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Juan Soto Ivars: «Tras la aprobación de la ley de amnistía, me parece que me va a joder mucho pagar impuestos»
Conversaciones de primavera ·
«Yo era un niño murciano con vocación de bocachanclas; era un bocachanclas y lo sigo siendo»Secciones
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«Yo era un niño murciano con vocación de bocachanclas; era un bocachanclas y lo sigo siendo»No lo puede evitar y, muchas veces, sale corriendo «hacia el sitio del que debería huir», y se mete «en muchos líos por decir lo ... que pienso», y se felicita por tener «unos abuelos de Falange, y unos abuelos comunistas», porque «esa forja entre dos fuegos distintos me ha llevado a entender que hay buenas personas aquí y allá, y que hay malas personas aquí y allá». Además, tiene por costumbre «analizar las cosas sin complejos», no soporta «la mojigatería» y ya procura él no tener miedo «a hacer cosas que están mal vistas, o a decir cosas que están mal vistas, y todavía mucho más a pensar cosas que están mal vistas». Puede en ocasiones parecer un lobo estepario convertido al budismo, un cordero psicópata, un proyectil directo a toda moral, un pirata sin pata de palo, un loro, un drama de Ingmar Bergman, un chiste levantino, un mercader de Venecia, un pastor sin rebaño, una canción sin autor, un 'pagafantas' de pueblo o una voz que clama en el desierto. Pero no es nada de eso y es todo eso y más. Juan Soto Ivars (Águilas, 1985), en su día merecedor del Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla por 'Ajedrez para un detective novato', y hoy un ensayista de primera fila, autor de obras que causan tanto interés como debate como polémica, ha ganado la última edición del Premio Internacional de Ensayo Jovellanos con 'La trinchera de las letras' (Ediciones Nobel). El viernes 7 de junio, en la sede del Cendeac en Murcia, hablará -a las 19.30 horas- de 'Libros malditos. Sobre la pasión de destruir bibliotecas'.
-La infancia.
-Yo era un niño murciano con vocación de bocachanclas. Una vez fui con mi familia a Francia a pasar unos días; hablaba sin parar y me dedicaba a intentar hacerlo con todo el mundo que me encontraba, y como no me entendían estaba desesperado [ríe]. De regreso a España, corría el año 1989, escuché a la gente, en un pueblo de estos de montaña muy pequeñitos que hay en el País Vasco, hablar en español; y, de inmediato, empecé a gritar '¡soy españoool, soy españoool!'. Era un bocaclanchas y lo sigo siendo.
-¿Qué se planteó?
-Que no quería pedirle nunca más dinero a mi padre. Soy de una generación que se fue emancipando muy tarde, pero yo en cuanto pude empecé con trabajillos de muchos tipos. En el columnismo empecé por casualidad, de rebote. Ponía cosas en Facebook y un día un periódico me contrató. Lo que yo quería era ser novelista, lo que pasa es que de vender novelas sólo vive en este país otro murciano, Arturo Pérez-Reverte. ¡Ya me gustaría a mí vivir como él!
-¿Cómo le cae?
-¡Muy bien! Lo cual no quiere decir, como es lógico, que esté de acuerdo siempre con todo lo que dice. Es una pena que a la gente se le haga muy raro hablar bien públicamente, y no digamos ya llevarse bien, con gente que a veces dice o escribe cosas que a ti no te gustan. Me parece como surrealista porque, entre otras cosas, la amistad se basa en la diferencia, 'te quiero a ti porque tú eres distinto a mí y me aportas cosas que yo no tengo'. Pero como resulta que estamos tan polarizados, la diferencia de criterio no se acepta. En España se habla mucho de la diferencia, de ser inclusivos, de aceptar a los diferentes y tal, pero siempre en términos de que hay que aceptar al gordo, al tonto, al calvo, al no sé qué...; a los que no son una amenaza para nada, pero al que piensa diferente es distinto. El discurso de la diversidad hace aguas con el que piensa diferente. ¿Diversos pero todos pensando lo mismo? Me niego. Estoy a favor de la diversidad de pensamiento, me encanta estar rodeado de gente que no sé por dónde me va a salir.
-¿Qué le resulta inadmisible?
