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María Inés Gaya es la nieta pequeña de Ramón Gaya (1910-2005). Su risa es desbordante. Son explosiones de buen humor. Está feliz en Murcia. Solo se queja del calor. Hace unos meses dejó Londres, donde ha vivido los últimos 18 años, para instalarse en la Región. En el huerto del Conde -en parte de lo que hoy es el barrio de La Fama- nació su abuelo, uno de aquellos «intelectuales españoles de fuste» en cuya piel estaba tatuada la historia del siglo XX: la guerra, el exilio, la soledad, el desengaño...
La madre de Inés, Alicia Gaya, tiene hoy 81 años y vive en Lisboa, donde tuvo cuatro hijos -Cristóbal, Fe, Duarte e Inés- con un portugués, Carlos Albuquerque. En su casa siempre hubo obras de Cristóbal Hall y Darsie Japp, amigos de la familia, y por supuesto de Gaya. Una de las que más le gustan a Inés es la que el pintor murciano regaló a su hija en 1948 la primera vez que la vio tras emprender el exilio a México: una copa de cristal y un jarrón medio lleno con jazmines, ante el retrato de la infanta Margarita, protagonista de 'Las Meninas', de Velázquez, a quien el autor de 'Pájaro solitario' veneraba.
Alicia es la niña que el murciano tuvo con su primera esposa, Fe Sanz Molpeceres, profesora de Lengua y Literatura nacida en Madrid en 1908, que había sido compañera de universidad de María Zambrano. Ramón y Fe se conocieron en Cuevas de Almanzora. Allí recaló una de las tres Misiones Pedagógicas organizadas en la provincia de Almería por el Gobierno de la República. Fue en marzo de 1934. El amor se apoderó de ellos. «Hasta que una bomba separó sus vidas», cuenta Inés a 'La Verdad' en una visita al Museo Ramón Gaya, recordando un episodio que determinó la vida del pintor y de su hija, cuyos destinos serían bien distintos.
Unos días antes del estallido de la Guerra Civil, Ramón y Fe contrajeron matrimonio en Madrid. La guerra los obligará a moverse a Valencia, entonces capital de la II República. Fueron años de avatares. Gaya sigue aferrado al lápiz y al pincel. En el Pabellón de España de la Exposición Internacional de París de 1937, donde se exhibe el 'Guernica' de Picasso, Gaya presenta dos obras trascendentales: 'Palabras de los muertos. Retrato de Juan Gil-Albert' y 'Espanto. Bombardeo en Almería', primer premio del Concurso Nacional de 1938. Pura resistencia y dignidad.
Como otros miembros de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, en la revista 'Hora de España' el murciano publica sus viñetas -ilustrando poemarios de Serrano Plaja, Gil-Albert, Salas Viu, Sánchez Barbudo- y bastantes escritos. También en otras publicaciones ('El mono azul', 'Nova Galiza', 'Los Lunes de El Combatiente') disemina su arte, que a finales de los años 20 empezó a ser considerado por Juan Guerrero Ruiz y Jorge Guillén, catedrático de la Universidad de Murcia. En el suplemento literario 'Verso y prosa', de 'La Verdad', su firma aparece ya en el primer número, con otros nombres de oro como Emilio Prados, Cossío, Cernuda, Unamuno, Vicente Aleixandre, Carmen Conde y Oliver Belmás.
El 3 de febrero de 1939, con la República prácticamente acorralada y millares de refugiados esperando a cruzar la raya pirenaica, se firma en Figueras el acuerdo para evacuar los tesoros artísticos españoles, entre ellos las obras del Prado. La comarca es bombardeada el día en que Fe y su hija Alicia esperan un tren en la estación de Figueras con Carmen Muñoz, esposa de Rafael Dieste [uno de los escritores gallegos de la Generación del 27]. «Dos hombres la llevaron a un hospital», cuenta Inés. Fe acabaría muriendo. Carmen sería embarcada en un convoy a París, llevando consigo a la niña, de solo dos años.
Mientras tanto, entre la avalancha de militares y civiles que intentaban cruzar a Francia por el Coll d'Ares estaba Gaya. El 11 de febrero de 1939 logra su objetivo. Dos días después alcanza el sur de Perpiñán, donde pasaría 16 días en el campo de refugiados de Sant-Cyprien, como 60.000 españoles más. Poco tiempo después conocerá la muerte de Fe.
El pintor inglés Cristóbal Hall y su mujer, Trinita Japp, a los que había conocido en Murcia, se harían cargo de la pequeña. Gaya, como todos los exiliados, no tenía un futuro claro. Tras dos meses en Cardesse con sus amigos ingleses estimó el ofrecimiento de los Hall de ocuparse de Alicia dado que ellos tenían otra niña. El pintor acaba exiliándose a México durante 14 años tras acceder el 23 de mayo del 39 al vapor 'Sinaia', junto a 1.597 refugiados españoles, buena parte de ellos destacados intelectuales acogidos por el gobierno del presidente Cárdenas.
«Christopher Hall tenía secuelas físicas de la Primera Guerra Mundial, pintaba muy bien. Mi abuelo conoció primero al padre de su mujer, Darsie Japp, que también era pintor. Yo llegué a conocer a Trinita. Mi madre sabía que ellos eran distintos, eran ingleses, muy 'gentleman', y ella era muy española. Pero, en realidad, los Hall eran como de la familia porque compartían las mismas afinidades intelectuales que mi abuelo», cuenta Inés. Los Hall vivieron en Jamaica con Alicia Gaya por 9 años. La niña que ellos tenían, Anne Pauline [que hoy tiene 84 años], nació en Andalucía. «Mi tía vive en París, hablamos a menudo. Ella y mi madre tienen buena relación y se hacen compañía».
