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Antonio Botías ha tardado cinco años en dar por cerrado el primero de los libros que dedica a 'Mujeres de dinamita' (Trilenio, 2019), un proyecto que ya anticipa que va a tener continuidad. Porque las mujeres murcianas, apartadas en el relato histórico, cobran hoy protagonismo, y no por el oportunismo del momento (el feminismo no nació ayer), sino como un acto de justicia. El encuentro con el periodista -una de sus tantas ocupaciones, porque en su currículum destaca por otras facetas, como asesor de políticos, ahora del presidente de la Comunidad Autónoma, Fernando López Miras; profesor de la UCAM; y escritor de algunos de los libros más divertidos sobre la historia de Murcia- se produce cerca del yacimiento de San Esteban, un retal de la Murcia multiétnica de la época andalusí. Tiene pelo canoso -siempre, incluso siendo joven, tuvo las hechuras y el temperamento de un hombre mayor-. Fuma todavía sin tembleque, y los ojos se le ensanchan cuando toca el terreno del asombro, haciendo ver que, en el fondo, tiene la ingenuidad de un pituso.
En 'Mujeres de dinamita' -este jueves se presenta en el aula cultural de Cajamar, a las 20 horas, con una mesa con López Miras; el alcalde de Murcia, José Ballesta; y la presencia de Francisca Moya del Baño, primera catedrática de la UMU; María Jover, primera juez de España; y Encarna Talavera como moderadora; y el sábado se ofrecerá con 'La Verdad', por 18 euros- aparecen 150 mujeres para la historia de la Región de Murcia, selección que sabe a poco, reconoce: «¡Hay muchísimas más que abrieron caminos!». De hecho, se remonta hasta el esplendoroso siglo XII.
En sus crónicas de 'La Murcia que no vemos', sección dominical en este diario, ya había hablado de la cirujana Jamila, esposa de un médico judío que vivió en Murcia en el siglo XIV, «que al enviudar solicitó al Concejo que le convalidaran a ella la licencia para ejercer la medicina, y se la concedieron ante la escasez y epidemias de la época», y su probado acierto con las operaciones. No fue el único caso, desvela Botías, «pero sí uno de los primeros que están documentados». Aquí rescata a las murcianas del Islam (la sabia Fatima, la maestra Fathuna, la esclava Layla, la terrateniente Mairem), doctoras y curanderas como Pepa 'La Galla' y 'La Lorenza'; escultoras -como Elisa Séiquer, siempre buscando «el ángulo pesimista de la vida»-, pintoras, artesanas, escritoras como Carmen Conde y María Cegarra, comunicadoras, artistas como la singular Charo -que tuvo en Estados Unidos el caché que Sinatra y salió en Los Simpson-, místicas, eremitas, filántropas, científicas como Piedad de la Cierva -trabajó codo con codo con los descubridores de la energía nuclear-, profesoras, políticas, juristas, homicidas, profetisas, deportistas, cocineras...
«Pensé en cuáles habían sido las primeras en diferentes disciplinas, porque para la mujer murciana, como para el resto de mujeres, ha sido tremendamente difícil abrirse camino, en todas las épocas, y las que lo consiguen lo hacen de un modo incontestable y excepcional». Cita, por ejemplo, que en el caso de las inventoras durante mucho tiempo fueron los maridos los que firmaron las patentes de sus mujeres. «Y tampoco hay que remontarse mucho para ver las dificultades. Si hoy existen, pues imagina las primeras concejalas de los ayuntamientos, que son del año 1931, es decir, de hace cuatro días». Se han dado pasos, aprecia el escritor murciano -la biblioteca de su pueblo natal, Sangonera la Verde, lleva su nombre-, «pero muy lentos». Cada vez que ha descubierto el nombre de una mujer que ha sido invisibilizada con el paso de los años reconoce que se siente como uno de esos arqueólogos de San Esteban ante un hallazgo valioso.
