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MAPAS SIN MUNDO (03/11/2019)

PEDRO ALBERTO CRUZ

Murcia

Domingo, 3 de noviembre 2019, 17:22

Habida cuenta del déficit de afectos existentes, habrá que sustituir la piel por pantallas táctiles.

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Los que tienen que organizar 'el' debate electoral no se ponen de acuerdo entre sí, y queremos que lo hagan los políticos. España sobrevive históricamente no porque sea un concepto indiscutible, sino por su continua repetición en el tiempo por falta de consenso.

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Lo que fue es pasado. Los que fueron son ausencia.

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Me gustaría vivir en el mismo estado con el que un niño sale de clase: como si hubiera algo fuera que valiera la pena. Impaciente por comprobarlo

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Quizás estemos acelerando la destrucción de todo porque la civilización solo sabe ser útil desde la pérdida.

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El gran Frantz Fanon escribió: «Desconfiamos del entusiasmo. Siempre que lo hemos visto despuntar en alguna parte, anunciaba fuego, hambre, miseria... También, él desprecio al hombre. El entusiasmo es por excelencia el arma de los impotentes, de los que calientan el hierro para forjarlo inmediatamente». El entusiasmo define el espíritu de nuestra época: fervor adolescente que sustituye a la capacidad intelectual, efervescencia mediocre que exalta el ánimo, sobreactuación fascista. Entusiasta es aquél que, en lugar de dar el tiempo necesario para la solución de los problemas, los quiere erradicar apasionadamente de un día para otro. Entusiasta es el iluminado de turno que inflama a la masa con sus mensajes de origen divino. Entusiasta es el inepto promocionado desproporcionadamente en la escala social, ese que recurre al 'subidón' ante la falta de formación. Entusiasta es...

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En un futuro cada vez más cercano, la evolución dejará de medirse en términos económicos o no será. La economía ha dejado de ser compatible con la vida. Que unos peces muertos hayan sido capaces de movilizar a toda una sociedad por encima de los poderosos intereses económicos que sustentan a esta es una señal inequívoca de que un cambio radical en la jerarquía de valores está en proceso de producirse. Solo hace falta que lo que, en este momento, existe como un estado emocional no degenere en una burbuja de indignación, y que la gente sepa conectar intelectualmente una determinada situación destructiva con un problema generalizado. Sería un error convertir el Mar Menor en un caso aislado del resto de la realidad, y que con las medidas que se apliquen para su regeneración nos sintamos satisfechos. No se puede exigir -por motivos afectivos- una solución para la albufera y, por otro lado, continuar votando discursos estrictamente economicistas. Los sentimientos deben desencadenar una nueva mentalidad. Porque, de no ser así, los esfuerzos no servirán para nada. La cuestión no es si queremos un nuevo Mar Menor, sino si deseamos una nueva realidad. Ahí está la clave de todo

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