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«Hay responsables de este desastre ecológico que yo espero que, evidentemente, sean procesados», dice Antonio Campillo (Santomera, 1956), a propósito de la situación dantesca del Mar Menor que ha podido verse en todo el mundo. Filósofo, ensayista, catedrático de la UMU y respetado intelectual, su nuevo libro publicado es 'Un lugar en el mundo. La justicia espacial y el derecho a la ciudad' (Catarata, 2019).
-La agonía del Mar Menor está dando la vuelta al mundo. De nuevo, la Región de Murcia señalada como escenario de una tragedia ecológica que se podía haber evitado.
-El deterioro del Mar Menor es un tema que han venido denunciando, desde hace más de dos décadas, grupos ecologistas, plataformas vecinales, científicos... En cuanto a la ley que en los años 80 se consiguió para garantizar su protección [la Ley de Protección y Armonización de Usos del Mar Menor que aprobó en 1987 el Gobierno socialista de Carlos Collado], ya se encargó el PP cuando llegó al poder [lo hizo en 1995, con Ramón Luis Valcárcel a la cabeza] de derogarla. Es un hecho que se han venido dando todos los pasos para provocar este enorme daño ecológico que se ha hecho a la Región. Y hay responsables de este desastre ecológico que yo espero que, evidentemente, sean procesados; responsables políticos y responsables empresariales que han contribuido a este desastre. Precisamente, en 'Un lugar en el mundo' hablo de cómo, al final, esa connivencia entre poderes políticos y poderes económicos la pagamos todos con desastres ecológicos y con deterioros en nuestras condiciones de vida.
En el caso del Mar Menor, además, se ha visto clarísimamente toda esa rapiña, todo ese expolio, toda esa infracción de la ley, con pozos ilegales, con cultivos ilegales...; y todo eso se ha hecho envolviéndolo en la bandera del 'Agua para todos', del nacionalismo hidráulico, de la defensa de la llamada murcianía, etcétera. Como pasa siempre, las banderas no solo se utilizan para confrontar a unos pueblos con otros, sino para encubrir toda la corrupción, todo el espolio que han practicado, en este caso, los gobiernos sucesivos que ha habido en la Región. También incluyo a la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS), que ahora empieza a decir que hay no sé cuántas miles de hectáreas de regadíos ilegales; ¡pero, hombre, por Dios, esto ustedes lo sabían desde hace muchos años! Evidentemente, aquí hay responsabilidades con nombres y apellidos: de personas, de instituciones, de empresas, y yo espero, como le decía, que la fiscalía y los tribunales de justicia exijan responsabilidades y también que a partir de ahora se produzca un cambio de rumbo muy serio. Lo lógico sería que hubiesen dimisiones políticas y que se tomase de una vez por todas en serio lo que significa proteger nuestro mayor patrimonio natural, que es el Mar Menor.
-Parece claro que no se van a producir dimisiones, ni hay costumbre ni voluntad.
-Si el presidente Fernando López Miras tuviera la vergüenza suficiente, dimitiría por lo ocurrido en el Mar Menor. Es cierto que él no es el único responsable y que ha sido el último en llegar al puesto, pero evidentemente tampoco ha cambiado el rumbo hasta que hemos visto todos esos miles de peces muertos. Pero también diría una cosa más: espero que los murcianos empiecen a despertarse, porque llevan muchos años, más de dos décadas, apoyando a estos señores del PP que han esquilmado el patrimonio natural de la Región. Mientras no entiendan que los males que sufren tienen responsables muy cerca de ellos, y que son precisamente las personas a las que han elegido libremente con su voto, mientras no se den cuenta de que son ellos los que están sosteniendo a una serie de personas incompetentes, corruptas e incapaces de gestionar correctamente la Región y de preocuparse por el interés general de la misma, lo tenemos muy difícil y complicado. No puede ser que todo se resuelva mediante procesos judiciales, tiene que haber también una exigencia cívica, una responsabilidad cívica por parte de los murcianos de pedir cuentas a sus responsables políticos.
