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«Recuerdo las primeras veces que me he sentido feliz en una ciudad donde he vivido [Berlín, Nueva York, Buenos Aires...], y siempre ha sido ... en el momento en que, sentada en una butaca de un teatro, he pensado: 'Sí, pues aquí estoy'», cuenta Alba Saura Clares (Murcia, 1989), hija única de la actriz Esperanza Clares y del director de escena Antonio Saura, ambos al frente, infatigables, de Alquibla Teatro. Docente e investigadora en la Universidad Autónoma de Barcelona, publica su primera obra teatral, 'Mi cuerpo será camino' (Lamaquinadenubes), un texto «sobre la migración, el arraigio y la nostalgia». Asegura: «Le tengo ganas al futuro siempre. Me gusta verme crecer y hacerme mayor, no me da miedo». Aparenta ser frágil como una figurita del zoo de cristal de Tennessee Williams, pero tiene una admirable fortaleza interior que mueve empeños y corazones.
–¿Cómo se enganchó usted al teatro?
–Yo nací en un teatro, podríamos decir. No hay inicialmente afición, sino designio. Mi madre actuó gorda gordísima de mí y me amamantó entre cajas...; mi padre me entretenía mientras acababa el montaje... He dormido con placer en las butacas de un sin número de teatros –creo que por eso hoy en día tengo una capacidad sorprendente, casi preocupante, de dormirme en cualquier sitio [ríe]–, he vivido intensamente eso de 'carretera y manta'. He tenido la suerte de tener tres familias, la paterna, la materna, y la de Alquibla. Así que el teatro ha sido, desde niña, forma, medio de vida, el lugar donde he crecido y he madurado. Muchos hechos básicos de mi vida de niña a joven o a mujer los recuerdos con eventos de Alquibla. Ese fue el principio...
–¿Qué le aporta hoy?
–En el teatro encuentro la felicidad, no puedo expresarlo de una manera menos exaltada.
A propósito de 'Mi cuerpo será camino', Saura Clares indica que «marcada por el dolor de la nostalgia, la obra nos muestra que tan difícil es quedarse como marcharse, regresar como buscar otros rumbos».
–¿Usted cómo vive?
–Vivo, o eso intento, con alegría y felicidad. Me gusta mucho recibir y dar cariño. Tengo también una cierta parte melancólica, que otras veces se vuelve entusiasta y me ilusiono con demasiada facilidad. Miro también con ternura y delicadez a mi alrededor. Y, si bien no me enrabieto mucho, también convivo con momentos de estrés y ansiedad; momentos que compenso con la risa como catalizador de la vida que revierte todos los problemas, y para eso tuve a una excelente maestra en mi abuela Consuelo.
«Me siento cómoda y se me da bien manejarme en el día a día, no vamos a engañarnos», reconoce. «Imagino también que tiene que ver con que desde pequeñita he aprendido a adaptarme», prosigue, «a convivir y a conocer mucha gente. Es cierto que soy un 'culo inquieto' y que la rutina me pone tan nerviosa como la necesito. Es sorprendente cómo conviven a veces las cosas: amo cuando consigo levantarme a la misma hora, poder salir a comprar, hacer deporte o cenar en un momento preciso. Todo eso aporta una serenidad muy grande». Sí, pero «a la vez, estando en esa tranquilidad, soy capaz de liarme la manta a la cabeza con cualquier pequeña cosa y desmonto todo ese día a día construido para empezar en un proyecto teatral o en la organización de eventos socioculturales». «Así que alterno etapas», precisa, « y eso me mantiene muy cómoda con la vida: momentos de mayor tranquilidad, incluso de encierro, con otros exaltados de ritmo frenético».
Mira alrededor y se sorprende: «Me resulta increíble el tiempo que gasta la gente en enfadarse, en discutir y no saber recular, en hacer leña del árbol caído. Una cosa es defender unos ideales, una injusticia..., y otra es un deleite continuo en el enfrentamiento que no es constructivo, que no nos hace avanzar». «Cuando a veces sé el tiempo que se pierde en historias de enfados, en problemas que son solucionables y que no van a tardar más de un día de olvidarse... no lo puedo creer», se lamenta.
–¿Qué hace falta?
–Relativizar mucho los problemas según sus efectos, preferir siempre la comprensión y la empatía, promover la búsqueda de soluciones. No lo digo como si fuera la de Recursos Humanos de una multinacional, así como por decirlo, lo siento de verdad. Quizás es solo algo personal, pero perdemos demasiado tiempo en la vida estando enfadados y yo no creo que eso valga la pena.
«Defiendo mucho la importancia de los cuidados», dice Saura Clares. «Estamos en una sociedad», explica, «que nos llega a volver locos, que nos quiere productivos, donde no podemos ser débiles en ningún momento o nos quedamos fuera. No somos piedras. Claro que tenemos debilidades, momentos de bajón y otros de exaltación. Debemos cuidarnos más entre todos, saber que esa parte es esencial para la vida, la que siempre ha estado relegada, casi olvidada, y que han ocupado en buena medida las mujeres como sostenedoras». «Debemos admitir que, en ocasiones», propone, «necesitamos una caricia, sea verbal o física, que no podemos seguir adelante sin la ayuda colectiva, que ponemos poco sobre la mesa el cariño, el amor, y son los sentimientos más reales a los que nos podemos adherir». Y añade, dulcemente: «Tenemos que construir un mundo, desde nuestros actos y acciones, donde no se esté por encima de las personas, sino trabajando codo a codo y teniendo en cuenta los sentimientos y emociones». Por supuesto, reconoce que «esto es algo tan obvio y tan simple que parece ridículo y se enfatiza y se defiende demasiado poco. A veces es algo tan sencillo como escuchar y dejar que nos escuchen».
–¿Qué no les ha dicho nunca a sus padres?
–Es curioso, me cuesta responderle porque hablo mucho con ellos, a veces demasiado [ríe]. No sé si mis padres son conscientes de cuánto me han marcado, de lo orgullosa que estoy de ser su hija. Me gustaría que supieran cómo noto que me parezco a ellos, a los dos, en lo bueno y en lo malo.
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