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En un tuit publicado durante esta semana en su cuenta, Vox afirmaba: «Nuestro apoyo a Trump y a los estadounidenses que están viendo cómo es atacada su Nación por terroristas callejeros amparados por millonarios progres». Difícilmente se puede decir más con menos. Es un ejercicio de concisión fascista que pasará a los anales de la historia y que, con total seguridad, será estudiado en un futuro. El apoyo explícito a Trump evidencia algo que ya sabíamos: Vox es un partido supremacista blanco. Por si quedara alguna duda de este idilio ideológico, el partido de Abascal asume el demencial diagnóstico del Comandante en Jefe: los manifestantes afroamericanos son terroristas por el simple hecho de levantarse contra el racismo estructural de buena parte de la sociedad norteamericana. Para Trump -y, por inclusión, para Vox- ser antifascista equivale a ser terrorista. Esta afirmación se realiza en 2020, año en el que se cumple el 75 aniversario de la finalización de la II Guerra Mundial. Establecer una relación de intimidad entre antifascismo y terrorismo implica reconocer que los ejércitos aliados que lucharon contra Hitler eran un conglomerado de terroristas y que el dictador alemán constituía un ejemplo incomparable de civismo y de orden moral. Trump está reconociendo que todos sus compatriotas que participaron en el Desembarco de Normandía eran unos terroristas radicales, culpables de derrotar al imperio de la ley y del orden del nazismo. El discurso resulta tan demencial que solo los enajenados pueden comprarlo. El deber de cualquier demócrata es combatir el fascismo. Es más, en la medida en que un individuo se aleja de la intolerancia hacia el fascismo para coquetear con él, se convierte de facto en un agente totalitario y terrorista. Como guinda, Vox vincula a los «terroristas callejeros afroamericanos» con «millonarios progres». Con la mayor crisis económica en EE. UU. desde la Gran Depresión, y con unas tasas de desempleo vertiginosas que afectan principalmente a la población afroamericana, Vox se atreve a convertir la desesperación de unas personas maltratadas en el resultado de un juego diletante de las altas clases sociales. Gente que se está muriendo de hambre es tornada de repente en un ejército de peones al servicio de conspiradores progres. De hecho, un alto cargo de Vox se atrevió esta misma semana a establecer una relación de causalidad entre el coronavirus y la violencia callejera en EE. UU. Desde su mentalidad paranoica, ambos extremos de la cadena forman parte de una estrategia perfectamente diseñada para desestabilizar el orden (fascista) mundial. Y, claro, ante una majadería tal, habría que preguntar: si todo es producto de una confabulación a escala planetaria, ¿el hecho de que un policía racista asesinara a George Floyd es parte de esta conspiración? ¿Quién tiene culpa del racismo? Los supremacistas blancos, ¿no? Por lo tanto, ¿son Trump y Vox los muñidores reales de esta estrategia de desestabilización? El odio nubla la mente. Trump y Vox juegan a eliminar cualquier espacio de sosiego. Cuanto menos piensen sus seguidores, mejor serán manejados. La inteligencia es el gran enemigo del fascismo. De ahí que la odien y la combatan.
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Breve historia de la contemporaneidad: primero murieron las grandes verdades, luego las pequeñas, más tarde nos contentamos con vivir un holograma de la verdad (simulacro), y ahora, en pleno derrumbe de la realidad, solo nos queda la superchería.
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Hay dos formas de no pertenecer a ningún sitio: 1) por no ser nadie; 2) por ser tú mismo.
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Nunca, a lo largo de la democracia, habían tenido tanto poder los políticos sobre los ciudadanos como lo tienen ahora. Nunca, hasta el momento, se había hecho menos política.
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La abstinencia opinadora es la nueva forma del puritanismo. La ausencia de mancha es violencia moral.
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