
Guerra y progreso humano
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La naturaleza de los conflictos y el uso de la violencia han experimentado cambios en la última década. El mundo de hoy es más violento que a principios de este sigloLos conflictos bélicos no son una anomalía histórica. No hay territorio ni comunidad que pueda estar a salvo de la guerra y sus salvajes consecuencias. ... La reciente respuesta de Israel al ataque de Hamás, en un contexto de siete décadas de disputa y sufrimiento, o la guerra en Ucrania, han reavivado el uso indiscriminado de la violencia. Evidentemente, estos son los enfrentamientos que están recibiendo mayor atención mediática, pero no los únicos que se encuentran en curso. Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria y Siria también son escenarios marcados, a gran escala, por el conflicto armado y la crisis humanitaria.
Las guerras vuelven para despistarnos y olvidar las grandes lecciones de la historia. Es un hecho que estamos experimentando un cambio de tendencia en cuanto al nivel de paz mundial. Según muestra el último informe del Índice de Paz Global, elaborado por el Instituto para la Economía y la Paz (IPG), el nivel promedio de paz en los países ha empeorado. A tenor de estas estadísticas, la teoría del psicólogo y divulgador Steven Pinker sobre que el mundo se ha vuelto más pacífico se resquebraja. El mundo de hoy es más violento que a principios de este siglo.
La naturaleza de los conflictos y el uso de la violencia han experimentado cambios en la última década. El abandono de la legalidad internacional, los beneficios económicos, la ausencia de instituciones que garanticen la paz (o la usurpación de las mismas), la escasez de recursos (cada vez más agravada por el cambio climático) y la enajenación social por las tensiones regionales sin resolver constituyen las principales causas de los conflictos. Con esta información en mente, conviene hacer un apunte: aunque la actuación violenta se revele más eficaz cuando se defiende en términos de desigualdad, no es necesario un desequilibrio social, material o territorial para hacer el mal. A veces, simplemente, basta con hacerlo. El daño por el daño existe y no necesita de un malestar comunitario 'in crescendo'.
A lo anterior se añade las novedades que han supuesto los avances tecnológicos a la hora de perpetrar los ataques. La retransmisión en directo de los bombardeos, la utilización de drones, los ciberataques o la retransmisión en las propias redes sociales de las víctimas de sus ejecuciones han ido desdibujando lo que hasta ahora conocíamos como guerra. De esta tiranía resulta una nueva vulnerabilidad para el ser humano, nuevas formas de angustia.
Es un hecho que lo que se dice y cómo se dice representan asimismo una fuente de poder. Las plataformas de redes sociales, plenamente conscientes de ello, no disponen de recursos suficientes para facilitar el contexto, detectar los riesgos y hacer frente a la desinformación. Ante estas limitaciones, populistas de uno y otro plumaje, alimentan el descontento y animan a la hostilidad.
Los cientos de muertes, los desplazamientos masivos y la consecuente crisis económica y energética derivada de estos enfrentamientos han supuesto, en parte, una crisis en la subjetividad moderna y la psique colectiva. ¿Y si la sociedad con mayores recursos tecnocientíficos no fuera la más virtuosa en sentido moral? ¿Y si la justicia social que defienden las democracias liberales es solo una promesa de felicidad? ¿Y si la mayor conciencia sobre la dignidad humana nos devuelve a un mundo carente de razón, motivo por el cual el sujeto moderno no deja de buscarlo en meros sucedáneos? Lo pseudocientífico, el tarot, las relaciones líquidas, los afectos robóticos, el consumismo como estilo de vida y el aplauso febril de una masa populista y enfurecida no pronostican un progreso, ni siquiera zigzagueante, sino más bien una tendencia a la regresión y al atontamiento de nuestra especie. La reflexión sobre la calamidad colectiva y la deriva de la humanidad debería sacudirnos de nuestro particular narcisismo.
Quiero pensar que, en algún momento, quienes idealizan las cruzadas, los imperios y la llegada de nuevos y sanguinarios mesías se darán de bruces contra su irresponsabilidad e inconsciencia. La historia y la condición del hombre se han relacionado a menudo con el fuego cruzado, el grito desesperado y la devastación. Sin embargo, nuestra herencia y existencia son también el resultado de otras conquistas, pues los escenarios apocalípticos han convivido en el tiempo con actos que, particularmente yo calificaría de heroicos, como los tratados de paz o la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En esta época crítica, ¿quedará aún espacio para la esperanza? ¿Seremos aún capaces de extraer una lección ante el mal sufrido? ¿De verdad es necesaria otra guerra para aprender que en ningún caso se puede odiar y exterminar de forma correcta?
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