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En la historia reciente de la exploración sobre los secretos del cáncer y otras enfermedades, el catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la ... Universidad de Oviedo Carlos López-Otín (Sabiñánigo, Huesca, 1958) podría ser algo así como nuestro moderno Cristóbal Colón. Un navegante con muchos galones en el laboratorio cuya labor ha permitido el descubrimiento de más de 60 nuevos genes humanos y el análisis de sus funciones en procesos normales y patológicos. Entre sus numerosos méritos, ha codirigido la contribución española al Consorcio Internacional de los Genomas del Cáncer, que ha descifrado el genoma de centenares de pacientes con cáncer y ha definido nuevas dianas terapéuticas en esta enfermedad.
Entre sus trabajos recientes destacan el descubrimiento de dos nuevos síndromes de envejecimiento acelerado y el hallazgo de nuevos genes causantes de autismo, la muerte súbita y el melanoma hereditario, además de la definición de las claves moleculares de la salud y del envejecimiento, por mencionar solo algunos hitos. Por resumir, Carlos López-Otín es uno de los científicos españoles más importantes y reconocidos del planeta. Además, sus libros divulgativos sobre ciencia se han traducido a varios idiomas. Ahora vuelve a la carga con 'La levedad de las libélulas' (Paidós), un nuevo fenómeno editorial que presenta este viernes en Murcia, en el Centro Cultural Las Claras, a partir de las 19 horas. Una cita ineludible.
–Hagamos espóiler. ¿Qué es 'La levedad de las libélulas'?
–El título es una metáfora que trata de expresar que, pese a los muchos dones que nos adornan, no somos invulnerables. El gran progreso tecnológico en diversos ámbitos creó la falsa idea de una presunta invulnerabilidad, un hecho que no se corresponde con la realidad. Basta mirar una bella y leve libélula para comprenderlo mejor. Las libélulas, con sus cuatro alas de cristal, son criaturas míticas y maravillosas, que tienen múltiples talentos biológicos, pero también son seres frágiles y vulnerables, lo mismo que nosotros, aunque a menudo se nos olvida. Respecto al contenido del libro, sus páginas invitan a un viaje al centro de la vida y de la salud, palabras que definen dones tan provisionales como extraordinarios. En este periplo nos acompañan grandes sabios, pensadores y artistas de la historia que nos van relatando desde la ciencia, pero también desde la poesía, la filosofía, la música o la pintura, cómo ha ido cambiando nuestro concepto de salud a lo largo del tiempo. La simbiosis de esta colección de disciplinas es posible porque los diversos lenguajes del conocimiento parecen muy distintos. Pero acaban por ser los mismos, pues todos derivan de la curiosidad humana por tratar de explicar el mundo y la vida.
–Dice que la salud es el silencio del cuerpo. ¿A qué se refiere?
–En el libro propongo que la salud es algo más que la mera ausencia de enfermedad, y la defino con una serie de palabras e ideas que pueden ayudarnos a entender que este don es lo mejor que tenemos. Sobre estas premisas, la salud es para mí, entre otras cosas, el silencio del cuerpo. De hecho, solemos reconocer la verdadera importancia de la salud cuando se aleja de nosotros dejando tras de sí una variada gama de metafóricos sonidos, desde un suave rumor a un ruido atronador que, si se mantiene anclado en nuestro interior, puede llegar a costarnos la vida. El cuerpo suele hablarnos a través del dolor.Por esto defino la salud como el silencio del cuerpo, la sensación de que no tenemos ningún ruido interno que nos perturbe. En el libro se avanza en esta idea desde el organismo a la sociedad y se discute que, en una sociedad como la actual en la que impera el ruido en todos los ámbitos, aprender a alejarse de la toxicidad ambiental y humana y recuperar la calma, la tranquilidad, la serenidad y, en definitiva, el silencio, es un gran regalo de salud y de creatividad.
–El libro se localiza en París. ¿Por qué París y no otra ciudad?
–Cada ciudad es un mundo capaz de generarnos sensaciones profundas si observamos con los ojos muy abiertos todo lo que nos rodea. He vivido muchos años en Asturias con la convicción de que era mi lugar en el mundo, pero también puedo decir que, por ejemplo, ahora me viene a la memoria una tarde en Murcia paseando por la plaza de la Catedral que me dejó un recuerdo inolvidable. Sin embargo, desde que tuve la oportunidad de vivir y trabajar en París, esta ciudad se convirtió en un regalo cotidiano de serenidad, tranquilidad, silencio y esperanza en un momento de mi vida en el que necesitaba más que nunca experimentar estas sensaciones de bienestar emocional. Por eso pensé que la trama de este libro debería desarrollarse en París, y especialmente en la Fontana de Médicis, ubicada muy cerca de mi laboratorio en la Facultad de Medicina de la Universidad de la Sorbona, y que posee la curiosa capacidad de invitar a la meditación. En ese estanque tan pequeño y con apenas dos palmos de agua, un día de primavera vi acercarse una libélula, que se paró a mirarme un instante y después siguió su camino. En ese momento se encendió en mi mente la magia de la creatividad, pensé en la fragilidad de esa leve libélula, en mi propia fragilidad y en la de todos, y entendí que debía escribir un libro sobre las claves de la salud y cómo cuidar de ella con responsabilidad y dedicación.