Inés vino a Murcia en enero para trabajar como asistente en una escuela del método Montessori. Su estancia aquí le ha hecho indagar más sobre la historia de su abuelo. Lleva tres libros en el bolso. Uno es 'El exilio de un creador', de Laura Mariateresa Durante y María Teresa González de Garay. Otro es 'Ramón Gaya. Cartas a sus amigos' (Editorial Pre-Textos, 2016). «Tenía en la memoria cosas que yo relacionaba con mi abuelo», expone a 'La Verdad'. La recogida biblioteca de la institución no deja de depararle sorpresas. «He leído que mi abuelo hizo un teatro con Gil-Albert [el poeta de Alcoy], que ayudó mucho a mi abuelo. Ramón Gaya era Bartolomeu y quería saber más. Puede ser muy interesante... Ahí contaban sus vidas, aunque sus nombres eran otros. Es todo muy rico. Hay mucho escrito de él». Inés, que estudió Arte en Lisboa, se encontró por primera vez con Ramón Gaya siendo ella una adolescente, en la estación de Atocha (Madrid). «Siempre hice cosas creativas. Siempre he cuidado de niños desde pequeña. En Montessori he sentido la necesidad de fusionar esa parte creativa con la enseñanza, pues enseñar es un arte».
En el museo se ha reencontrado con el retrato de su madre Alicia, que Gaya pintó en 1952. Inés tiene los mismos ojos de su madre, esa expresión de asombro permanente, como si estuviera parada frente a una sima, pero su sonrisa es genuina -veraz, como la que describió Duchenne-.
En los libros y catálogos sobre Gaya encuentra a su abuelo en sus viajes, rodeado de tantos amigos, en tantos lugares diferentes... «Mira esto, tiene gracia», advierte, y recita un fragmento en el que Gaya se refiere a Dalí: «La obra pictórica de Dalí, ese hombre sin duda inteligente, no es válida, puesto que no consiste como debiera en pintura, en cómo pintar tales o cuales cosas, sino en qué cosas pintar, o simplemente representa. Porque un teléfono, una playa, unos huevos fritos, un caracol... no son para un artista profundo (...)». «Me gusta su forma de pensar y de escribir. Es muy honesta, y se nota que habla con él mismo, con sus pensamientos. Todo es simple, y es verdadero y con vida».
«Cuando éramos más pequeños -rememora la nieta pequeña del pintor- mi madre no hacía tantos viajes con nosotros. Además, tenía que tener autorización de mi padre para visitar a nuestro abuelo. De modo que se hacía difícil viajar, pero cuando éramos adolescentes veníamos a verle cada año. Él nos invitaba, era generoso. Yo fui la nieta más ligada a las artes, y me gustó mucho cuando nos encontramos. Mis abuelos portugueses estaban muy pegados a nosotros. Y mi abuelo Ramón no tocaba, pero recuerdo sus ojos, su energía, su mímica al mirarnos, estaba contento de tenernos con él. Sentíamos muy cerca su energía». Recuerda que tenía un gran sentido del humor, y que le hacía reír con mímica.
El tiempo que compartían incluía la visita a museos. «En El Prado nos encantaba oírle. A mí no me gustaba Picasso, y con 17 años fui a París con él y con Isabel Verdejo [la segunda esposa y viuda de Gaya] y me llevaron al Museo Picasso. ¡Hizo que me acabase gustando Picasso! En realidad, yo siempre dibujé. Recuerdo que yo estaba estudiando arte y pude confirmar que los mismos cuadros que a mí me gustaban también le gustaban a él. En el instituto una profesora se enfadó conmigo porque nunca le dije que era nieta de un pintor, al que yo descubrí y le encantó».
Inés habla de las buenas energías, de la meditación, un campo en el que ha trabajado profesionalmente en Londres. Con el tiempo ha entendido mejor la obra del Premio Velázquez 2002, porque insiste en que «su pintura y su escritura se complementan».
Alicia vive hoy feliz. «Tiene voz de contralto, canta muy bien», descubre Inés. «Ella está contenta con que yo esté en Murcia. Es curioso, pero la escuela Montessori donde trabajé estaba a dos pasos del colegio Ramón Gaya de Puente Tocinos, con el grafiti sobre mi abuelo en la pared. Mi madre está contenta de que haya venido a la ciudad de nacimiento de mi abuelo. Es hermoso descubrir cómo toda Murcia está volcada con su figura. Yo siempre leí cosas sobre él, y mi madre nos contaba siempre cosas del museo. Aquí he estado con Pedro Serna e Isabel Barquero dando paseos muy bonitos, yendo a tantos museos... Isabel es mi compañera cultural. Son muy buenos».
Uno de los deseos de Inés Gaya y de su madre es que la figura del pintor alcance una mayor proyección, que su memoria siga viva, y que el museo sea fiel a su obra pictórica y literaria. En este sentido, reconocen la labor realizada en todos estos años por Manuel Fernández-Delgado al frente de la institución, y tienen confianza en que el museo salga reforzado en este momento de cambios. Por su vinculación al arte, Inés Gaya se ofrece a colaborar con el museo para que siga manteniéndose el espíritu del proyecto. «Mi abuelo era una persona íntegra, la política no afectó nada a su obra. Su energía era tan positiva y tan pura, que es imprescindible continuar ese mismo camino».
La figura de Ramón Gaya, tan ligada a Murcia y a la historia de España, sigue siendo un gran filón.
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