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Diario de escritura (XXXVI)
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Te despiertas con mal cuerpo. De nuevo, una pesadilla. Un exorcismo. Te intentan sacar de dentro una historia que se resiste a salir. La sensación ... extraña no se te va en todo el día.
Te invitan a un club de lectura y dices que no por primera vez. Es uno de tus propósitos para el año próximo. Salvo lo ya comprometido, dejar de hablar de la novela. Es la única manera de escapar de ella. De evitar la repetición. Y también la banalización. Todo tiene su tiempo. Y el de esta novela se está alargando demasiado.
Pasas el día encerrado en casa intentando escribir la introducción al libro de ensayos. Solo logras escribir dos párrafos y no te convencen. Es como esculpir en una piedra dura con una mala herramienta. No hay manera. Solo al final de la noche encuentras la fórmula y desatascas la escritura.
Comienzas a leer 'Sobre los huesos de los muertos', la novela de la premio Nobel de literatura Olga Tokarczuk. No le ves nada especial. Aunque la premisa del libro -una falsa novela negra- te seduce.
Madrugas y te sientas frente al ordenador. Lo que ayer no se movía, ahora fluye. El misterio de la escritura. Unos días es estática. Otros, se mueve.
Dejas encauzado el texto y sales con Raquel de aperitivo. Os encontráis con Leo en el Café Bar. Después, llegan Diego y María Luisa y, luego, José Manuel. Es imposible pedir nada en ningún sitio. Todo está repleto. María Luisa se acerca a un chino y trae latas de cervezas. Nadie nota la diferencia. Murcia es un botellón.
En Santa Isabel encontráis una mesa libre en la terraza de un bar. A los diez minutos de sentaros descubrís por qué. Está todo tan malo y os atienden tan mal que acaba siendo divertido. Después llegan Yayo y Alicia. Y Belén. Y Sergio. E Isabel. Y Gonzalo. Y Mª Ángeles... Y media Murcia. Es día de reencuentros. Tarde de amistad y noche de familia.
Los gin-tonic se te van de las manos y de repente notas el punto de felicidad. Te quedarías en el Black Tag horas y horas, pero a finales de la tarde, tienes que regresar. Acompañas a Diego y pasas unos minutos por casa antes de la cena. Te echas agua a la cara, envías correos y mensajes y felicitas las navidades a la gente que quieres.
Cenáis en casa de Mercedes. Este año llegas más lúcido que el año anterior, aunque cansado y con el gemelo que casi no te deja andar. Continuáis comiendo y bebiendo. Apenas se habla de política. Ni tampoco de fútbol. Es un hogar. Es la familia.
Antes de dormirte, te das cuenta de que hoy no has evocado el pasado que se fue. La cena en la casa de la huerta. Los padres, los hermanos, los sobrinos. El belén. La pandereta de tu padre. La mesa del comedor con las alas extendidas. La tele apagada. La cara sofocada de tu madre mientras asaba el pavo en las brasas de la cocina de leña. Esa felicidad que solo supiste reconocer cuando había desaparecido. Hoy ni siquiera ha estado en el recuerdo. A la memoria se esconde. Ahora, cuando lo escribes, todo regresa. Es así como la escritura restaura el mundo. A contratiempo. Acentuando el tiempo débil del compás. Dejando un silencio en el fuerte. Caminando con el paso cambiado.
Te levantas con el estómago en su sitio y sin resaca. Se cancela la comida en casa de tu hermano y sales a pasear con Raquel por Murcia. Todo es silencio. Quietud. Sol. Parece primavera.
Por la tarde, trabajas en la introducción del libro de ensayos. Querías descansar, pero, por inercia, te ves sentado frente al ordenador. Escribes unos párrafos más y tienes que obligarte a parar. Es Navidad.
Comenzáis a ver 'Jack Ryan'. Es mala y llena de giros predecibles, pero engancha. A veces el cliché bien usado tiene sentido.
