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Entre 1953 y 1964 transcurren once años vertiginosos en la vida de Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936). Arrancan con su debut universitario y se interrumpen, algo más de dos lustros después, de camino al exilio. Todo lo que ocurre entre ambos sucesos figura en 'Galgo ... corredor' (Planeta, 2020), el segundo libro de memorias del escritor y periodista madrileño. Con él visita hoy Cartagena, de la mano de su XXI Semana de Novela Histórica. «Los seres humanos somos depredadores, y esa parte no hay quien la elimine», advierte.
–Su libro se centra en una época muy concreta. ¿Cómo recuerda aquellos años?
–'Galgo corredor' no es Historia, es literatura, memorialismo. Lo que yo evoco es un periodo de mi vida; lo que ocurre es que en él transcurre, y yo la vivo muy de cerca, la primera gran crisis del régimen de Franco, producida por el motín que organizamos en la universidad en 1956 y que explica muchísimas cosas de las que han sucedido posteriormente en la Historia de España. Una parte muy importante del libro se refiere a esos hechos históricos, pero en él hay mucho más: hay una visión de la sociedad española de aquellos años, de la vida en Madrid y, por supuesto, está mi vida personal y mi relación con la literatura.
–Dice: «El Madrid de la época es la ciudad más libre que he conocido nunca». ¿Por qué?
–Aquella época, en general, y he vivido en muchísimos países, era libre en todo el mundo; evidentemente no en los países de la órbita soviética, pero sí en el resto, y también en España. No por méritos de Franco o de una determinada situación política, sino que ya antes, en los años de la república, en el siglo XIX, en el siglo de Oro... España había sido un país muy libre en sus costumbres y en su manera de vivir, y eso no se había desvanecido. Es verdad que si te metías en política había represión, yo lo hice y acabé en la cárcel y en el exilio, pero normalmente la gente no se metía en política, ahora tampoco, y era extraordinariamente libre. Entre otras cosas, porque no existían mecanismos de control ni el abuso de la legislación que existe hoy, ni internet ni móviles. Sorprende porque se pintan los años de Franco como una especie de represión brutal en todos los aspectos. Yo me sentía entonces mucho más libre de lo que me siento ahora: estamos maniatados por la corrección política.
–¿Esa falta de libertad la hemos construido nosotros mismos?
–La mayor parte de la gente todavía no ha perdido el sentido común, quienes sí lo han hecho son quienes dirigen la sociedad y nos mangonean, y sobre todo los políticos. Ahora mismo, la clase política es liberticida prácticamente en todos los lugares de la Tierra, y prácticamente en todas las ideologías, pero la gente no. Si voy a un café y hablo con el camarero o con el parroquiano que haya en el lugar, probablemente vamos a coincidir en el 80% de lo que digamos, pero eso no se traslada al mundo de la política, y lo que es más grave, al mundo mediático. Estamos asistiendo a lo que Tocqueville denominaba abusos de la democracia. En teoría, la democracia busca la libertad, pero en la práctica se está convirtiendo en un cerrojazo.
–¿Escribir sobre su pasado le hace reencontrarse consigo mismo?
–A mí la única literatura que me interesa es la 'egográfica', la literatura del yo. Con solo tres años le dije a una señora que visitaba a mi madre que iba a ser escritor, y todo lo que he hecho en la vida ha ido encaminado a ese fin. Si soy o no un buen escritor es algo que decidirán los lectores y los críticos, pero lo que sí sé es que soy un buen personaje de novela. Lo demuestra este libro, al que le seguirán más entregas. La tercera ya está en marcha. Probablemente se titulará 'La flor amarilla' y como subtítulo 'Los años viajeros'.
–¿Qué título le pondría a su vida actual?
–Se parece bastante a parte de los años que recoge 'Galgo corredor'. Estuve diecisiete meses en la cárcel y ocho meses confinado en casa en lo que se llamaba prisión domiciliaria con dos grises en el rellano de la escalera. El confinamiento al que nos somete la dichosa pandemia es muy parecido a aquella época. Me entrené en los años que este libro evoca para vivir con cierta alegría o impulso vital estos meses un poco lóbregos en los que todos nos hemos visto sometidos a prisión domiciliaria, aunque esta situación no me impide escribir y leer, que es lo que me gusta.
–¿Le preocupa este tiempo al que asistimos?
–La gente que alcanza mi ya avanzada edad tiene que ser pesimista, porque se va dando cuenta de que los seres humanos somos depredadores y esa parte no hay quien la elimine. Y, bueno, todo esto va a acabar fatal. Hemos entrado en un proceso de entropía generalizada de rebelión de los virus, de destrucción del ecosistema... que pinta muy mal el futuro de la sociedad. Desde luego, ha terminado una edad de la Historia, y ahora empezará otra en la que la democracia, tal y como la entendíamos, está desapareciendo.
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