Levantar polvo
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El arte, así como la vida, es tiempo: pérdida y memoriaEn la infancia se dan interacciones que imprimen carácter. Recuerdo mi desconcierto la tarde que mi abuelo me reprendió cariñosamente por intentar quitarle el polvo ... a algunas botellas de vino de su bodega. ¿Qué podía haber de valioso en aquella suciedad? El tiempo.
El polvo lo es todo; es nuestro origen y nuestro destino. Está compuesto por partículas de cualquier sólido –orgánico o inorgánico– lo suficientemente pequeñas como para flotar. Todo ha sido, es o será polvo. El polvo apuntala tanto la destrucción, la ruina, el abandono, la inacción o el paso del tiempo como encarna la ceniza, lo indestructible, la fragilidad, la sutileza o la quietud. Por eso, son muchos los artistas que han trabajado sus posibilidades plásticas y poéticas. Bien conocida es la fotografía que ManRay hizo del 'Gran Vidrio' de Duchamp opacado por una gruesa capa de polvo. Aquel 'Élevage de poussière' –criadero de polvo– era también una forma de 'elevación'.
Con todo, uno de los trabajos más delicados –y terribles– que aborda y amplía estas nociones es sin duda el llevado a cabo por la artista Elena del Rivero. El proyecto en el que ha estado empeñada sin descanso estos últimos veinte años –según sus propias palabras– llegará a su punto final con una exposición que se inaugurará en Es Baluard coincidiendo con el aniversario de los atentados del 11-S. 'El archivo del polvo: An Ongoing Project' cerrará las precisas indagaciones de la artista acerca del dolor, la memoria colectiva o el archivo personal en una revisión exhaustiva del trabajo de Del Rivero que, bajo la dirección artística de Mateo Feijóo, incluirá su conocida serie 'Letters to theMother', '[Swi:t] Home: A CHANT', construida con miles de papeles recuperados tras el 11-S, 'Bring Light', una pieza sonora realizada a partir de registros en la Zona Cero, o 'Trapos de cocina', una instalación colaborativa producida exprofeso, entre otras. Y es que el 11 de septiembre de 2001 reventaron las dieciocho ventanas de su casa-estudio en Nueva York, cubriéndolo todo de fragmentos de documentos y escombros.
Sin ser autobiográfico, el trabajo de Elena está permeado por sus vivencias, es inseparable de su vida. Nos habla de las relaciones sociales, de la creación de los estratos de la memoria o de la pérdida desde la honestidad de lo personal, pero sin colocarse en primer término, con la serenidad y sabiduría que procura la madurez intelectual y creativa. Es política sin activismo.
Con trece años, andaba yo buceando por la playa de Santiago de la Ribera cuando un grupo de personas comenzó a llamarme, moviendo los brazos con urgencia. En un principio pensé que habría rebasado mi 'finismare' particular –las boyas–, pero rápidamente vi que mi exploración estaba siendo legal. Nadé todo lo rápido que pude y, al llegar al corrillo donde mi abuela y sus hermanas pasaban el día al baño María, me pidieron que buscara la alianza que un señor acababa de perder. La transparencia del agua era absoluta, pero en mi primera inmersión no logré encontrar nada. Con paciencia, fui palpando el fondo hasta que emergió un destello dorado. Aquella arena se levantaba tan rápido como sedimentaba. Cuando se la entregué, el anciano rompió a llorar; acababa de enviudar. La semana pasada, en esa misma playa, al quitarme la máscara de esnórquel, noté cómo se me caía un pendiente. Con la certeza de que aquel lodo en suspensión jamás iba a depositarse en el fondo, inmediatamente lo di por perdido.
Tuvieron que pasar unos cinco o seis meses para que el polvo de la Zona Cero sedimentara, aproximadamente el mismo tiempo que Duchamp esperó hasta fijar el polvo precipitado en el 'Gran Vidrio'. Elena ha dejado reposar 'El archivo del polvo' durante veinte años para poder ver con nitidez. Hay un tiempo para dejar que se acumule el polvo, y un tiempo para levantarlo. Ella misma me comentó hace unos años que en su mesita de noche había principalmente diarios y correspondencias –las lecturas modulan la trayectoria– mientras que últimamente se decanta por la poesía. Con la admiración que le profeso, le ofrezco estos versos que escribió Carmen Conde en 'Los poemas de Mar Menor':
Lo que tú tienes de hondo no es la suma de tus aguas,
sino el grosor de su pulpa, la espesura de su cuerpo.
Lo vivo tuyo se abarca buceándote unos metros,
pero lo eterno –en lo breve– necesita de milenios.
La arena de las playas del Mar Menor siempre han sido de ese (no) color neutro al que aspiraba Duchamp; gris ceniciento –el color del polvo–. El arte, así como la vida, es tiempo: pérdida y memoria.
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