenciones depravadas. Todos, sin excepción, seremos culpables de cada uno de los votos que el fascismo obtenga hoy. Todos.

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Si España tuviera una calidad democrática equivalente a las miles de referencias que diariamente se hacen a la Constitución, colectivos del tipo de los que buscan corregir las desviaciones sexuales estarían prohibidos y sus integrantes sentados ante un juez. Cada euro público con el que se riegue su odio es un atentado contra la dignidad humana. No caben matices de ningún tipo. La libertad de amar no puede ser secuestrada por los experimentos depravados de los nuevos Mengele.

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Seguimos gestionando las aulas como fábricas, y no como un crisol de capacidades. La educación no solo necesita más medios, sino mayor inteligencia y responsabilidad. El salto de la calidad de la estructura educativa española se producirá cuando dejemos de otorgar prioridad al hablar sobre el escuchar. Somos sismógrafos, no manufactureros.

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La libertad está conformada por ese conjunto de cosas que, en un debate electoral, se consideran inútiles y sin interés.

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Hace no mucho tiempo, las vísperas de votación eran días especiales: se cenaba poco, nada de alcohol, a la cama pronto y abstinencia sexual. Te comportabas como un deportista de élite antes de una gran competición. Ahora, sin embargo, llega la jornada de reflexión, y, antes de acostarte, piensas: «¡Joder, se me había olvidado, mañana hay que votar!». Cosas de la política del bloqueo. Se pierde la concentración.

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