–Las células inventaron la muerte, escribe usted. ¿Hasta qué punto la vida no se entiende sin la muerte?
–Hace mucho tiempo aprendí que, para que la vida pudiera progresar por los caminos de la complejidad desde sus modestos orígenes hace más de 3.800 millones de años, fue necesario que se inventara la muerte en el minúsculo mundo celular. Cada día sacrificamos millones de células por el bien común de nuestro organismo. Con este fin, ponemos en funcionamiento diversos mecanismos de muerte celular, especialmente el que llamamos apoptosis, la estrategia que usa nuestro cuerpo para deshacerse de las células que son ya innecesarias o que están dañadas, evitando así la generación o propagación de numerosas enfermedades. La invención de la muerte celular tuvo un extraordinario éxito evolutivo y no podríamos subsistir si no se produjera de manera precisa y a su debido tiempo. Por ejemplo, mi médula ósea, ocupada por las células encargadas de producir la sangre, hoy pesaría más de dos toneladas si durante toda mi vida la apoptosis no hubiera eliminado las células que ya no son necesarias. La muerte tuvo tanto éxito que las células inventaron muchas otras formas de morir de manera disciplinada y a las que se han puesto nombres tan diversos como anoikis, necroptosis, ferroptosis, piroptosis, netosis, entosis o autofagia. En suma, hay muchas maneras de morir para que existan muchas maneras de vivir y resulta muy tentador extrapolar estas realidades de la intimidad celular al mundo de nuestra propia relación emocional con la vida y la muerte como términos inseparables de una misma ecuación.
–Estamos empeñados más que nunca en retrasar el envejecimiento todo lo posible. ¿Dónde están los límites?
–Teóricamente, el límite actual de la longevidad humana es 122 años, 5 meses y 14 días, que es el tiempo que vivió Jeanne Calment, el ser humano de mayor longevidad contrastada. Es una incógnita si este límite se puede extender de manera significativa. En los últimos años hemos dedicado un gran esfuerzo a estudiar las claves moleculares y celulares del envejecimiento, ese proceso biológico que a todos nos alcanza y que a todos nos acaba igualando. Hemos tenido la fortuna de publicar artículos como 'The hallmarks of aging', que se han citado muchas miles de veces y se han convertido en la referencia más habitual para estudiar este complejo proceso. En paralelo, hemos descifrado los genomas de organismos de longevidad extrema como las ballenas boreales, las tortugas gigantes y las medusas inmortales. Además, hemos descubierto y puesto nombre a algunos nuevos síndromes de envejecimiento prematuro, y hemos contribuido a diseñar modelos animales y estrategias terapéuticas que han permitido extender la vida de estos pacientes. Sin embargo, nunca hemos pretendido que nuestro trabajo en este ámbito sirva para alimentar los arrogantes e ignorantes sueños de eterna juventud o inmortalidad, que algunos pretenden, especialmente quienes todo lo poseen excepto el control del tiempo. Nuestro propósito en este caso no es otro que llegar a entender mejor las muchas enfermedades asociadas al paso del tiempo para intentar que todos, y no solo unos pocos, podamos vivir un poco más, y sobre todo un poco mejor.
–Hay quien está obstinado incluso con la búsqueda de la inmortalidad. ¿Atisba algún ápice de éxito en esta empresa?
–No lo veo posible ni necesario. Hablar de la eterna juventud y de la inmortalidad y dedicar sumas multimillonarias a fomentar estas ideas me parece distraer la atención de lo esencial, que es atender a los miles de enfermedades que nos abruman. No hay que olvidar que la vida es un don provisional. Por eso creo que no hay que aspirar a vivir eternamente sino intentar vivir mejor, y no solo en lo que se refiere a uno mismo sino de manera general en el entorno social en el que se desarrolla nuestra existencia diaria. Para ello, nada mejor que fomentar la educación y la equidad social. Considero que el verdadero privilegio es poder vivir tanto y que lo asombroso no es envejecer sino sobrevivir, pues somos el mejor ejemplo de realismo mágico que conozco, un auténtico milagro molecular que renovamos sin apenas pensarlo.
–¿Qué papel juega en esas ínfulas de inmortalidad la inteligencia artificial, la robótica y la biónica? ¿Corremos el peligro de trascender de lo humano a lo robótico? ¿Cuál es el precio?
