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LA VERDAD
Murcia
Miércoles, 18 de diciembre 2019, 03:28
«Me distraigo en la agitación de las copas de unos árboles lejanos, deben ser de algún pulmón de manzana. Tengo la marca de los dedos de Julián en el brazo derecho. Si la toco, me duele. Pienso que se hará morada, y que su forma de mano será imposible de ocultar. He sentido un miedo intenso y un desprecio sin medida». Así empieza 'Siberia, un año después', la conmovedora narración de la escritora ecuatoriana Daniela Alcívar que ayer, en Libros Traperos, la autora presentó en Murcia, acompañada por Ana Andújar. 'Siberia, un año después' es una novela testimonio muy singular, editada en España por Candaya y que, según sus responsables, Paco Robles y Olga Martínez, «produce un fuerte impacto en quien la lee». En Ecuador alcanzó la dimensión de fenómeno literario: formó parte del plan de promoción de la lectura y se imprimieron más de 40.000 ejemplares, algo insólito en un país en que la edición media de un libro rara vez supera los 500 ejemplares.
El punto de partida de este libro, hermoso y extraño, es una experiencia biográfica muy dura: la muerte, pocas horas después de nacer, de Benjamín, el primer hijo de la escritora, que empezó a escribir este libro desde el delirio dos o tres meses después, cuando ella, que también estuvo a punto de morir, salió del hospital. «Pero por encima de lo sobrecogedor de estos hechos», explican los editores de Candaya, «lo que enamora de 'Siberia...' es cómo Daniela enfrenta esta historia terrible en la escritura: una muy extraña conjunción de dolor y deseo, en la que tienen mucha importancia el paisaje, inesperados y peregrinos detalles, desconcertantes desvíos...».
Daniela Alcívar reconstruye el duelo de una madre que pierde a su bebé recién nacido y, a la vez, la ciudad que ha sido su hogar durante quince años. Esta experiencia devastadora de sobrevivir a la muerte de un hijo se articula desde un registro ficcional, autobiográfico, testimonial y, sobre todo, corporal.
'Siberia...' es la confesión de un cuerpo que escribe desde sus heridas, a través de un lenguaje que nos habla descarnadamente del vacío de la pérdida, de las ruinas de un futuro imposible, y del intento de reconstrucción de uno mismo.
«El dolor es un gran catalizador de la escritura y del arte en general», explica la autora, que escribió 'Siberia' «durante un duelo bien salvaje. Escribirla fue para mí realmente un salvavidas». «A veces», precisa, «me preocupa que mi discurso con respecto a este libro no sea muy refinado, pero es que su escritura fue realmente un modo de salvar la vida en medio de un proceso realmente doloroso».
En un registro desgarradoramente autobiográfico, donde el lenguaje es un acontecimiento más, la escritura de 'Siberia...' es dislocada, sinuosa y clarividente: el testimonio de un cuerpo y un alma dolientes, pero intensamente aferrados a la vida. Escrita desde el fervor y casi en trance, los críticos la han señalado como una de las grandes novelas ecuatorianas de la última década. También es una narración en la que abunda la ternura. «Cómo no va a ser una obra tierna, si está dedicada a mi hijo, si es una novela escrita para él».
Para ella, «el de la escritura es un riesgo íntimo; para mí fue muy duro publicarla, fue muy duro exponer una cuestión tan íntima como es el duelo por mi hijo, mezclado con tantas otras cosas, como el atreverme a salir por un segundo de la culpa con la que fui criada, como todos los hemos sido». La culpa, el desprecio por uno mismo... «Todas estas cosas», dice, «marcan a todos y a todas, sobre todo a todas». «Cuando estuve en este proceso tan bestial», añade, «tratando de escribir, en un estado extremo, para salvarme de ese pantano informe que era mi dolor, no pensé 'esto lo va a leer mi papá', 'esto lo va a leer mi mamá', 'esto lo va a leer mi abuelito'... pero cuando se publicó sí que empecé a pensarlo. Y, claro, como dice Mónica Ojeda, las mujeres nunca escribimos como mujeres, las mujeres escribimos como madres, como hijas, como esposas, como profesoras... El hombre sí puede escribir como hombre». A las escritoras, indica, «nos preguntan cosas como '¿por qué tanta violencia?', '¿por qué tanto sexo?'. Pero si un hombre escribe de sexo, de violencia, nadie se lo va a cuestionar. Nosotras tenemos que responder a un montón de preguntas solamente por ser mujeres».
De la escritora Mónica Ojeda, precisamente, hay una reflexión que le encanta: «Imagina la violencia de la claridad, la perversidad de lo que se revela a sí mismo intensamente matando la sombra que antes calmaba los designios remotos del paisaje».
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