-La deslealtad, no me gusta que me la claven por detrás. Como tengo ya 40 años, he ido aprendiendo un poco a estar más atento, pero todavía me queda mucho por aprender. Yo lo que no quiero es funcionar por prejuicios. Cuando eres muy joven, mucha gente no te gusta por una cuestión de prejuicios, lo cual es una estupidez como otra cualquiera. Pero cuando vas ganando juicio, y yo he ido ganando juicio poco a poco, llegas a la conclusión de que la gente que vale la pena nunca es desleal contigo, lo que no significa que no te puedan hacer alguna putada; si eso sucede, se habla. Yo me refiero a un tipo de deslealtad muy extendida, la de la gente que tiene dos caras, a la que he aprendido a detectar bastante mejor que antes, aunque todavía me pasa que, a veces, me digo '¡qué hostia me he llevado otra vez!'.
-¿Tolera cualquier opinión?
-Es que, por ejemplo, creo que hay gente que tiene opiniones muy categóricas, que yo no comparto, sobre asuntos que desconocen; es decir, las opiniones extremas fruto de la ignorancia las relativizo. Hay gente de mi propia familia que tiene opiniones o ideas que son incompatibles con lo que yo entiendo que está bien, y yo quiero mucho a toda mi familia [sonríe]. Y, como les conozco, sé que opinan desde el prejuicio. El prejuicio es un error, y el que lo tiene está equivocado. Si hablas desde el desconocimiento, lo que digas me lo paso por los cojones, pero tienes derecho a hacerlo.
En tragos cortos
Un viaje pendiente El del LSD
Un lugar al que volver Siempre a Águilas
Un libro de cabecera 'Índice de libros prohibidos de la Inquisición'
Un pintor Hermenegildo Anglada Camarasa
Un músico Mi hermano Paco [el guitarrista flamenco Paco Soto]
Una manía No soporto que nadie me roce los pies en la cama
Un consejo Esto no lo hagáis en casa
¿Qué último regalo ha recibido? El Premio FAM Cultura Pop Eye de Ensayo
Un político ¡El jubilado!
Una prenda de vestir Las zapatillas Adidas que llevo siempre
-¿Políticamente dónde se sitúa usted ahora?
-Estamos hablando [la entrevista tuvo lugar este viernes] al día siguiente de la aprobación en el Congreso de la ley de amnistía, y yo no estoy con los que la han aprobado, pero tampoco soy un patriotero, ni un encendido nacionalista español. Creo en la libertad de cada ciudadano para hacer lo que quiera respetando la legalidad, en el diálogo con los que piensan diferente a ti y en la redistribución de la riqueza. Y, claro, tras la aprobación de la ley de amnistía, me parece que me va a joder mucho pagar impuestos. Esa ley dice que no, que estos que estuvieron mangoneando dinero público de todos los españoles, a los que nos llamaban ladrones y nos decían que España les robaba, resulta que lo que hacían no estaba mal, ¡ah! O sea, que el dinero de mis impuestos, que sale de mi trabajo, estos lo han utilizado para insultarme y aquí no ha pasado nada. La izquierda ha hecho cosas en los últimos años que a gente como a mí, que siempre había estado más o menos ahí, nos ha sentado muy mal. Yo mantengo lo mismo que mantenía el PSOE antes de las elecciones [generales], así es que me parece que no soy yo el que se ha movido.
-¿Qué le resulta más difícil de entender de esta ley?
-Se dice que es una ley para el reencuentro y la convivencia, y no es verdad; es una ley que ha hecho posible la investidura. Los independentistas dicen que con ella se les está pidiendo perdón, ¡perdón a ellos! Pienso que, con respecto a la convivencia, lo que va a tener esta ley es un efecto devastador. Para que se reencuentren dos, el que lo ha hecho mal tiene que pedir perdón, aceptar que no lo hizo bien. Además, la brecha que ha abierto entre la derecha y la izquierda me parece muy peligrosa.
-¿En qué sentido?
-Al mismo tiempo que se hace una ley de amnistía, se levanta un muro contra lo que llaman la 'fachosfera', categoría en la que entran todos lo que estén en contra de esa ley, por ejemplo. Me parece muy absurdo hablar de concordia, reencuentro y convivencia cuando, al mismo tiempo, levantas un muro contra el 50% de la población.
-¿Por qué ha decidido dejar Barcelona para irse a vivir a Madrid?