–Tal vez con ingenuidad sigo creyendo que la inteligencia artificial no va a cambiar el futuro de nuestra especie. Nuestro futuro sigue siendo el del 'Homo sapiens sapiens'. Somos y seremos distintos de los robots en cuestiones fundamentales. Ellos se alimentan de electrones y nosotros de emociones. Imagino que el sueño de un robot será mejorar su algoritmo; por el contrario, el propósito de un ser humano suele ser el de querer y sentirse querido. Mientras haya un componente mínimo de materia biológica en nuestro organismo seguiremos necesitando percibir esas sensaciones y emociones, aunque a cambio debamos aceptar que la enfermedad y la muerte forman parte inexorable de nuestra existencia. Por eso, mis conferencias sobre estos temas suelen terminar con la propuesta de que mientras seguimos enseñando a las máquinas, no podemos olvidarnos de educar a las personas.
–Hay más ciencia que nunca, pero también más enfermedades que nunca por el conocimiento científico. En los tiempos que corren de estrés desbordante y malos hábitos tanto físicos como nutricionales, ¿hasta qué punto somos responsables nosotros mismos de las enfermedades que padecemos?
–La salud es un don que hay que cuidar, pues es frágil y provisional. En el libro se ofrecen algunas guías sencillas al respecto para mejorar cada una de las nueve claves de la salud que defino en sus páginas. No hay soluciones mágicas, no hay exageraciones que tanto daño hacen a la medicina rigurosa, no hay promesas que luego no se pueden cumplir. Las posibilidades de intervenir en los determinantes moleculares podrían tener un gran impacto sobre la salud, pero la tecnología todavía está muy lejos de proporcionar resultados generalizables. Sin embargo, las opciones de mejorar nuestros estilos de vida y nuestras capacidades de adaptación al mundo que nos rodea están al alcance de nosotros, aunque no debemos olvidar que nada en este sentido es sencillo o banal. Todo requiere un considerable esfuerzo.
–¿Y el cáncer? ¿En qué punto de la batalla estamos?
–Los avances en oncología han venido y vendrán del progreso en el conocimiento y en la tecnología. Los dos pilares recientes más generales en cuanto a los nuevos tratamientos oncológicos son el desciframiento de los genomas del cáncer y la inmunoterapia antitumoral. Con la primera estrategia se descifran las mutaciones concretas de cada tumor de cada paciente y con ellas se abre la posibilidad de una oncología personalizada y de mayor precisión. Con la inmunoterapia se persigue reforzar la respuesta inmune antitumoral, con objeto de favorecer la eliminación en nuestro organismo de las células transformadas que han causado un determinado tumor. En el ámbito de las nuevas metodologías destacaría el empleo de la protonterapia, los organoides o las células CAR-T. Con todas estas aproximaciones unidas a la quimioterapia y radioterapia, hoy más del 50% de los tumores malignos se pueden curar. Además, hay tumores que se pueden cronificar y convivir con ellos durante años. De todas formas, nunca hay que ser complacientes con lo insuficiente, pues hay algunos tipos de cáncer cuyas tasas de curación son mínimas. Es en ellos en los que hay que multiplicar el esfuerzo y la investigación porque nunca podemos olvidar que, más allá de los grandes números y estadísticas del cáncer (en 2025 se diagnosticarán más de 300.000 nuevos casos en España), hay pacientes individuales con nombres concretos que necesitan tratamiento, pero también apoyo emocional para superar una enfermedad que nos sigue haciendo sentir muy vulnerables.
–Quizá sea una pregunta demasiado aventurada pero también muy repetida. ¿Podremos erradicar definitivamente el cáncer en un futuro?
–El término erradicar no me parece el más adecuado para hablar del cáncer. El cáncer no es una epidemia reciente, sino una enfermedad muy antigua que forma parte de nuestro legado evolutivo y refleja nuestras inevitables imperfecciones biológicas y los riesgos que tuvimos que asumir para avanzar en la adquisición de la pluricelularidad. En mi libro 'Egoístas, inmortales y viajeras', que escribí a beneficio de la extraordinaria Asociación Española contra el Cáncer, relato casos de tumores muy antiguos e incluso asumo la personalidad de un dinosaurio que trata de buscar solución a un tumor óseo que le está robando la vida. Los dinosaurios tuvieron tumores malignos, lo mismo que las plantas o cualquier organismo con un mínimo grado de complejidad celular. Por tanto, mientras no seamos esos robots metálicos a los que algunos parecen querer condenar a los humanos, el cáncer estará presente en nuestras vidas.
–¿Qué considera intolerable?
–La muerte a destiempo causada por la ignorancia que todavía tenemos frente a muchas enfermedades que nos abruman y para las que no somos capaces de aportar respuestas sólidas y definitivas.
–Algo muy necesario en estos momentos, ¿qué es?
–Mi esperanza sigue siendo la de avanzar en la educación, el respeto, la solidaridad y el altruismo. Además, me gusta recordar que todos estos valores, junto con la curiosidad, son excelentes elixires de salud y longevidad.
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