-El actual Gobierno de coalición entre PP y Ciudadanos, con el respaldo de Vox, ¿no le suscita ningún tipo de esperanza en que las cosas cambien?
-No, ninguna, lo que me parece es que la Región ha perdido una oportunidad. Ciudadanos [partido liderado por Isabel Franco, actual vicepresidenta del Gobierno regional] tuvo la oportunidad de cumplir lo que había prometido: que iba a regenerar la Región, que significa poner en práctica algo que es elemental en democracia, la alternancia. Cuando un partido político lo ha hecho mal, tiene que irse y que dejar lugar a otras personas y a otros partidos. Y esa alternancia elemental, tan saludable en democracia, no se ha producido en la Región.
-Ha tenido lugar [la entrevista se hizo en la tarde del jueves] la exhumación de los restos de Franco de la Basílica del Valle de los Caídos, ¿qué ha sentido usted?
-Lo primero, satisfacción. Por fin Franco, mandatario de una de las dictaduras más largas de Europa, no recibirá homenaje público, algo que parece elemental. Lo segundo, es inevitable hacer una reflexión que provoca una cierta tristeza: hemos necesitado muchos años de democracia para realizar este traslado, que debería haberse realizado muchísimo antes. Además, debería contar con el consenso de todos los partidos políticos. Me sorprende mucho que una decisión así suscite tantas críticas, desde la derecha y desde la izquierda.
-¿A qué se deben?
-Se está comprobando que todavía hoy, en España, cuesta muchísimo desembarazarse no ya de los restos de Franco, sino de los restos del franquismo; ése es el problema de fondo: que todavía, después de varias décadas de democracia, el peso del franquismo sigue siendo fuerte en este país. Los tres partidos de la derecha actuales, Ciudadanos, Vox y PP, parece que no han roto el cordón umbilical con el franquismo. Parece que les da un poco de vergüenza lo que significa la convivencia democrática en España, que se ha construido, precisamente, gracias a acabar con una dictadura. Que todavía haya más de cien mil cadáveres de la represión franquista sin enterrar con dignidad es escandaloso que ocurra en una democracia europea. Y ahí tenemos a la Iglesia católica, que gracias a un concordato que viene del franquismo sigue teniendo todavía privilegios.
Efectivamente, la Transición se hizo como se hizo y hubo que pasar página, que pactar con el propio régimen franquista, pero arrastramos unos lastres, unas deudas que habrá que comenzar a saldar.
-Cita usted a Ciudadanos como un partido de derechas...
-... sí, lo cual resulta inquietante porque surgió como un partido liberal, incluso socialdemócrata, digamos que como un partido de centro social liberal. Pero está claro que se ha ido escorando cada vez más a la derecha, sobre todo desde que apareció Vox, y la prueba está en que muchos de sus miembros destacados se han ido, y en que muchos de sus votantes, según las [últimas] encuentas, no van a volver a votarlos. Es decir, Ciudadanos ha virado a la derecha por influencia de Vox. Por otro lado, se trata de un fenómeno que está ocurriendo en toda Europa: lo terrible es que los grupos de extrema derecha, que son minoritarios, sin embargo acaban influyendo en el resto de partidos y forzándolos a que adopten agendas políticas propias de esa extrema derecha. Eso lo hemos visto aquí, en España: una especie de carrera entre PP, Ciudadanos y Vox para ver quién es más duro, en particular con el tema de Cataluña; a ver quién es más extremo, quién es más bruto. Hay una especie de carrera entre ellos por disputarse al electorado más ultramontano.
-¿Qué observa con respecto al conflicto catalán, recrudecido tras la 'sentencia del procés'?
-Hemos entrado en un bucle que se retroalimenta. Las posiciones más intransigentes por parte del independentismo y por parte de la derecha española de algún modo se retroalimentan, parece que necesitan del otro para ir escalando poco a poco en la confrontación e ir generando un clima de tensión no solo entre Cataluña y el resto de España, sino también en la propia Cataluña, entre independentistas y no independentistas. Hemos entrado en un callejón sin salida, no solo los catalanes sino también el resto de españoles; un callejón sin salida que está generando un clima político muy negativo. Y, lamentablemente, los partidos o las posiciones que se presentan como más templadas, más moderadas, las que promueven el diálogo, curiosamente luego son castigadas en las elecciones, y no solo en Cataluña. Esto es lo que a mí más me preocupa: que el pueblo español, y el catalán lógicamente, se dejen seducir por los discursos más extremistas, violentos. La violencia verbal acaba provocando violencia física; entonces, hay que comenzar a desandar este camino que se ha andado.
