![Miguel Ángel Hernández: «No todas las historias tienen que suceder en Brooklyn o en Baztán»](https://s3.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/202002/25/media/cortadas/147889355--624x488.jpg)
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'El dolor de los demás' (Anagrama, 2018) es la obra definitiva de Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977). La novela en dos tiempos del profesor que escribe sobre el pasado, y la del chico de 18 años que no entiende nada y ha visto cómo ... su mejor amigo ha hecho algo terrible. «Es el libro de mi vida», admite el escritor y profesor de Historia del Arte de la Universidad de Murcia, uno de los tres finalistas del premio Mandarache de Cartagena. Hoy y mañana mantendrá encuentros con los alumnos que decidirán la obra ganadora, con los que espera empatizar («no era el tipo de público en el que pensaba cuando escribía el libro») con una obra de una gran complejidad, pero accesible porque es «una novela emocional» en la que reconocerán espacios que les tocan de cerca como la huerta («no todas las historias tienen que suceder en Brooklyn o en el Valle de Baztán»). Hace no tanto, Javier Cercas le escribió. «Fue para decirme que el Mandarache es, sin duda, el mejor premio literario en España. El más auténtico», dice. Está nervioso, con tembleque en las piernas. La piel blanquísima, más que la crema del capuchino. La mente, ocupada en mil frentes; la mirada, con un punto de misantropía; y la sonrisa, variable según las complicidades. Esta semana acudirá a ARCO. El jueves dará una charla en Las Rozas y por la tarde presentará en Madrid el libro 'La intimidad', de Rosa Moncayo. De ello dará cuenta en su 'Diario de escritura', los domingos, en las páginas de LA VERDAD. «Eso me va a resolver el diario, ¡seguro!, porque hay semanas que no me pasa nada», dice -aunque no hay quien se lo crea-.
-Da la impresión de que aprovecha el tiempo. ¿Qué estímulos encuentra el escritor en esa vida pululante como conferenciante, tertuliano, columnista, profesor, comisario de arte... entre clubes de lectura y escritura, entregas de premios, miembro de jurados, prologuista, asesor cultural...?
-Son muchos viajes, sí. Voy encontrando resquicios. Si no llevase esta vida, quizás no escribiría un diario. O sí. O sería otro tipo de diario. La pulsión de escribir un diario es para acordarme yo también de la vida tan vertiginosa, de un sitio a otro, y de muchas ideas que se me van ocurriendo. Incluso la propia novela tiene que ver con los azares, con los viajes, con esa actividad frenética, y aunque estoy bastante tiempo también sentado en mi casa, quizás las ideas vendrían por otro lado. La novela, el piso, los médicos, la enfermedad... y las resacas, hay gente que me dice 'nene, no bebas más', y no bebo tanto, lo que pasa es que yo lo cuento. En casa no tengo cerveza ni vino, nada. Pero cuando salgo me lo ofrecen.
-¿Hacia dónde se inclina la balanza de la ficción en sus textos?
-A veces para arriba, a veces para abajo. A veces digo, 'esto ya es demasiado', y otras le das un punto de sal. Intento hacer literatura, y enfatizar cosas, porque si no sería aburrido. Intento que sea algo que el lector no lee constantemente en los diarios. Trato de mostrar una intimidad preocupada por la lectura y la escritura, son constantes en mi mundo.
-Parte de que la estructura de la realidad no es la misma que la estructura de la ficción. Hay mucho de investigación periodística en 'El dolor de los demás'...
-Hay periodismo, en cuanto al método de investigación, pero no hay objetividad en la transmisión. Es el mismo método del historiador. Pero no pretendo acercarme ni siquiera a la crónica al estilo más personal de Leila Guerriero, Martín Caparrós o Carriere. Aquí acaba siendo una reflexión muy afectiva y subjetiva, que no es lo que pasó, sino lo que me pasó, una versión desde la experiencia, incluso qué quiero saber, a quién pregunto... Incluso el límite de hasta dónde se llega hubiera sido diferente dependiendo de quien lo hiciese. Intento no manipular la realidad, y lo que no puedes obviar, por supuesto, son las emociones.
-El lenguaje es puramente performativo, crea el mundo en que vivimos. Eso dice en el libro. Hay una historia que duele, pero la escritura parece que la disfruta.
