La fuerza de los mares
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Sin esa maravillosa y bendita pasión es mejor que no intentes sobrevivir en este mundo de la música, el arte y la farándulaCuando se apagan las luces y la música deja de sonar, quedan unas personitas que se conocieron en el patio de un instituto, que se hicieron colegas en un viaje de estudios a París, y que aún tienen los miedos, los sueños, las alegrías y las risas que siempre han llevado dentro.
Al menos así debería de ser.
Los años de trabajo y esfuerzo siempre son divertidos, bonitos, pero también exigentes, duros, te ponen a prueba, te llevan al límite propio y al de tu semejante, te delimitan, te confeccionan. Hemos pasado grandes épocas, y épocas horribles, cualquiera que tenga una banda, una empresa o un proyecto cualquiera, con amigos, sabe de lo que hablo.
Y equivocarse y desistir suele ser el final de este tipo de aventuras.
El nuestro no. Más de quince años poniendo por delante de muchas cosas un sueño adolescente que lo normal es que no se hubiera cumplido, porque estas cosas no pasan. Y yo que soy curioso y descreído, y que tengo por norma escribir sobre las cosas que me conciernen, me pregunto el motivo.
¿Por qué estamos aquí? ¿Cómo hemos aguantado? ¿Cómo hemos sido capaces de articular esta locura en una SL que nos permite comprarnos una casa, un coche, tener una familia y vivir de hacer canciones?
Es muy loco, lo sé, pero ha sucedido.
No hay una sola respuesta, y ninguna de las múltiples posibles son claras, pero el jueves pasó una cosa.
Nos llamaron para actuar en la presentación del Pride de BCN en Madrid. Un evento tierno y reivindicativo en el que estuvimos encantados de ir a poner canciones y estar entre amigos. Además, ahora nos llaman mucho para cosas del Orgullo, de hecho esta misma semana han contactado conmigo desde una compañía para ofrecerme una acción publicitaria como artista LGTBIQ+; supongo que ser el único de los tres miembros de la banda sin hijo, pareja o planes de futuro ha ayudado a esa imagen. Les he tenido que sacar de su error.
El caso es que era un día más, entretenido, luminoso. Una de las personas que daban la charla antes de nuestra pinchada narra en el escenario una bonita historia sobre su defensa de los derechos LGTBIQ+ desde 1977, cuando ni siquiera se podía salir a la calle a decir nada de esto en voz alta.
Yo estoy tomando algo sentado, en un lateral, escuchando con atención, cuando veo la cara de mi colega y cantante Óscar.
Óscar es un tipo especial. Creamos juntos esta locura y junto a Vicen hemos conseguido llegar hasta aquí con esfuerzo y seguro que algo de suerte en los momentos claves.
Óscar tiene la cara iluminada. Lo notamos Vicen y yo al vuelo y sabemos que está en ese estado de emoción grande en el que entra a veces. Y aquí viene el quid de la historia.
Óscar es capaz en una fracción de segundo de sentir tal ilusión y sentimiento por el discurso que está oyendo que se entrega a una especie de delirio amoroso por el colectivo, una catarsis o epifanía por la noche que estamos viviendo, por su lucha y por su cultura, y nos lo hace saber.
Lo hace saber, lo grita, lo canta, coge el micro cuando toca, me exige que pinchemos 'Como una ola' cada dos minutos, nos conmueve con su emoción, nos agarra de la pechera para que sintamos con él lo importante del momento y nos eleva con sus discursos en el camerino, todo lo que hay alrededor se vuelve capital, inminente, irrenunciable. Toda la pasión del mundo vive en el corazón de esa persona que veis cantar 'papapás' en los escenarios.
Y eso le pasa con todo, y eso no significa que no lo sienta de verdad. Lo siente de verdad todo, todas las veces.
Lo admiro mucho por muchas cosas, pero siempre lo voy a envidiar por su pasión.
Sin esa pasión que te arrastra en un segundo, que te vuelve un 'hooligan', un infatigable, un perfeccionista o un obsesionado, sin esa maravillosa y bendita pasión es mejor que no intentes sobrevivir en este mundo de la música, el arte y la farándula.
Y 'el Óscar' la tiene.
Llegaremos más lejos o menos, seremos más grandes o más pequeños, duraremos eones o un suspiro, pero si hoy estamos aquí, entre otros motivos que tienen difícil explicación, es porque el tipo de la gorra que baila sin parar tiene una pasión por dentro que no le cabe en el pecho.
Y la pone en una piedra, en un cenicero de Martini de Wallapop, en un He-Man, en su familia, en sus canciones, en sus recuerdos de infancia, en una tostada que esté muy rica, en el colectivo LGTBIQ+ si ve un buen discurso, en una camiseta de fútbol, en un sinte de los 80, en el día a día, y sin duda, en una banda de amigos con la que vamos recorriendo las ciudades mientras esa pasión, esa llama extraña y narcótica que nos consume y que siempre brilla en él con la fuerza de los mares, nos marca el camino.
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