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La naturaleza se quiebra y el mundo natural está en peligro. Suena fatalista, pero tristemente existen motivos (y datos) para alarmarse. Un, dos, tres… ¿Qué ... lugar en el mundo no está sufriendo las consecuencias del cambio climático? El tema polariza y no es ajeno al negacionismo. Sin embargo, quiero creer que la gran mayoría de nosotros somos conscientes de que esto es una seria amenaza para los ecosistemas, la biodiversidad, la población, el planeta, nuestro futuro.
La ciencia está invirtiendo cada vez más en estudiar cómo la degradación del medio ambiente y la consecuente catástrofe climática tienen un impacto en todos los ámbitos de la sociedad. Algunos consensos científicos, como que el planeta se está calentando o que el cambio climático está siendo influenciado por el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) relacionadas con las actividades humanas desestabilizan la ideología de los propios negacionistas.
A las pruebas concluyentes, se les unen los hechos presentes. Casi diariamente, podemos apreciar en los medios de comunicación noticias sobre los fenómenos climáticos extremos y su tendencia destructiva. La apuesta por las energías renovables en detrimento del uso de combustibles fósiles, principal fuente de emisiones de CO2, también se ha convertido en un imperativo en muchos países. De hecho, la Unión Europea pretende convertirse en un ejemplo de la transición ecológica y ser el primer continente neutro en carbono en 2050. Y, por si estos acontecimientos no fueran suficientes, cada vez sorprende menos que algunas enfermedades, que pueden incluso tener potencial pandémico, se encuentren estrechamente relacionadas con la alteración y destrucción generalizada de la naturaleza. La fiebre amarilla selvática, el ébola, el SARS y el MERS evidencian cómo la alteración de los ciclos naturales puede afectar al ser humano y a comunidades enteras.
Pese al ruido de los negacionistas climáticos y su interés por obstaculizar algunas decisiones sobre la crisis medioambiental, se impone la preocupación por la degradación del medio ambiente y la inseguridad climática. Esta cuestión parece interpelar especialmente a los millennials y la generación Z. En 2021, un estudio mundial realizado por 'The Lancet' revelaba que el 59% de jóvenes de entre 16 y 25 años estaba muy preocupado por el cambio climático y cómo éste afectaría a su futuro. De los 10.000 jóvenes encuestados más de la mitad estaba de acuerdo con la siguiente afirmación: «La humanidad está condenada». Los jóvenes parecen haber entendido que la crisis climática provoca una infinidad de malestares sociales. El reloj avanza y los problemas relacionados con la planificación familiar, la vivienda, la movilidad y el futuro laboral se encuentran actualmente atravesados por el cambio climático.
¿Tener hijos es una decisión responsable ante las condiciones en las que se encuentra el planeta? ¿Debe ser una opción que una joven pareja contrate una hipoteca a 40 años sobre una casa que se encuentra en una zona inundable? ¿Qué futuro le espera a un veinteañero que se hace cargo de los terrenos familiares mientras suceden episodios continuos de gota fría y sequía? ¿Habrá que elegir universidad en las regiones más frías? Si la degradación ambiental fomenta el carácter forzoso de los movimientos de población, ¿avanzamos hacia un futuro con nuevos modelos migratorios? ¿'Refugiados medioambientales' o 'refugiados climáticos? ¿Está preparado el Derecho Internacional y los Estados para abordar las implicaciones negativas que tiene el cambio climático en los derechos humanos? ¿Qué derechos tienen aquellos que sufren las consecuencias del cambio climático y menos han contribuido a ello ('paradoja climática')?
Evidentemente, nuestra época no tiene el monopolio del desastre. Pero sí debe asumir una responsabilidad con respecto a nuestros modelos de producción y consumo. Si no respetamos los límites de la naturaleza, si no adoptamos un paradigma más respetuoso con el medio ambiente, no podremos garantizar la supervivencia del planeta y de todos los seres vivos que habitamos en él. Con la mirada puesta en el pasado y en las posibilidades del presente, podemos todavía hoy construir un atisbo de esperanza para mitigar el agravio que como especie hicimos y hacemos al planeta. El progreso es un esfuerzo colectivo. No se trata tanto de empezar a hacer las cosas de un modo distinto como de asumir que ya no queda más opción que hacerlo. Un mundo con propósito requiere de decisiones y acciones sostenibles, responsables, saludables. Ignorar la protección del medio ambiente no es más que obviar aspectos esenciales de la vida común.
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