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Mapas sin mundo (02/09/2018)

PEDRO ALBERTO CRUZ

Murcia

Domingo, 2 de septiembre 2018, 10:15

El último poemario de José María Cumbreño, 'Hablar solo' (Calambur, 2018), posee la naturalidad de los días cualesquiera: los pensamientos se expanden y se contraen, construyen una arquitectura con la que autosostenerse por medio de un lenguaje descriptivo que se vertebra mediante lúcidas reducciones. Es como si el autor basculara en todo momento entre el 'pensar' y el 'comprender', o como si, en un acto de una indulgencia hacia sí mismo, se permitiera jalonar el extravío diario con 'ideas-isla' que, a modo de 'verdades derrotadas', le ofrecieran un necesario avituallamiento. Cumbreño plantea una falsa narración; falsa no porque sea la consecuencia de una impostura, sino porque la dota con la frágil consistencia de un fino cristal que, a cada poco, se resquebraja, deja piezas irregulares y cortantes a la deriva. Lo suyo es el rizoma, la red sin centro, sin origen ni fin. La vida, al fin y al cabo, es lo que salvamos de la coherencia del relato, los jirones desprendidos que estropean la pureza de la forma, la ausencia de contexto. Podría citar decenas de versos que me han arañado, pero resumo el pasmo en algunos ejemplos: «La piedra perfecta representa en unos cuantos/ centímetros la tierra entera»; o «Repito en voz alta/ el nombre de lo que busco/ no hasta que lo encuentre,/ sino para encontrarlo»; y, finalmente, «El narrador del que menos me fío/ es el que asegura/ que se limita a contar lo que ve». Cumbreño desemboca de continuo en callejones sin salida. Y ahí precisamente radica el mérito de su poesía: desenmascarar la mitología del camino largo y único y entregarnos, a cambio, la experiencia de miles de caminos cortos que se cierran abruptamente con un pensamiento de consuelo.

Un lector de los 'Mapas' me dice, mientras me tomo un café y un pincho de tortilla, que no escriba de manera tan pesimista. No me da tiempo a contestarle nada porque me lo dice con un pie en la calle. Pero le respondería con una pregunta básica: ¿si la muerte es lo que da sentido a la vida -como así es-, se puede hablar reflexivamente desde otro lugar que no sea el dolor? Ese final que confiere sentido a cada uno de nuestros actos lo vuelve todo un sinsentido. Y cuando rebuscamos por debajo de nuestra felicidad de saldo y nos quitamos el traje de superhéroe de nuestra frivolidad, lo que verdaderamente somos es un colapso causado por el demencial vértigo ante la nada. Cada uno vive como quiere -como quiere frente al dolor-. Los hay que lo expresan abiertamente; están los que lo reprimen para no ser señalados socialmente; abundan los que le ponen buena cara a la vida y lo olvidan a través del mayor producto del neoliberalismo -el optimismo-. Pero, vivamos como vivamos, y prestémosle la atención que le prestemos, el dolor siempre está ahí, y tarde o temprano habrá que enfrentarse a él. Desde mi punto de vista, es mejor familiarizarse pronto con él, para que luego nadie se sienta estafado por la vida.

Últimamente, mire donde mire, solo veo palomas apareándose. Como dijo Arrabal, «¡el milenarismo va a llegaaaaar!».

Una sociedad que no comprende y que no sabe amar es aquella que se inventa enfermedades por doquier. Habida cuenta del reducido trozo de mundo delimitado por los 'comportamientos saludables', solo se puede concluir que la libertad siempre está del lado de los virus.

Si cualquier cambio real de paradigma global pasa por una experiencia intensa e insobornable de la alteridad, a día de hoy creo sinceramente que solo el animalismo es capaz de rescatar a la humanidad de su ensimismamiento autodestructivo.

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