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Dos aspectos admirables del mundo intelectual de EEUU son que los debates se centran en el qué, no en el quién, y que las críticas ... no son ataques personales. Una muestra de ello es la amistad que tuvieron los exmagistrados del Tribunal Supremo Ruth Bader Ginsburg y Antonin Scalia. Ginsburg apoyaba al Partido Demócrata y consideraba la Constitución un texto «vivo», sujeto a los cambios sociales. Scalia votaba al Partido Republicano y defendía aplicar la ley según el espíritu de la época en que se había redactado.
Esas no eran las únicas diferencias que tenían. Ginsburg usaba la legislación foránea para argumentar sus juicios, práctica que Scalia tachaba de «sofista», y ambos casi nunca coincidían en las votaciones del Tribunal. Es más: algunos de sus duelos dialécticos pasaron a la historia de la alta instancia, como cuando Scalia defendió el derecho de la Academia Militar de Virginia a aceptar solo alumnos varones.
Aun así, Ginsburg y Scalia fueron amigos desde su paso por el Tribunal Federal de Apelación del Circuito del Distrito de Columbia, en la década de 1980. «Tenemos ideas muy distintas, pero nos admiramos y respetamos», decían. El libro de Ruth Bader Ginsburg 'Mis propias palabras', que acabo de traducir al español, incluye el homenaje 'Recordando al Magistrado Scalia', escrito tras la muerte de 'Nino' en febrero de 2016. En él, Ginsburg expresa «lo afortunada» que fue «por tener un compañero y un amigo tan brillante, alegre e ingenioso».
Ginsburg recuerda además una anécdota muy significativa. En 1993, el presidente Bill Clinton pensaba en quién podía nombrar para formar parte del Supremo, y preguntó a Scalia: «Si estuvieras en una isla desierta con tu nuevo compañero del Tribunal, ¿preferirías estar con Larry Tribe o con Mario Cuomo?». Scalia respondió inmediatamente: «con Ruth Bader Ginsburg». Clinton la nombró pocos días después y el Senado ratificó su candidatura. Ginsburg se convirtió en la segunda mujer Magistrada de la historia del Supremo estadounidense.
Cuando preguntaban a Scalia cómo podían ser tan amigos teniendo opiniones opuestas, él respondía: «Yo refuto ideas, no personas». A ambos les unía también la pasión por la ópera. Derrick Wang lo aprovechó para componer la opereta Scalia y Ginsburg, cuyos protagonistas encarnan sendas formas de interpretar la Constitución, pero anteponen el respeto a la máxima instancia y al sistema federal judicial. «Somos diferentes, somos uno» es el estribillo.
En un ambiente social tan polarizado y lleno de ataques personales como es ahora el español, la amistad de Scalia y Ginsburg puede servir de modelo de comportamiento cívico. Los debates de los representantes y la ciudadanía deben centrarse en el qué, no en el quién, y en los argumentos. Evitemos la división política que tan malas consecuencias ha traído a EEUU en la última década.
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