
Poeta y profesor de Literatura en el IES Mariano Baquero de Murcia
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Poeta y profesor de Literatura en el IES Mariano Baquero de Murcia
A los 13 años descubrió que las palabras eran una solución a los problemas. Era protestón. Suspendió Lengua y Literatura en 2º de BUP «por ... no hacer las lecturas obligatorias y otras». Y hoy es él el que sugiere leer. Aprobaba lo que le gustaba. Era un anárquico. De los 90 son 'El otoño de los tristes' –cancionero de desamor–, 'Imágenes de archivo' (1993) y 'Necedarius, viceversas, etc.' (1999). Pedro López Martínez (Moratalla, 1967), profesor de Literatura en el IES Mariano Baquero de Murcia, ha tardado más de una década en volver a publicar tras el volumen de cuentos 'La sonrisa del ahorcado' (2013), que reunía relatos escritos entre 1987 y 2012. 'Luz en la nada' (2023) es una de las novedades de la temporada de la editorial sevillana Renacimiento, donde López Martínez ya publicó 'Libro ciudad' (2006), que mereció el XXIII Premio de Poesía Vicente Gaos. Pagaría por tener «tempo y tiempo». De Moratalla le quedan «todas las imágenes de la infancia y la adolescencia, y me queda mi padre». La novela se le resiste; sabe que también llegará.
–¿En qué tiene fe?
–Mi visión de la vida es atea, en este libro queda ambiguo, porque el oxímoron 'Luz en la nada' no deja de ser aquello de darnos cuenta de que no somos nada, venimos de la nada, iremos a la nada. Todo es un engaño de los sentidos. En realidad, todo es vanidad. El hecho de estar aquí haciendo una entrevista es vanidad. Pero quizás la luz es aquello a lo que uno se agarra cuando no tiene un Dios en que creer. ¿A qué me agarro yo? Al instante, al momento, a la palabra que queda y que refleja lo que he vivido. El primer y último poema se tocan: en el primero se dice que vivir es «cobrar de cada instante su certeza», y en el último digo «sé que en algún lugar persiste lo vivido».
–Publicar puede ser hoy un acto de vanidad viendo el pampaneo de las redes sociales, pero no deja de ser una especie de ventana a la que uno se asoma para compartir algo con los demás. Puede que incluso esto ayude.
–Es una ventana necesaria, porque somos seres sociales, además, y necesitamos expresarnos y sacar lo que llevamos dentro. Pero siempre me ha dado pudor eso de escribir para mí, es como si fuera una especie de fracaso o frustración del artista. Pero en cierto modo es una terapia. A veces digo que la poesía es mi yoga, y yo no practico yoga. Pero mientras estoy buscando la palabra exacta, el ritmo, eso que sé que está pero que no he encontrado todavía a través de las palabras, en ese momento todo se suspende.
–Lo expresa en el poema 'Cénit': «Respiro aquí mi fe, / colmado de este ahora / sin promesas ni altares, / sin después que me obligue / ni ayer que me doblegue. / Respiro aquí. / Me basto».
–Es el momento culminante, en el que todo está en suspenso, y no hay problemas, y no pasa el tiempo... a mí eso me ayuda. Yo a veces pienso en el lector de poesía como un lector de culto, es aquel que sabe demorarse, que sabe leer lento, que disfruta con cada hallazgo. Para mí la poesía es el último refugio que nos queda. Porque se enfrenta a la velocidad del mundo, a la inmediatez. Al lector de novela se le pide que la lea rápido, que la devore; sin embargo, el poema exige lentitud, que no quieras pasar la página y que te deje un poso que te haga conectar contigo mismo.
–¿Qué valora en la obra de otros poetas? Conoce todos los trucos.