Te desvelas a las cinco y en lugar de seguir dando vueltas en la cama te levantas y te pones a escribir. Cuando te vienes a dar cuenta son las diez de la mañana y prácticamente has terminado el texto.
Por la noche, cena de escritores en el mexicano. Regresas pronto a casa. Te duele el gemelo y te has enfriado.
Está siendo una Navidad extraña. Por muchos motivos. De vez en cuando, coletazos de tristeza. Después, regresa la normalidad.
Releyendo una vez más los textos del libro de ensayos, rememoras los lugares y tiempos en los que cada uno fue escrito. Hoy, al releer el texto sobre la obsolescencia, te viene a la memoria tu primera estancia en Cornell. La casa, los amigos, el frío, la nieve. Incluso la música que escuchabas.
De algún modo, las palabras están impregnadas de lo que las rodea. Son textos, pero también son memorias. Igual que las imágenes. Puertas abiertas al pasado. O, al revés, puertas abiertas al presente. Porque es el presente el lugar en el que desemboca el tiempo.
Te imaginas en el futuro volviendo a leer los textos que ahora corriges. ¿Qué pasado regresará? ¿El del momento en que fueron escritos? ¿El de la corrección? ¿Los dos?
Almuerzas en el Yeguas y felicitas la Navidad a tus hermanos. Visitas a la Julia. De algún modo, la Navidad es ahora. Cuando ves a la familia. Es en ese momento cuando sientes que el tiempo regresa a su quicio. También cuando te comes los cordiales de la Julia. Allí está condensada toda la Navidad.
El tuitero George Kaplan escribe un hilo bello en Twitter: «Nuestros tiempos habitan espacios en la memoria. Mis Navidades siempre estarán en Murcia, abuela, entre las paredes del comedor de vuestra casa. Alrededor de la mesa que vosotros presidíais. El abuelo y tú. Uno en cada extremo, porque la familia es lo que cabe entre los abuelos». Te emociona por la belleza, pero también por lo inesperado. Entre el odio y la tontería, de repente aparece una luz y restaura tu confianza en las redes sociales. Tal vez la clave sea escuchar solo estas voces. Las de la creatividad y el ingenio. Y silenciar todas las demás. Especialmente, las del rencor y el resentimiento.
Por la tarde, continúas con la relectura del libro. La última antes de enviarlo. Ya casi está.
Veis 'Los hermanos Sisters'. Entiendes lo que dicen de ella. Buena película. Pero no acaba de llegarte. Cada vez eres más crítico. Te pasa lo mismo con el libro de la premio Nobel. Lo terminas antes de dormir y tampoco te entusiasma. Es una buena escritora. Pero no te deja sin palabras.
A las seis de la mañana te despiertas y te pones a trabajar en el libro. Casi sin levantarte de la silla, a media tarde logras terminarlo. El libro resume diez años de trabajo. Algunos textos sobre arte y temporalidad que has ido publicando desde 2009. Es el testimonio de tu vida académica en todo este tiempo. De tus intereses. Pero también de tus fracasos. Porque, durante todos estos años, has anhelado escribir un libro sobre las relaciones entre arte y tiempo y nunca has encontrado la forma y el momento de hacerlo. Hoy, al mirar esas trescientas páginas que acabas de revisar, esos ensayos en los que has ido desgranando las ideas de ese gran libro que no supiste escribir, piensas que ahí está prácticamente todo lo que querías decir. Y que tal vez ese era el libro que habías tratado de escribir. El que escribías sin llegar a ser consciente de ello. Un libro escrito a contratiempo.
Con la felicidad del trabajo acabado -y también con una cierta nostalgia del fin-, te acercas con Raquel al concierto de Second en la sala REM. Aunque la lesión del gemelo no te permite saltar, bailas todo lo que puedes y disfrutas del talento y la pasión. Son grandes. Todos. Y contagian la alegría.
Te duermes con 'Rincón exquisito' sonando en tu cabeza. Sueñas que vuelas.
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