
Se parece a Hitler
Juan José Lara
Director de la Biblioteca Regional
Miércoles, 12 de junio 2024, 00:49
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Juan José Lara
Director de la Biblioteca Regional
Miércoles, 12 de junio 2024, 00:49
«Se parece a Hitler», dice alguien ante la fotografía que abre la exposición de Stefan Zweig, actualmente en la Biblioteca Regional. Es cierto. El ... bigotito, a lo Chaplin, es el mismo. El peinado. Los ojos castaños, tan poco arios. ¿Puede haber más trágico sarcasmo que parecerse al monstruo por excelencia?
Zweig ha pasado a la historia como valedor de un pacifismo internacionalista. Nunca se sumó a las masas austrohúngaras que aplaudían la entrada del Imperio en la Gran Guerra.
La guerra –la derrota– acabaría llevándose por delante no solo al Imperio, sino el modo de vida asociado a él: la enardecida vida cultural (protagonizada por judíos); los cafés como corazón palpitante de una sociedad a quien se le habían metido el arte y la filosofía en el tuétano; la capital germana, Viena, como paradigma de la modernidad. Zweig levantó acta amarga de la destrucción de este modo de vida en 'El mundo de ayer'.
Pero ese mundo de ayer tenía otra faz, que no era tan primorosa como la que había conocido nuestro escritor, rico de cuna. Joseph Roth, llegado a Viena desde la periferia, no podía permitirse entrar a un café, ni tan siquiera para leer sus propias columnas en el periódico. Las amplias avenidas vienesas se habían proyectado así para asegurarse de que las tanquetas podrían entrar a disolver las manifestaciones obreras. Diversos pueblos sentían que el Imperio no era sino Austria extendida. Así se incubaba el huevo de la serpiente.
Si la Primera Guerra acabó con su estilo de vida, el nazismo apuntaba directamente contra su identidad: era judío. Huyó a la bella Bath, a donde llegó la Luftwaffe. Marchó a Brasil, pero la nueva huida acabó por quebrar su ánimo. La guerra parecía inclinarse a favor de los alemanes, de la barbarie: demasiado para su maltrecho espíritu. Se quitó la vida junto a Lotte, su joven esposa, en Petrópolis. Hay una imagen tremebunda de los dos cadáveres sobre la cama. La exposición no la recoge. ¿Para qué?
Dejó una nota de despedida, un sollozo fatigado: «el mundo de mi propio idioma se derrumbó y mi hogar espiritual, Europa, se autodestruyó». Desea a sus amigos que puedan ver la aurora tras la larga noche y hace confesión de su apresuramiento: «Yo, excesivamente impaciente, me adelanto a todos ellos». Corría 1942. Tres años. Si hubiera esperado tan solo tres años... La parsimonia germánica, parece, pertenecía también al mundo de ayer.
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