–Depende de los momentos, de uno mismo, del paso del tiempo. Pero, en general, he valorado la originalidad, la capacidad de juego... ese tipo de cosas que al final terminan desencantando porque es como un chiste que te cuentan muchas veces y ya no tiene gracia. Hoy lo que más valoro es la autenticidad, la verdad, si leo un poema sé si es verdad o no, que haya un intento de impostura, porque hay escritores que escriben para demostrar que son escritores. Me parece que eso es un error. Hay que partir del hecho de que eso va contigo, aunque no escribas. Un escritor lo es aunque no escriba.
–¿Identifica claramente la poesía en otras artes, ya sea la fotografía, la arquitectura o el diseño...?
–Siento que en todas esas artes hay un algo poético. Y digo poético porque no encuentro otra palabra mejor. En obras pictóricas, musicales, arquitectónicas... la encuentras si buscas. Yo me entusiasmo con las letras de Sabina, es el barroco y ahí están todas las figuras literarias. Al final, lo que busco es la verdad en mayúsculas, no como lo contrario a la mentira, sino como autenticidad.
–¿Qué es el triunfo en literatura? Porque las novedades en los escaparates apenas duran...
–Decía Borges que la fama es una incomprensión, y que quizás era la peor. En el arte yo creo que el éxito es un invento también de la vanidad o, incluso, del mercado. Siento ese hartazgo de la actualidad, la narrativa actual hace demasiadas concesiones al 'best seller' y al marketing. Somos rehenes del 'Me gusta', de la promoción, de que haya una repercusión de tu obra, cuando en realidad uno escribe para uno mismo. Hay que establecer un equilibrio.
–¿Qué observa a menudo?
–Que todo está muy contagiado y contaminado por la necesidad de aparecer. Somos una sociedad muy narcisista, de pantallas, de inmediatez, y estamos esclavizados por la necesidad inmediata de tener reconocimiento. Y observo mucha apatía y desconsideración hacia el mantenimiento de las mismas infraestructuras culturales, y hacia el hecho mismo de la enseñanza. Eso del profesor quemado existe, y no digo que yo lo sea, porque hay mucha gente comprometida. La enseñanza es una misión, y si no se entiende así sería una tortura.
–En el poema 'Poetas' escribe: «Haber sido testigo / del hermoso suicidio de la rosa / es el don que haces tuyo, / la secreta victoria que deslizas, / en el antro indiscreto, a tus iguales. / ¿Y esa poca es la luz que te envanece?».
–¿De qué estamos contentos los poetas? ¿De haber publicado un libro? Es un poema al centro de la diana. Quizás pueda escocer.
–¿Quién le ayudó en el camino?
–Nuestras lecturas van creándonos, nuestros errores, las páginas que destrozamos, aquello a lo que renunciamos... He conocido a gente como Ginés Aniorte, Eloy Sánchez Rosillo o Sebastián Mondéjar, con la que más o menos he conectado. Pero cuando descubrí a Borges yo me quedé fascinando, desde el punto de vista de la narrativa y de la poesía, pienso que me ha pesado demasiado incluso, porque yo soy muy mimético. Y lo mismo me sucedió con Miguel Espinosa y su sintaxis, había momentos en que podía imitar su sintaxis hablando, era como un juego para mí. Con Saramago igual.
Todo eso ha ido creando un tejido.
–¿Cuál fue el primer libro que compró con dinero de su bolsillo?
–'Verso y prosa', de Blas de Otero, en Cátedra. Era algo que me llenaba. Y después fui pasando a Cernuda, Neruda, Aleixandre, Valente... he ido en busca de los poetas herméticos, me gusta esa esencialidad. Brines y Margarit también. En todo ese recorrido de mis lecturas han salido los caminos.
–¿A dónde pertenece?
–Soy español porque tengo carnet de identidad, pero de donde realmente soy es de la calle de Moratalla donde nací: Palomar Bajo, número 22. En mi casa no había televisión, soy el gozne entre la generación que no tuvo tele y la siguiente. Esa raíz, esa búsqueda de la identidad, aparece en 'Luz en la nada', en un poema donde hablo del barro, de mis padres. Mi memoria está llena de esas vivencias.
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