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La aventura que me llevó a dirigir el Teatro Circo tuvo su origen en una llamada del Ayuntamiento de Murcia, de parte de Miguel Ángel Cámara. Me preguntó qué me parecía que el Teatro Circo Villar pasara a ser propiedad municipal. Había una buena posibilidad ... de compra o permuta. Le dije que era una idea magnífica, que enriquecería de manera formidable la cultura de la ciudad. El alcalde veía esa sala como complemento del Romea, un lugar adecuado sobre todo para la investigación escénica. Pienso que por eso me llamó a mí, dada mi vinculación con la Universidad. Resultó que el arquitecto encargado de la obra era Vicente Pérez Albacete, conocido mío y hermano de mi buen amigo Mariano. La conexión fue fácil y fluida. En una primera reunión, les informé que yo aportaría todo lo posible, pero que quien de verdad podía ser una pieza básica en la reconstrucción del local era Paco Leal. No lo conocían, pero cuando les dije que había rehabilitado el Teatro Apolo de Madrid, los escenarios del María Guerrero y Bellas Artes, todos los espacios del Festival de Almagro, del que era director técnico, y que además había nacido en Murcia y vivía en Murcia, faltó tiempo para llamarlo. La empresa lo contrató como asesor técnico, siendo yo la persona con la que contrastar las propuestas que ellos hacían. No quiero olvidar aquella primera impresión que nos llevamos quienes entramos en el viejo cine, con todo derruido, escaleras tronchadas, un trozo de la barandilla superviviente, agujeros en la colosal techumbre por la que entraban palomas y ratas como si de su casa se tratase: un monumento al escombro. Pese a lo cual, se adivinaba cierta dignidad arquitectónica, que se iría recuperando tras el complejo proceso de restauración.
Nueve años tuvieron que pasar, pues la envergadura de una obra así tenía que vencer reajustes técnicos, cambios de empresas, parones, rehacer planos, discutir propuestas. Porque no se trataba solo de una reconstrucción; había que inventarse trabajos tan fundamentales como la recomposición de la techumbre y el lucernario, la excavación de una planta sótano que hiciera posible ampliar espacios que el edificio había perdido por la construcción de viviendas que lo encorsetan, replanteamiento de un escenario reducido a mínimos, y que se amplió tomando prestado sitio del enorme patio de butacas, ubicación de oficinas...
Hasta que llegó la primavera de 2011, fecha en la que finalizaron las obras. Bastante antes, el alcalde Cámara me había pedido dirigir el Teatro cuando se abriera. Enseguida le di el sí, pues estaba convencido de que era un proyecto importante para la ciudad. Pedí tener a mi lado a Juan Pablo Soler, como gerente, y a Paco Leal, como director técnico. Nadie como ellos conocía los entresijos del viejo nuevo teatro. Pareció oportuno esperar a la nueva temporada para su apertura, y nos inventamos unas jornadas de puertas abiertas, en las que dos intérpretes enseñarían a los futuros espectadores las entrañas del Circo.
Pasadas las fiestas de septiembre, presentamos la primera programación de la nueva era con circo de sala, comedia, música, danza, teatro infantil, exposiciones, lecturas dramatizadas, coloquios... actividades todas que empezaban a definir el nuevo teatro de la capital. No tengo por menos que recordar el apoyo que encontramos en aquella primera Corporación que inauguró el Teatro, con Fátima Barnuevo, concejala de Cultura, a la cabeza. Como lo tuvimos en los ayuntamientos siguientes. La razón no es otra que saber que el TCM es la joya de la corona de la cultura en Murcia. Hoy, diez años después, me cabe la satisfacción de haber colaborado en aquel proyecto. Y que siga la función.
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