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Se ha marchado debiéndonos una. Él, que tenía tanta fama de buen pagador. En la última página de la que se ha convertido en su ... última novela, 'Les dedico mi silencio', relato aparecido a finales de 2023, cuando a Vargas Llosa, cercano a los noventa, ya se le veía cansado y ojeroso, como si estuviera despidiéndose de todos sus lectores y amigos, el portentoso escritor peruano concluía con las siguientes palabras: 'Ahora, me gustaría escribir un ensayo sobre Sartre, que fue mi maestro de joven. Sería lo último que escribiré'. Pero no llegó a tiempo. Porque una obra así no se improvisa, ni podría surgir de la nada.
Es curioso cómo el autor de 'La ciudad y los perros', próximo a la muerte, iba cerrando círculos que había dejado abiertos desde hacía décadas. El primero de ellos, con la dedicatoria, en esa última entrega, a su prima Patricia Llosa, la mujer de su vida, como ya había ocurrido en 'La casa verde' en 1965. Y, en segundo lugar, con esa promesa incumplida de volver sus ojos a uno de sus primeros maestros, al existencialista francés Jean-Paul Sartre, por cuya devoción inicial, durante sus años en París, le valió que sus amigos lo conocieran por el bien ganado sobrenombre de el 'sartrecillo valiente'.
Con la desaparición de Vargas Llosa concluye la más gloriosa generación del 'Boom' hispanoamericano, compuesta por nombres inolvidables como los de Juan Rulfo, García Márquez, Cabrera Infante, Juan Carlos Onetti o Julio Cortázar. Una generación que cambió el concepto de Literatura en todo el mundo, cuando algunos teóricos -Ortega y Gasset, entre ellos- habían pronosticado la muerte inmediata de la novela. Y le cupo el honor, además, de haber escrito la mejor novela de todo el grupo, con permiso, claro, de Gabriel García Márquez y sus 'Cien años de soledad'. Me refiero a 'Conversación en La Catedral', menos inspirada e imaginativa que la obra del colombiano, pero mucho más sólida, completa y redonda. Puro Faulkner.
Ni Galdós, ni Baroja, ni el aludido García Márquez, ni siquiera muchos de los escritores del glorioso XIX francés, fueron capaces de escribir cinco novelas con la vitola de extraordinarias. Algo que sí consiguió Vargas Llosa con 'La ciudad y los perros', 'La casa verde', 'Conversación en La Catedral' 'La guerra del fin del mundo' y 'La fiesta del Chivo'. Sin contar sus ensayos, que siguen siendo de una genial factura. Porque, frente a todos los de su generación, frente al resto de sus contemporáneos de otros países, don Mario fue un fino ensayista, un lector impenitente capaz de interpretar lo leído como nadie lo había hecho hasta entonces. Y baste recordar sus volúmenes sobre la narrativa de García Márquez, que luego no volvería a editar por ciertos asuntos personales que todos conocemos, sobre los libros de Flaubert o sobre las novelas de caballería, que él, con la ayuda de su maestro Martí de Riquer, rescató del olvido, como si fuera un nuevo Alonso Quijano redivivo.
Y tuvo piedad con los más débiles, con los menos favorecidos. Aún se recuerdan sus acertados comentarios sobre la escritora española Corín Tellado, a la que él elogió, ante al asombro de todos, por su tenacidad y constancia, por haber publicado, a lo largo de su vida, el mayor número de obras que un autor haya podido sacar a la luz, aunque ni siquiera contara con el beneplácito de su marido.
En cierta ocasión, a finales de los noventa, durante una rueda de prensa en la que sólo comparecimos una media docena de personas, tuve el atrevimiento -y la estupidez- de preguntarle si él no era consciente de haber publicado ya su mejor novela. Yo pensaba en todos esos títulos que antes he citado. Don Mario se puso muy serio, y pude comprobar cómo se tensaba todo su cuerpo, que echó hacia adelante, en la mesa donde estaba, para decirme: 'Si tuviera constancia de haber escrito mi mejor novela, créame que no dudaría en suicidarme'.
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