Contaba Traudl Junge, la secretaria de Hitler, que, cuando ya todo estaba perdido, el Führer la llamó a su despacho para dictarle su testamento político. ... La mujer esperaba una reflexión con sustancia en aquel momento dramático. Había llegado la hora de hacer un balance sincero de la hecatombe, de expresar una contrición genuina. Pero lo que siguió fue la consabida letanía sobre judíos y el fatal destino del pueblo germano. ¿Incapacidad para la honestidad intelectual, cerrilismo ideológico recrudecido por años de guerra o mera y llana estulticia? Lo mismo da: no hay más cera que la que arde.
Bien los sabemos los aficionados a la crónica negra. Los 'serial killers' aparecen en el imaginario colectivo como personajes de inteligencia fina y carácter sofisticado. Pero lo cierto es que no son más que unos dementes atormentados. Hitler no tenía nada que añadir aparte a la reiterada ristra de lemas antisemitas. Josu Ternera no tenía nada que aportar a las frases hechas que tantas veces hemos oído en boca de los portavoces batasunos. Después de todo, esa es la mayor deficiencia del documental de Jordi Évole 'No me llame Ternera', incumplir la función primordial de un documental: ser interesante. Aportar algo al debate. Pero un documental que consiste en una entrevista ha puesto todos sus huevos en la misma canasta: su interés dependerá exclusivamente del interés del entrevistado. Y, a pesar de los intentos de Évole por sacar algo de agua limpia de ese pozo envilecido, donde no hay mata, no hay patata.
El exquisito cuidado en llamar 'acción' a los atentados; los sintagmas que saltan con automatismo robótico: solución negociada, violencia de los dos bandos, vía hacia la paz; pedir perdón sin expresar arrepentimiento. Todo ello edulcorado con el muy progresista lenguaje inclusivo: hombres y mujeres, trabajadores y trabajadoras. Josu Ternera habla como en una nota de prensa de Bildu, un comunicado de ETA, una columna de opinión de Gara. Probablemente, ese sea su principal bagaje cultural.
El acreditado sectarismo de Évole no tiene esta vez la culpa del naufragio. De hecho, uno disfruta sintiendo la incomodidad del entrevistado, que una y otra vez recurre al argumento de Eichmann: acataba órdenes. Docilidad bovina: llámelo Ternera. Thomas Mann supo escribir un libro —¡un tocho!— sobre el hastío sin hastiar al lector. ¿Cómo se puede hacer un documental digno de interés sobre un personaje carente de él? Yo no lo sé. Évole tampoco.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.