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Helena Maleno (El Ejido, Almería, 1970) conoce bien muchas realidades. Una de ellas es, por ejemplo, las derivas causadas por las condiciones laborales de la ... población migrante. «Hay mucho en común entre Almería y Murcia, sobre todo [en el largo camino que queda] para tener condiciones dignas en términos laborales. Yo he ido mucho a la Región con Oblatas por temas de trata, creo que hacen una labor maravillosa para revelar la situación de esclavitud, sobre todo sexual. Murcia tiene un componente emocional para mí por ellas, porque en concreto Oblatas son muy buen ejemplo para otras organizaciones que trabajan en el territorio». Maleno, defensora de los derechos humanos con el colectivo Caminando Fronteras (@walkingborders), periodista e investigadora especialista en Migraciones y Trata de seres humanos, es autora de 'Mujer de frontera' (Península, 2020), un libro que hoy presenta en el foro Cartagena Piensa (19 horas, vía Zoom, enlace en cartagena.es).
–Cartagena, Murcia, Almería... han sido desde tiempo inmemorial zonas de tránsito de culturas.
–Sí, claro. Antes la frontera de Europa estaba en los Pirineos. Andalucía era una de las regiones más empobrecidas de Europa, antes de la llegada de los invernaderos. No podemos entender la frontera como una línea, sino como un territorio donde operan políticas diferenciadas. Cuando en el año 2000 sucedieron en El Ejido los ataques racistas, toda esa persecución racial, vi la política de externalización de fronteras, cómo la UE desplazaba a terceros países la frontera para que ahí se produjera todo el control migratorio. Yo fui a ver cómo se estaban produciendo esas políticas, y, como trabajo también en investigación social, me surgieron distintos proyectos y me fui quedando y quedando. Al final sucede lo que cuento en el libro, esa trayectoria de 18 años que llevaron a mi criminalización por los derechos humanos, pero también rememoro todas las personas con las que me he ido encontrando en ese contexto de frontera.
–¿Por qué ha tardado tantos años en contar su propia historia?
–Soy muy pudorosa. Yo no quería escribir un libro donde estuviera mi vida. Soy muy celosa de mi intimidad, y querría haber escrito otro libro, pero cuando surgió el proceso de criminalización fui tomando notas de todo lo que pasaba, y al terminar, justo cuando archivaron en Marruecos, la editorial Península me preguntó si quería escribir un libro. Tenía una idea, y mis compañeras querían que lo escribiera en primera persona, porque la gente tiene que saber cómo la frontera ataca los cuerpos y hacerlo en clave para que todo el mundo pueda comprender cuáles son las políticas que operan, más que hacer un libro sociológico o de reflexión. En este libro hay un trasfondo muy político, pero está escrito desde el corazón y desde las entrañas, desde donde también hay saberes. Los saberes de la experiencia y de los cuerpos de las personas, de ese dolor y de esa experiencia. Yo guardo todas las libretas de todas mis investigaciones, detalles, dibujos, cartas que me han enviado... todo eso me permitió hacer memoria y poder escribir este libro en primera persona. Es verdad que lo hice tarde.
–Marruecos la acusaba de un supuesto delito de tráfico de personas por sus llamadas a Salvamento Marítimo. Aquella causa fue archivada en 2019. Supongo que vive con la sospecha de que volverán a criminalizarla.
–Sí, yo ya no vivo como antes. Tengo un equipo de seguridad formado por organizaciones internacionales que siguen mi caso. Tuve que aprender, de repente, gracias también a otras defensoras de otros lugares del mundo, que me han enseñado que la criminalización no acaba nunca, que encuentra otras vías. Yo he sufrido agresiones e intentos de asesinato también. Mi vida ya no es como antes. En mi dosier estaba la policía española de control de fronteras, pero también la policía europea de control de fronteras, muchas cajas de investigación, y me dio muchísimo miedo cuando vi eso. Yo me considero una ciudadana de a pie, y ver todo eso impresiona también. Es verdad que no solo no siento que el Estado español pueda protegerme, sino que siento que determinadas instancias del Estado español estarían y están dispuestas a seguir con la criminalización.
–¿Por qué lo cree?
–Porque hay muchos intereses económicos en la frontera. Ya no son las políticas de control del territorio, ya no son los discursos de la extrema derecha... eso es 'caldillo pescao', como dicen. Al final ese discurso racista lo que tapa es el negocio, el dinero de un negocio de control del movimiento en el que están empresas y esas empresas de la guerra, de venta de armamento, ganan dinero. Es como una guerra de baja intensidad. Estás tocando intereses económicos enormes, y el Estado lo que hace es tapar esos intereses y promocionar el discurso racista. No solo la extrema derecha promociona ese discurso racista, desde las instituciones del Estado español también se hace. Claro que van a seguir persiguiéndonos y criminalizándonos, pero no solo a nosotras, sino a los que trabajan en el campo o a los que estuvieran en primera línea, sin documentación, sacando los productos frescos de Murcia y Almería. Esa gente que no se pudo proteger de la Covid mientras el resto de la gente estaba confinada es criminalizada también. Sí que se va a seguir persiguiendo a las personas que defienden derechos, desgraciadamente, en el Estado español.
–Usted sostiene que las empresas del armamento hacen lobby político y directamente en el Parlamento Europeo. Parece que estamos ante un doble negocio.
–Sí, las empresas provocan los conflictos, venden armas para esos conflictos, la gente huye de esos conflictos, y las mismas empresas que vendieron las armas para provocar la expulsión de esas personas que huyen son las mismas empresas que tienen todo un sistema militar de control en las fronteras. Es uno de los negocios más grandes, hablamos de muchos millones de euros.
–¿Quiénes son esos jóvenes que huyen en cayucos a Canarias?
–En muchos casos esos cayucos son de jóvenes de Senegal que se dedican a la pesca artesanal y que no pueden seguir pescando porque los caladeros han sido entregados por el gobierno de su país a Francia. ¿Quién ha expulsado a esos jóvenes de su territorio? ¿De verdad querían ir a Canarias o seguir pescando en sus países? Esa salida de cayucos no se ha cortado dejando a esos jóvenes pescar de forma artesanal sino con una operación militar de Frontex que ha desembarcado allí para que no salgan a pescar, mientras los grandes pesqueros están acabando con su medio de subsistencia.
Dice Maleno que está bien que la cultura española se acerque a estas realidades –un ejemplo es la película 'Adú' (Salvador Calvo, 2020)–, «pero quizás hay que incorporar miradas y otras formas de narrar como las que nos ofrece el propio cine que se hace en África». Y que esas miradas alternativas –«que nos afectan a todas», incide– se promocionen también desde la escuela. Orgullosa de ser almeriense, sus hijos han crecido en Tánger, hablan el árabe marroquí (el dariya), «y la convivencia, el respeto, la espiritualidad también, nos han enriquecido».
–Cartagena Piensa, ¿qué le dice?
–Es maravilloso, debe ser un orgullo para vosotras [utiliza el femenino como genérico] tener un proyecto de este tipo que haga reflexionar sobre el mundo a la ciudadanía. Desde lo local se puede hacer mucho para frenar el racismo y para construir un mundo más justo. Les deseo mucho éxito con este programa a todas.
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