«Para encontrar a una mujer como Jamila que tuviera protagonismo en las crónicas históricas», señala Botías, «lo mismo has tenido que leer cientos y cientos de páginas de cartas reales y actas capitulares. Incluso en el caso de las mujeres legendarias, la famosa princesa mora de Monteagudo, por ejemplo. Todo está documentado; no me he inventado nada. Lo normal es que a lo largo de siete siglos a las mujeres solo se las menciona de forma esporádica, y en algunos casos, a pesar de la trascendencia que tenía, no se les da la importancia que tenían». Es el caso, por ejemplo, de las mujeres que participan en el Repartimiento de Murcia. «Cuando los cristianos conquistan Murcia ahí figuran terratenientes árabes con nombre de mujer. Pero simplemente se cita el nombre. Pero cuando se trata de hombres se dice que eran, por ejemplo, hijosdalgo, regidores, corregidores, jueces... se les dan todos los honores del mundo. El historiador Juan Torres-Fontes recuperó algunos de esos nombres, y también los de las maestras de las madrasas, de las que algunas se conservan composiciones poéticas». Muchas abandonarían sus carreras al desposarse. «Esa ha sido la tónica a lo largo de la historia. Cuando una mujer se casa supone su entierro profesional, y hasta bien entrado el siglo XX también social. El matrimonio abortó espléndidas trayectorias femeninas. Por ejemplo, la de Inés Salzillo, que abandona el taller de su hermano [Francisco Salzillo, imaginero por excelencia del barroco], donde hacía los acabados de las tallas, cuando se casa. Y eso aún habiendo nacido en una familia absolutamente entregada al arte».
Alude, por ejemplo, el caso de Francisca Dupar, que hizo vida en Marsella, de cuya producción nos han llegado unas cuantas obras nada más, «pese al interés grandísimo que despierta su figura, ya que pintaba a los obreros en una época en la que la mujer no pintaba nada, ni fuera ni en un lienzo». En la nómina de Botías hay algunas que sobresalen precisamente por sus malas hazañas, «como Francisca Gómez, 'La Perla', un caso que conmocionó a Murcia, acusada del asesinato del marido con envenenamiento de ron Negrita, y también de la criada, que apuró el vaso del señorito. Parece que se prendó de un visitante que llegó a su pensión, llamada 'La Perla', cerquita de San Bartolomé, y fue la última mujer ajusticiada con garrote en España. No había cocheros que trasladaran al verdugo, ¡e incluso enviaron soldados de Cartagena! Fue un escándalo, llegó a contarse que murió como santa, las crónicas de Martínez Tornel son de un desgarro impresionante, y deberían ser estudiadas en las facultades de Periodismo».
Botías opina que Murcia tiene «más magia que Galicia», aunque los gallegos se lleven la palma como tierra de meigas y de la Santa Compaña. «Murcia la supera con argumentos; es el único lugar donde existía cura para la tristeza, para el aliacán, la apatía, el decaimiento general». De hecho, recuerda que conoció a la Tía Josefica, una huertana que guardó la mortaja 70 años, «porque vivió 114, y con su cinta negra para que le ataran los pies».
La admiración forma parte del libro, sin duda. «Si yo tengo que meter a todas las mujeres murcianas pioneras no serían ni 150 ni 1.500 ni 10.500», asegura Botías, convencido de que Miguel Hernández se equivocó al hablar de «murcianos de dinamita». «Espero que tenga continuidad y que se amplíe a lo largo de los años por el bien de la sociedad», dice el cronista, deseoso siempre de contar y recuperar hechos y personajes de la historia. Dedicado a María y Teresa, sus hijas, «futuras páginas de esta historia», Botías trata de «arrojar luz sobre el anonimato al que la historia, escrita por y para hombres, las sumió». La flautista del mizmār del Museo de la Ciudad, del siglo XI, nos recuerda que Murcia fue siempre tierra de mujeres avanzadas.
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