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Contra el linchamiento
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Reflexiones sobre las acusaciones de abuso a Carlos VermutSecciones
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Reflexiones sobre las acusaciones de abuso a Carlos VermutHay reflexiones que merecen ser expresadas aun cuando su contenido resulta incómodo y diferente a la opinión dominante. Posiblemente, las palabras que hoy comparto aquí puedan ser ejemplo de ello. De la misma manera que hace unos años me atreví a romper el silencio como ... víctima de abuso sexual, me atrevo también hoy a romper el silencio y encañonar algo que es sumamente peligroso para el poder y sus fuerzas disciplinarias: el pensamiento libre.
Sabrá el lector que, en las últimas semanas, se han sucedido varias acusaciones de abuso sexual hacia el director Carlos Vermut. El periódico 'El País' revelaba en dos reportajes una serie de testimonios anónimos que describían conductas que, en algunos casos, se podrían calificar como abusivas y, en otros, como un mal sexo. Tal distinción no era algo que se contextualizara o que admitiera cierta claridad en el contenido de la noticia. Ambos reportajes se conjugaban con el verbo inquirir y, por tanto, no dejaban espacio para el razonamiento o el análisis. Solo podía extraerse una lectura, un extremo, una conclusión: Vermut era un cerdo, un criminal, un violador y su reputación debía destruirse.
No es mi intención desconfiar de los testimonios de aquellas mujeres. Pero sí cuestionar la noticia y su impacto social. Soy feminista, pero no una fanática. Sufrí un abuso con apenas diecinueve años y he tratado, tras la agresión, de recuperar el control de mi vida al margen del victimismo y el estigma social. Una parte muy importante de mi trabajo se focaliza en la prevención de la violencia sexual y quizá por ello, soy muy consciente de que los abusos no se concretan en el 'sentimiento', en la mera declaración verbal de 'sentirse violada' sino que se trata de hechos, de acciones donde no hubo consentimiento, donde se sometió a la persona contra su voluntad. El abuso es objetivo y por ello, cabe diferenciarse de una mala o poco satisfactoria experiencia sexual.
Sé que la duda es algo que no gusta al poder, a quien saca tajada de todo esto: el periódico y sus marcas publicitarias. Pero tampoco es algo que resulte agradable para las masas, quienes difícilmente se pueden separar del dogma y la ortodoxia. En ese contexto, el feminismo hegemónico reclama su voz: a caballo entre la autoridad intelectual y la mera corriente de opinión, nos deja cada vez más atónitos. El feminismo hegemónico se ha convertido en un movimiento cada vez más limitado para pensar y dialogar. Ya no admite la prudencia ni el análisis. Se presta al linchamiento, a la indignación popular y no contento con eso, señala como traidores a quienes disienten o, simplemente, guardan silencio por no tener una opinión fundamentada o clara de tales hechos. Ahora no solo tenemos que tener cuidado con expresar aquello que nos puede ocasionar problemas, sino que nos convertimos en sospechosos cuando abiertamente no nos posicionamos.
En la denuncia de la violencia sexual, el poder se presenta bajo una apariencia heroica y lo único que consigue, quizá es lo único que quería: hacer caja. Por su parte, el feminismo hegemónico se ha convertido en uno de sus principales agentes disciplinarios: reprime, vigila y castiga. En esta dinámica, se refuerza la polarización y la fractura social. La censura, el desprestigio y la cancelación se han convertido en recursos que no solo el propio movimiento justifica contra los enemigos de la igualdad o posibles abusadores, también hacia otras mujeres o compañeras. ¿Dónde está el límite? El linchamiento, más allá de no respetar derechos fundamentales como la presunción de inocencia o de ser un enemigo para el pensamiento libre, es el resultado de un delirio. Linchar es hoy una enfermedad social, una falsa justicia que ni protege ni libera a ninguna víctima.
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