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Escritora y académica de la Lengua, Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947), a quien su nombre no ha inmunizado contra el miedo a no encontrar en los ... espejos más que su propia imagen, ama la literatura y a ella se entrega. La autora de novelas como 'Queda la noche' (Premio Planeta 1989), ganadora del Anagrama de Ensayo con 'La vida oculta', resulta que a veces, en momentos de ceniza, cuando te cuesta trabajo sostenerte en pie, se sorprende a sí misma diciendo: «¡Ayúdame, ayúdame!». Su nueva obra, 'La novela olvidada en la casa del ingeniero' (Anagrama), presenta a «un escritor de novela juvenil» que «recibe un día, de parte de un amigo, un manuscrito hallado en una casa de campo donde residió, durante años, un ingeniero. Y, enseguida, «el texto despierta la curiosidad y la imaginación, pues todo en él parece tocado por el misterio». Puértolas, que formó parte del jurado, junto a otros miembros como la también escritora y colega en la RAE, Clara Sánchez, del I Premio de Novela Fundación Mediterráneo, convocado por la entidad y por la UMU y que recayó en 'El hombre azul', de Pedro Calatrava (Madrid, 1958), estará el próximo martes 15 en Murcia para participar, en la sede de la Fundación Mediterráneo –Escultor Nicolás Salzillo, 7– en la presentación de la edición de 'El hombre azul' (Pre-Textos, 2024).
–¿Qué ha sido gratificante de la escritura de su nueva novela?
–He vuelto a mi juventud, la he rememorado, y siempre es importante saber qué te ha traído hasta aquí. Hay cosas de tu vida que se van olvidando, pese a que tuvieron su importancia, y no está mal de vez en cuando volver a tenerlas presentes. No es que sea nostálgica, pero creo que está bien no perder la memoria de nuestra historia.
–¿Tendemos a olvidar?
–Tendemos, y lo logramos, a estar muy obsesionados con la inmediatez y así, vamos perdiendo esa sensación tan importante de calma. Dada la velocidad con la que nos relacionamos hoy y con la que vivimos, en general, el riesgo de perder el punto de referencia que es toda nuestra historia es grande.
–¿Cómo era en su juventud?
–Más atolondrada, como es lógico, y también con la cabeza más llena de posibilidades. Había más precipitación y más confusión, pero recuerdo mi juventud con cierto cariño y cierta benevolencia, porque no se trata ahora de negar lo que he sido. Miro esa etapa de mi vida con cierta comprensión, sabiendo un poco todo lo que no se reflexionó y no se hizo.
–¿Volvería a ese tiempo?
–¿Volver a mi juventud? No, no, de ninguna manera. Yo no soy de volver para atrás; además de que sería imposible, para mí no tendría ningún sentido hacerlo. No me genera ninguna frustración que la vida sea irrepetible, sino que más bien lo que me genera es alivio. La parte liberadora de la vida consiste en que lo pasado, pasado está. Eso no quita que reconozcas las cosas que estuvieron bien, o que eches de menos el ímpetu que entonces te acompañaba y que ya no tienes.
–¿Y encuentra alguna ventaja a cambio de tener menos ímpetu?
–Yo disfruto ahora una etapa de mayor placidez. Vivo con cierta serenidad el paso del tiempo y lo que vaya trayendo cada estación. Y digo cierta porque aunque aspiro a la máxima serenidad, no la logro. Sigo viviendo muchas cosas con gran inquietud.
–¿De qué debería escribir hoy un escritor de novela juvenil?
–Debería pensar en hacer convivir dos cosas necesarias; por una parte, en la vida es muy iimportante la imaginación, necesitamos la evasión y la fantasía; y, por otra, es también necesario prepararse para afrontar con realismo los problemas de la actualidad. Habría que saber combinar ambas cosas.
–¿Cómo convive con los jóvenes?
–Tienes tus hijos, tienes tus nietos...; soy optimista con respecto a los jóvenes, aunque sus circunstancias son hoy complejas. Los observo con curiosidad y con asombro, por cómo se desenvuelven en un mundo que ha ampliado muchísimo sus conocimientos y posibilidades, y también con cierto temor, porque lo tienen difícil; aunque no creo que ninguna generación lo haya tenido fácil.
–¿Al caos cómo se enfrenta?
–¡Mal! Vivimos en un mundo muy caótico, donde suceden muchas cosas que no entiendes y hay muchos frente abiertos. Nunca sabes por dónde van a venir nuevos problemas. Hay mucho desconcierto, y corresponde a cada uno encontrar como pueda su punto de equilibrio. Yo no tengo grandes soluciones para nada.
–¿Qué tal su experiencia como jurado del I Premio de Novela Fundación Mediterráneo?
–Es un jurado en el que me siento muy cómoda y cuyas interesantes discusiones son para mí reveladoras. Y es un gusto descubrir y apoyar novelas que merecen la pena ser leídas, como es el caso de 'El hombre azul'.
–¿Y su relación con Murcia?
–Mi cita anual con Murcia es ya un clásico en mi vida. Es una ciudad muy agradable en la que me encanta pasear por su centro y en la que disfruto mucho comiendo de película. Se me trata muy bien y he generado con la ciudad un vínculo que valoro mucho. Murcia es uno de esos oasis que tengo anotados en mi calendario.
–A propósito de su nueva novela, Ovidio Perales ha dicho que usted «depura el lenguaje con maestría, en la línea de Chéjov y Alice Munro». Por cierto, ¿es usted de las personas a la que les cuesta leer las obras de Munro tras revelar su hija menor que su padrastro había abusado sexualmente de ella cuando era niña y que su madre decidió quedarse con él aún después de saberlo?
–A mí me cuesta, sí. Me parece que vida y obra están mezcladas y, personalmente, me siento afectada. Sí me condiciona la vida del autor a la hora de su lectura, sería una hipócrita si dijera lo contrario. Para mí la persona está por encima de su obra, me pesa mucho la condición humana. Cada uno tiene sus prioridades íntimas, aunque que quede claro que ni me gusta, ni es mi intención, dar ningún tipo de mensaje moral.
–¿Qué palabras le suelen acompañar con más frecuencia?
–Yo soy de las que suspiran mucho y dicen cosas como '¡ay, Señor!'. Suspiro sin parar [risas]. Y otra cosa que digo mucho, sin saber muy bien a quién me dirijo, es '¡ayúdame!', ya sea Dios o al que pase por delante. Si me ayuda Dios me parecería estupendo, pero quizá me lo esté diciendo a mí misma... Mi tono vital a veces baja porque soy de estas enfermas crónicas de miles de dolencias, que es algo muy latoso pero que luego tampoco resulta tan gravísimo [sonríe].
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