-Hay mucho de trabajo artesanal. Sin la distancia te sale una confesión dura y descarnada, y con la distancia se produce con todo eso un artificio, que es la novela, con posiciones literarias: elegir una segunda persona, cambiar los tiempos, cómo jugar con la tensión... todo eso solo se logra con distancia. Si lo hubiera escrito al año de ocurrir [en la Nochebuena de 1995 su mejor amigo mató a su hermana y luego se suicidó] habría sido más sincero o más auténtico, pero menos literario. Hubiera interesado más a mi familia, y menos al lector. Aquí la historia se puso delante, y no pude evitar escribirla, por mucho que no quisiera. Me ha producido muchas satisfacciones literarias, y muchos sinsabores éticos. No es inocua una novela que implica a personas, pero en la balanza no sé si ha merecido la pena, solo sé que ya no tiene remedio.
-Con la publicación de 'El dolor de los demás', ¿da por cerrado un capítulo desagradable de su vida?
-Ese capítulo está cerrado en la novela, pero en la vida no. La única manera de cerrarlo sería morirme. La vida es un epílogo de la novela. Pero como novela, ese reencuentro con el pasado, y aclararme lo que sucedió, esa búsqueda sí que se ha cerrado. Por supuesto, la relación con el pasado como persona es un epílogo constante. Pero me resisto a meterlo en una novela. Para eso tengo los diarios. Aparecen cosas que me siguen sucediendo con la novela que no quiero que den para otra novela.
-La intención del 'Diario de escritura' era contar el proceso de creación de una nueva novela que no acaba de cuajar. ¿Habrá novela?
-Quiero escribirla, la estoy encaminando, pero no me obsesiona, si no sale no pasa nada, no tengo por qué escribir nada nuevo, ya he escrito tres novelas, muchos ensayos y hay muchos libros para leer. La novela de mi vida es, literalmente, esta ('El dolor de los demás'), y si la siguiente novela no sale igual, no pasa nada. Mejor que esa, o más auténtica, no me saldrá ninguna, porque es un antes y un después, por eso no me puedo obsesionar en escribir la gran novela. Esta novela tiene muchos límites, y quizás en el futuro sea mejor escritor que esto.
-Tiene pendiente una historia sobre los problemas afectivos...
-Sí. Necesito pasar página, claro, pero todavía no ha llegado ese momento. Todavía no tengo la distancia. Una cosa fundamental para escribir es tomar distancia. 'El dolor de los demás' lo escribo 20 años después de los sucesos. Veinte años es demasiado para cualquier cosa, a veces necesitas salir de los problemas para verlos con distancia. O corres el riesgo de que te interese más el problema a ti que al público. Yo escribo mucho para mí, pero eso no sería nunca un libro para el público. Creo que García Márquez decía que no se puede escribir en la espiral del afecto.
-¿Qué le parece todo el debate sobre el veto parental [una decisión del Gobierno regional que tiene a la sociedad enfrentada]?
-El debate está muy politizado, necesitaría distancia, pero lo veo todo muy enmierdado. Lo que trasciende es la desconfianza hacia el profesorado, y somos profesionales; es como si le ponen un pin al médico o al conductor de autobús. ¡Dejen la educación en paz! Es un disparate tremendo. A mí todo lo que ocurre con Vox me parece anacrónico, la vuelta a cosas que parecía que estaban superadas. Vivimos como en una época zombi de vuelta de los espectros, de cosas que estaban como agazapadas, y eso es peligroso. Los zombis contaminan, y te vuelven zombi también. Yo creo que Vox es un zombi que ha contaminado el presente.
-¿Tiene la impresión de que la cultura en la Región de Murcia está en la cola de España, como dice Fundación Contemporánea?
-Nadie lo dice, pero es un informe falso. Porque votan una serie de personas y de Murcia son muy pocas, de modo que ya de principio está falseado. Murcia no es el culo del mundo, ni mucho menos. ¡A veces pienso que Murcia parece Manhattan! No hay una tarde en la que en Murcia no suceda nada. No estamos tan mal. Lo que sí es cierto es que hay mucha cultura de base, mucho voluntariado, como carrera de relevos, gente que hace algo hasta que se cansa, y alguien lo releva, como los chicos de La Azotea o Espacio Incógnita. De eso hay mucho. No sé cuál es la solución, no soy gestor ni jamás sería consejero porque no sabría qué hacer.
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