-¿Cómo se posiciona frente al discurso nacionalista?
-Soy muy crítico con todo el discurso nacionalista. Creo que hoy, en el siglo XXI, en la sociedad global cada vez más interdependiente en la que vivimos, estos problemas cada vez más globales que nos afectan a todos -entre ellos el del cambio climático, que estamos sufriendo estos días en el Mediterráneo-, no se resuelven con discursos nacionalistas, ni del nacionalismo catalán, ni del español. El discurso soberanista a mí me parece anacrónico.
-¿Y qué propone?
-Creo que tenemos que adoptar más bien políticas federalistas, no solo para estructurar España, sino también para la Unión Europea; federalizar a los pueblos, a las comunidades, a los Estados, porque nos enfrentamos a retos cada vez más difíciles y no tiene ningún sentido que sigamos con estos discursos soberanistas, que son discursos por definición excluyentes, que enfrentan a unos pueblos con otros y que siguen manteniendo la ilusión de que los territorios son cotos vedados. Yo defiendo que la Tierra no es de nadie, que no nos pertenece, que estamos aquí de paso, y que por tanto hemos de aprender a cuidarla. El problema no es quién posee los territorios, sino cómo nos hacemos cargo de ellos, cómo los cuidamos, cómo nos responsabilizamos de legarlos a nuestros hijos y a nuestros nietos en las mejores condiciones. El discurso soberanista es de otra época, y lo que necesitamos, de cara a las décadas que tenemos por delante, es federalizar a los pueblos, federalizar a las personas, precisamente para cooperar y enfrentarnos a retos muy graves que tenemos por delante.
-¿Cómo juzga la actuación de Moncloa estos días en Cataluña?
-Está entre la espada y la pared, además en pleno periodo electoral. Todos están jugando a marcar posiciones, el Gobierno tiene poco margen de maniobra y a mí me parece correcto que se templen los ánimos, que se midan los pasos, que no se acepten provocaciones, ni de un lado ni de otro. Me parece que, en ese sentido, el Gobierno está actuando con bastante prudencia.
-¡Menudo fracaso estrepitoso el de la izquierda! Ahí tenemos las elecciones del 10 de noviembre.
-Estas elecciones no tenían que haberse producido; los españoles ya son suficientemente maduros para decir lo que quieren y lo han dicho bien claro: un Parlamento fragmentado. La izquierda, si quiere gobernar, tiene que hacerlo mediante acuerdos entre distintos partidos. La responsabilidad es compartida en el hecho de que PSOE y Unidas Podemos no hayan sido capaces de llegar a un acuerdo, si bien, en mi opinión, tiene más responsabilidad el que está en el Gobierno, en este caso [Pedro] Sánchez, que tenía la obligación de llegar a un acuerdo con Unidas Podemos, aunque Unidas Podemos, tras no lograr su pretendida coalición, debería haberse abstenido y haber permitido la investidura, aunque luego hiciera oposición y discutiera ley por ley con el Gobierno. Esto ha dado lugar a que la sentencia del Tribunal Supremo y las luchas callejeras [en Cataluña] de produjeran con un Gobierno en funciones, en plena precampaña electoral, y también a que la derecha vuelva, por así decirlo, a reagruparse. La subida del PP se debe fundamentalmente a un voto útil en el campo de la derecha, y tiene bastante que ver con la bajada de Ciudadanos y con una movilización tendente a desbancar a Sánchez. Los resultados de las elecciones van a depender mucho de la abstención que se produzca en la izquierda. En este país, el problema fundamental de la izquierda es la abstención; cuando hay mucha, gana la derecha; cuando hay menos, gana la izquierda.
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