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'Nadie se va a reír', de Juan Soto Ivars, es un libro entre la crónica y el ensayo que se lee como una novela. Y sin embargo, mucho de lo que allí se cuenta es ciertoUn conocido editor me contó que su desencanto con Podemos comenzó el día que se llevó una banquetita a una reunión del círculo de cultura ... porque al estar lesionado no podía sentarse en el suelo. Qué osadía. En una reunión horizontal. Él y su verticalidad amenazante fueron invitados a apartarse. La implacable literalidad comenzaba a abrirse camino. Los protagonistas del último libro de Juan Soto Ivars tuvieron una epifanía similar durante los días posteriores al 15M. A pesar de estar de acuerdo con el grueso de lo que allí se defendía, pronto detectaron una fatal ausencia de sentido del humor. Se trataba de Homo Velamine, un grupo heterogéneo de artistas y filósofos que llevaba algunos años haciendo del 'ultrarracionalismo' su razón de ser.
Mientras sus propuestas ridiculizaron a la derecha no hubo mayor problema: sus acciones con la FEA (Feministas con Esperanza Aguirre) o 'Hipsters por Rajoy' fueron ampliamente aplaudidas y consiguieron que los medios las dieran por genuinas. Pero, por coherencia, la lucha contra el dogmatismo implicaba arremeter también contra los actuales guardianes de la moral: la izquierda identitaria. El 8 de marzo de 2018, Anónimo García recibió su primer puñetazo al tratar de desplegar una bandera de diez por cinco metros al paso de la manifestación feminista –que él apoyaba–. ¿El problema? Pues que era una bandera de España en la que se podía leer el lema 'Viva España feminista'.
Sin embargo, el golpe más severo estaba por llegar. Soto Ivars lo desgrana bien en 'Nadie se va a reír. La increíble historia de un juicio a la ironía', un documento tremendo. No entraré en detalle porque creo necesaria su lectura, pero el resultado es que Anónimo, cabeza visible de Homo Velamine, termina siendo condenado a 18 meses de prisión y al pago de 15.000 euros por supuestamente ofertar el famoso 'Tour de La Manada'. La realidad es que el tour nunca existió. Solo lo hizo la web que de modo absolutamente irónico trataba de denunciar el tratamiento sensacionalista del caso que estaban ofreciendo los medios de comunicación. Por eso, al tercer día, se sustituyó por un comunicado que desmentía el tour y dejaba en evidencia a parte de la considerada prensa seria del país. Aun así, ya era tarde.
La provocación y el escándalo en el arte han sido constantes. En el propio libro, así como en la última antología publicada por Homo Velamine, 'Grotesco', hay grandes ejemplos. Muchos artistas han sido repudiados y condenados de acuerdo con las legislaciones vigentes. Sin embargo, este despropósito es particularmente sintomático del mundo que habitamos. Daniel Giogli dice que «la víctima es el héroe de nuestro tiempo»; es intocable, y ellos no supieron medir. Si el Tribunal Constitucional no lo remedia, esta sentencia supondrá un terrible precedente con consecuencias difíciles de imaginar. Yo defiendo que la ofensa no debe ser delictiva, creo en el derecho a incordiar –necesario para que exista la libertad de expresión–.
Anónimo fue condenado por la interpretación literal de una acción irónica, pero se le aplicó de la forma más laxa posible una ley que hasta la fecha solo se había usado para torturas físicas. La militancia y la tendencia a la literalidad acaban con todo. Los neopuritanos no entienden el matiz, el sarcasmo; el contexto. Todo es plano. Como dijo Soto Ivars en la Sala de Catas de Estrella de Levante: la censura en el franquismo no era tan poderosa, había unas reglas y el público estaba del lado de los censurados. En el calvinismo no cabe el 'risus paschalis'. Yo misma sufrí la ira de un justiciero social que pedía explicaciones por programar a Homo Velamine en el Cendeac, porque la reprobación ahora la ejerce el pueblo.
Por otra parte, siendo conocedora de la censura de novelas históricas en EE UU o de las advertencias para pieles finas incluidas en ciertas películas, no me esperaba el 'disclaimer' en un vídeo de PornHub –no me juzguen, fue con ánimo estrictamente sociológico–, que venía a aclarar que aquello no representaba la realidad. ¿En serio? Esta infantilización absoluta de la complejidad del acto comunicativo es demencial; la falta de confianza en el espectador y el fin de la ironía suponen la muerte del arte.
Activo el modo Rajoy para que se me entienda: ¿qué es 'Nadie se va a reír'? Pues es un libro entre la crónica y el ensayo, que se lee como una novela. Y sin embargo, mucho de lo que allí se cuenta es cierto, o al menos parece cierto. Un hombre bueno ha sido condenado. Y una condena es una condena. O no. Si no puedes ganar, asegúrate de no perder.
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