-Porque vivo en el AVE, me sale todo el trabajo fuera de Barcelona, en Cataluña no me como una rosca. Ya me he pasado allí todos los años que ha durado esta película del 'procés', que me lo he tragado entero, y ahora que va a empezar la secuela me voy. Pero no me voy por cuestiones políticas; además, a mí me encanta observar y reconozco que no han faltado 'espectáculos' en todo este tiempo. He vivido doce años en Barcelona, aquí he conocido a mi mujer, mis hijos han nacido aquí y aquí tengo muchos amigos, pero laboralmente ya le digo: ni un rosco.
-¿Qué tal padre es?
-Superbueno, estoy encantado siendo padre. Yo no quería tener hijos cuando era joven y mi ideología vital eran las letras de [Joaquín] Sabina [ríe]. Era de los que 'hasta que el cuerpo aguante', ¡un crápula! Pero me enamoré mucho de mi mujer, que es fantástica, y la cosa cambió. Creo que es una suerte vivir en una época como esta, en la que a los hombres se nos ha devuelto, con respecto a las generaciones anteriores, el gusto de la paternidad. Ya no es risible el hecho de que un hombre se dedique a cambiar pañales todo el día, por ejemplo. Yo no me podía ni imaginar lo que he llegado a disfrutar cambiando los pañales a mis hijos. Los hombres podemos ahora vivir una paternidad materna, y eso es un regalo a los varones en una época en la que, precisamente, el de los varones es un colectivo bastante poco regalado. Perderse la niñez de los hijos a mí me parece una puta catástrofe.
-Tampoco es que Madrid sea una comunidad muy relajada políticamente...
-Como aquí en Cataluña todo está muy politizado, tengo la esperanza de que en Madrid la política no esté tan presente en la vida diaria. Espero pensar poco en la presidenta de la Comunidad y sus cosas, ni en la de no sé qué alcalde o consejero o lo que sea. Eso es lo que deseo, pero me parece que me voy a estrellar porque Madrid tiene su propio 'procés'.
-¿Le resulta atractivo el personaje de Isabel Díaz Ayuso?
-Me resulta atractiva como me lo resultaba Esperanza Aguirre, que también fue presidenta. Me fascina eso de que de ellas se dice que son tontas cuando se presentan y de pronto, no sé qué tiene la presidencia de la Comunidad de Madrid [risas], que se convierten en una especie de Daenerys Targary en plan 'Juego de Tronos'.
-Hace tres años que dejó la red social X.
-Sí, y ahora puedo hablar de lo malas que son las redes [ríe], como el exbebedor puede hacerlo de lo malo que es el alcohol. Yo estuve muy enganchado.
-¿También se ha borrado de los karaokes, una de sus pasiones?
-Es una pregunta muy dolorosa para mí [risas], porque desde que salgo en 'Cuarto Milenio' no puedo ir a los karaokes, no vaya a ser que me hagan un vídeo y lo suban a las redes sociales. Yo iba a los karaokes cuando ya me lo había tomado todo, borracho perdido, y ahora ya no lo haría tranquilo, se ha perdido la magia [ríe].
-¿Qué no es tan grave?
-Decir unas cuantas gilipolleces entre amigos cuando estamos de cachondeo. Y si la gente se cabrea, lo que hay que hacer es mandarla a tomar por culo. '¡Oye, puede que te haya parecido desagradable, pero es que mi colega y yo estamos de cachondeo, tampoco es tan grave!'.
-¿Qué no se debe hacer?
-Abusar de nadie.
-¿Usted qué sigue haciendo?
-Fumar. Yo también hago el gilipollas y tomo decisiones que son a veces contraproducentes, absurdas, disparatadas. Pero el tabaco no me gustaría que me lo prohibieran.
-¿Qué nos espera?
-Vivimos en un momento puritano que ya se está acabando, y lo que viene tampoco es que vaya ser mejor, porque estoy viendo un movimiento de reacción a esta corrección política en plan '¡ahora os vais a jodeeeeer!'. Vamos a pasar de un extremo a otro.
-¿Sigue sin apasionarle viajar?
-Me gusta más estar en mi casa tirado. Desde que tengo hijos, sólo pienso en descubrirles a ellos cosas; y, sí, quiero llevarles a sitios que a mí me han gustado mucho, lo que pasa es que pienso mucho más en los libros que quiero que lean y en las películas que quiero que vean; cosas de sofá, digamos [sonríe].
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