MAPAS SIN MUNDO (08/07/2018)
pedro alberto cruz
Murcia
Domingo, 8 de julio 2018, 13:12
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pedro alberto cruz
Murcia
Domingo, 8 de julio 2018, 13:12
¿Cómo comienza el acto de escribir? Louis Aragon lo expresa como nadie cuando afirma: «Je me jette à l'eau des phrases comme on crie. Comme on a peur. Ainsi tout commence...» («yo me lanzo al agua de las frases como se grita. Como se tiene miedo. Así comienza todo»). Puede haber necesidad, disciplina, placer, pero, en definitiva, y con independencia de cualquier móvil general, lo que nunca falta es miedo. Pero ¿miedo a qué? Principalmente a no dominar el lenguaje, a ser vencido por él. La gran particularidad de las palabras es que son, al mismo tiempo, lo de siempre y lo de nunca, y, por más que exista eso que se denomina oficio, uno siempre se zambulle en ellas por primera vez. El oficio sirve para escapar del peligro, no para evitarlo. Y quien no lo vive mientras escribe es que realmente no está escribiendo. La relación del escritor con el lenguaje es de indefensión. Se suele escribir a la desesperada, porque, como le dijo Rilke al joven poeta, si no lo haces, mueres. Pero, entiéndase bien, esa necesidad de gritar no se sacia de inmediato, como si todo consistiera en un intemperado juego de escritura automática en el que profieres el grito tal y como se suscita el deseo. Para gritar tienes que encontrar las palabras; y las palabras tardan porque siempre han de ser las exactas. De ahí que el grito quede suspendido al filo de la garganta, a veces pudriéndose durante días sin poder salir. Hay gritos, incluso, que no llegan a encontrar su destino lingüístico y quedan dentro de ti para siempre. Eso son los peores, los que luego se somatizan y pasan factura. Pero cuando el grito halla su expresión lingüística precisa, aquella que extrae su hilo nervioso y en torno a él se ovilla y se hace cuerpo, entonces y solo entonces llega algo de alivio. Escribir es el trayecto de terror que existe entre el grito y su palabra. En este margen es en donde la urgencia y la espera libran una batalla tortuosa.
Creíamos que querían cambiar el sistema, pero solo pretendían cambiar los nombres de las personas que lo gestionan. El poder siempre aplasta al cambio.
La verdadera regeneración vendría no tanto por limitar la duración de los cargos, cuanto por poner por ley una fecha de caducidad al sedentarismo intelectual -que nadie pueda pensar lo mismo más allá de un periodo de tiempo estipulado. Con su habitual jerga grandilocuente y provocadora, Picabia expresa este extremo perfectamente cuando proclama: «¡Hay que ser nómada, atravesar las ideas como se atraviesa los países y las ciudades, comer cotorras y pájaros-mosca, tragarse titís vivos, chupar la sangre de las jirafas, alimentarse de pies de pantera! Hay que acostarse con gaviotas, bailar con una boa, hacer el amor con heliotropos y lavarse los pies con bermellón!». Pues eso: que miremos a nuestro alrededor, hablemos entre nosotros y nos leamos sin saber cien reencarnaciones antes lo que cada uno va a decir. Que podamos decir de cualquiera algo tan hermoso como: «Allí donde está, nunca estuvo». Pero sí, soy un iluso y un deseo como este, el producto de otra paja mental. Moriremos antes por el derrumbamiento del techo ruinoso de nuestras casas mentales que decidirnos a abandonar la seguridad de nuestra esclerosis y buscar otras realidades más inciertas, aunque también más útiles y apasionantes.
No entiendo las críticas que ha recibido una serie como 'Por trece razones'. La manera cruda y a la vez pedagógica con la que se tratan asuntos tan candentes y plurívocos como el acoso escolar y la violencia sexual machista la convierten en uno de los pocos productos televisivos verdaderamente concienciadores, y cuyo visionado tendría que ser obligatorio en cualquier centro educativo, si no fuera por el sistema de enseñanza tan mojigato, ciego y sordo que padecemos. Aquellos que han criticado esta serie por el posible efecto contagio que pudiera generar entre sus espectadores más jóvenes el suicidio de la protagonista deberían hacerse la siguiente reflexión: ¿acaso no es lo que más se contagia la falta de madurez en la gestión de las emociones como consecuencia de la invisibilización en la escuela de los temas más importantes y urgentes? ¿Qué tipo de educación estamos dando a nuestros jóvenes cuando demostramos tan escasa confianza en sus posibilidades de asimilación? ¿Los queremos solamente autómatas? ¿O vírgenes apartadas del mundo tras una celosía? Estamos creando una brecha mayor, abismal, entre el periodo de sobreprotección de los niños y su liberación como adolescentes. De la nada al todo en un acné. Y, claro está, cuando esto sucede así y no se cronifica la toma de conciencia de los sujetos desde su niñez, los traumas suelen ser inevitables porque la realidad llega por sobredosis.
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